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BRUJERIA E INQUISICIÓN EN CUENCA (S. XVII)

Por Dimas Pérez Ramírez



La villa de Tinajas, "Villa de su magestad", situada en el corazón de la Alcarria conquense, en terreno algo quebrado, rodeado de ondulaciones, que por el saliente muestran picudas y caprichosas formas, había descendido en número de habitantes, en poco más de sesenta años, sin que sepamos la causa. Las 1.500 almas que tenía hacia 1580 no llegaban a mil a mediados del s. XVII, por los años en que tuvieron lugar los hechos a que se refiere el documento hallado.
Un pasar sencillo y austero, dedicadas sus gentes a las faenas del campo, con buena cosecha de aceite y no tan buena de granos, pero suficiente para vivir, era el denominador común en el entonces de esta villa. Las familias acomodadas de los Porras, los Medialdeas o Mialdeas, los Leones, los Tormenta y algunas más estaban siempre representadas en los sucesos notables y en los quehaceres y oficios públicos del lugar.
Muy devotas debían de ser las gentes de Tinajas cuando nada menos que seis ermitas, tres de ellas dedicadas a Nuestra Señora, en diferentes advocaciones, y otras tres a los santos Bartolomé, Sebastián y Quiteria respectivamente, había levantado su piedad. De modo especial veneraban a la Virgen del Campillo, en cuya fiesta, celebrada en su ermita, que fue iglesia de otro lugar ahora despoblado, tenían la sana costumbre de dar abundantes limosnas a los pobres que allí acudían. Para este efecto varios vecinos ordenaron generosas mandas en sus testamentos. La iglesia parroquial dedicada a la Virgen de la Paz, se rehizo totalmente en el siglo XVI, cuando la fiebre constructiva y renovadora se había apoderado de todos los rincones del obispado de Cuenca. Por otra parte, hasta ocho cofradías agrupaban a los vecinos y las misas de aniversario perpetuo eran casi diarias, con lo cual el culto a los difuntos quedaba ampliamente atendido. Sobre hechicería había anteceden¬tes en el clima popular de la villa. Estas cosas se guardan y no se desvanecen fácilmente. María la Herrera o "la del Herrero" había tenido fama de "hechicera y encandilera" hacía una siglo. Estaba convencida de poseer especiales poderes. Sabía de antemano quien, de entre los vecinos del pueblo, tenía su puesto asegurado —"su cama", decía ella— en el paraíso. Predijo a uno que había de morir el día de San Sebastián y así sucedió. En las actas inquisitoriales está narrado el hecho principal por el que fue acusada. La cruz de Carravillalba, en el camino que va al pueblo de Villalba del Rey, fue testigo de excepción. (Todavía hay en el término municipal de Tinajas varios topónimos con el prefijo "carra", pero la cruz ya no existe, ni hay memoria de ella).
Aquel día, primero de Pascua del Espíritu Santo de 1538, María la Herrera, acompañada de otras cuatro mujeres, a las cuales previamente había convencido para que fuesen con ella, se llegó a media mañana, en ayunas y mudada de ropa, hasta el lugar indicado. Todas se pusieron en oración y entonces María, besando la cruz que con sus dedos pulgares trazaba sobre sus manos enlazadas, comenzó a gritar que ya lo tenía. Asustadas y curiosas a la vez, las otras mujeres lograron separarle las manos y entre ellas pudieron ver "una hostia de las de decir misa", en la que se notaba la efigie de Cristo crucificado. Temblorosas adoraron la forma, que ninguna osaba tocar pero ella la entregó a Ana Morena, mujer de Pedro García, como "reliquia", con el encargo de llevarla a Villalba y aplicarla a una cuñada suya que estaba muy grave aquellos días.
