sábado

1ª OCRE Y VERDE

 Qué es VERDE Y OCRE

Verde y Ocre convierte el paisaje en símbolo y la experiencia personal en reflexión. Se trata de una escritura que se mueve entre la prosa poética y el apunte narrativo, donde cada texto funciona como una pieza de la memoria, el tiempo y la identidad arraigada en lo rural.

En sus páginas se revela una geografía emocional vinculada al espacio físico -la hoz, el río, los caminos, el molino, la plaza