Este era el milagro que María esperaba hiciese a su favor —para que no la tuviesen más por hechicera— el "romero", que se le aparecía en fiestas señaladas, como, por ejemplo, la Ascensión del Señor. Además aseguraba que en la fiesta de Corpus Christi verían cosas más importantes y admirables. No dio lugar. Fue denunciada a la Inquisición, pero ella desapareció del pueblo. Se decía en el molino que la habían visto "ir la vega abajo". Otros afirmaban que estaba escondida en un cillero en casa de sus padres.
Aquí terminó todo para la presunta hechicera. Pero a buen seguro que el recuerdo, y hasta en ciertos casos el convencimiento, debió perdurar largos años. ¿Cómo iban a olvidarse tan pronto de que María la Herrera quien había descubierto las cinco llagas de Nuestro Señor en el brazo derecho de Águeda, la mujer de Juan García, y la había elevado entre las gente a la categoría de santa?. "Si ella entra por vuestras casas, es como si entrase señor san Lázaro", decía la Herrera, y "en su presencia añadía se obtienen muchas perdonanzas". ¿No creerían otras personas del pueblo haber visto alguna vez al misterioso romero, que se aparecía a la hechicera, y precisamente en ciertas fiestas y lugares?. ¿Qué conexión podía tener todo aquello en el hecho de que también en esas mismas fechas, fiestas señaladas del año litúrgico de la Iglesia, y en lugares parecidos, encrucijadas de caminos, es cuando se celebran las audiencias del demonio con sus clientes las brujas?.
Es curioso también que en la encrucijada de otros caminos, viniendo de Huete, pasada la sierra del Val del Moro un mozo de Tinajas, Alonso García, había profanado una cruz que allí estaba "enhiesta y elevada", llamada Cruz del Viso, rompiendo su espada con las "cuatro o cinco cuchilladas de tajo y través", que le había propinado, dejándola derribada en el suelo. Aunque alegó estar "tonto y borracho", no pudo evitar que el Santo Oficio le penitenciase. Y esto no hacía tantos años. Había tenido lugar en 1600.


LAS MAS IMPORTANTES BRUJAS

Repito: Estas cosas no se olvidan en varias generaciones. Por eso, llegados a los años de 1640 y 1641, la fama de brujería que comenzaron a tener los miembros de la familia León y que ya se incubaba de tiempo atrás, cayó en terreno propicio. La madre, Catalina de Porras, mujer de Pedro de León, había vivido en opinión de hechicera y ahora, últimamente, el pueblo entero sospechaba de los hijos. Un Francisco de León, pariente de estos, era el acompañante, aunque él no parece haber intervenido en la acción, del Alonso García que acuchilló la Cruz del Viso. Coincidencias.
En las declaraciones que tomó el comisario, enviado para este fin preciso por la Inquisición de Cuenca, encontramos hasta 34 testigos. No todos tenían experiencia directa de lo que atestiguaban, pero el número indica que el pueblo entero estaba pasando por momentos de tensión, de angustia y de terror.
Las acusaciones de brujería se hacían contra Catalina de León, casada con Domingo de Buendía, y contra sus hermanas Juliana y Ana de León. Resultaba también sospechoso un hermano de éstas, llamado Miguel de León. Si a esto se añade la fama que tuvo la madre, nos encontramos en presencia de toda una familia brujeril. A la cual probablemente se unían otros sujetos como se desprende de las deposiciones.
El protagonista y testigo principal era un mozo, Juan de Lete, hijo de Juan de Lete "el viejo". Este mozo trabajaba a sueldo, acaso de boyero. Al anochecer o más tarde se iba a dormir a una casa de sus amos, donde quedaba solo. Por eso la calle y la mansión ajena fueron los escenarios de sus temibles experiencias. Estas fueron cuatro principalmente. Así las recogió el comisario: "El 11 de febrero, a las doce de la noche, yéndose a acostar sintió ruido junto a la casa de Domingo de Buendía y vido un bulto medio blanco y, aunque lo procuró, no lo conoció, y fue a la casa que sospechaba que era la de Domingo de Buendía, y por una ventanilla tapada con un trapo vido a Catalina de León, su mujer, la cara muy negra, el cabello suelto, el pescuezo enjorguinado, y la oyó decir : ¡Ay qué dirán de mi , y lo repitió por dos veces. Y tuvo por cierto que el traje era de bruja".
Otra noche, "por fin de agosto de 1640, a las once de la noche, vido 3 ó 4 bultos, con una luz cada uno, y uno (llevaba) un panderillo. Todos bailaban. No conoció a ninguna".
La tercera fue la más impresionante: "El 24 de septiembre a la noche entraron donde estaba acostado 6 brujas y dos brujos. Ellas cada una con su luz da alcrevite y entraron en la cocina y una, a la puerta del aposento, dixo : ¡Qué bien duerme este!: Y (él) le dio un golpe a una con un estoque y la derribó y puso el pie en el pescuezo y ella, por que no la conociese, volvió la cara al suelo y, quiriendo darle cara, las demás le detuvieron el brazo y arrimaron a la pared y echaron al suelo. Dice que a quien dio el golpe fue Juliana de León y la conoció en el habla cuando llegó a la puerta y que a las demás no las pudo conocer". Sin embargo, en otra declaración posterior, Juan de Lete precisó más sobre esta misma aventura: "Que serían las once de la noche. Que le parecieron brujas en que llevaban cada una luz en la mano y tocaban un panderillo y iban bailando. Conoció que la luz era de alcrevite en el olor que dejaron en la casa y en el color azul. Que las que llegaron a apartarle a Juliana de León fueron Catalina de León y Ana de León, hermanas, y la dixeron que no dixese nada, que se lo avría de pagar si lo decía. Iban el cabello suelto, la cara untada con muchas señales negras, los pechos y la mitad de los brazos todo untado del mismo modo que la cara, y de la sangría a las manos una manga de mujer. Abrieron la puerta y se fueron y cuando él quiso salir tras dellas la halló cerrada... y abrió la puerta y vido que iban caminando con las mismas luces. Los dos hombres iban de la misma forma, les pendía mucho el cabello, parecían cabelleras postizas".
"Cuatro días después de aquella noche, entre las doce y la una de la noche, estando en casa de su amo a la lumbre, oyó crujir la puerta de la calle y levantóse y vido a la puerta de la cocina a Juliana del mismo modo y le dijo : ¿Es posible, Juliana?. Y (ella) dijo :Por vida tuya, que calles. Y la quiso coger y este salió al portal, donde no se atrevió a salir, y no sabe por donde se fue. Y de allí a una hora llegó a la pueta de la calle y la halló cerrada con llave como la dejaron cuando se fueron a acostar sus amos".
Para corroborar lo depuesto por su hijo, María Gusano, madre del mozo, dijo que "vido las señales y la sangre y un pedazo de cuero pegado a la camisa", como resultado de la lucha que había sostenido con las brujas.
Otro testimonio muy directo contra las hermanas fue el de Juan de Mialdea, afirmando que su hija Juliana, estando prometida a Bonifacio de Porras había prestado una aguja a Catalina de León y que, casándose al poco tiempo por más de veinte días no pudieron realizar el acto matrimonial. Al devolverle luego la aguja Catalina le preguntó "Si era buena y, respondiéndole que sí, dixo .Pues tuya es, bien cara te cuesta. De donde sospechó el testigo que cuando le dio su hija la aguja hizo el hechizo", pues, según él, Catalina tenía fama de que "ligaba", es decir, que tenía el poder de impedir que hombres y mujeres se conociesen sexualmente.
Lo mismo había sucedido a Alejo López, el cual "aviéndole negado una hilaza a Catalina de León, que se la pedía, en mas de tres meses no pudo tratar con su mujer, ni ella con él y se quejaba dello y, pasados tres meses, trujo un jarro de vino de su casa y bebieron y pudieron".
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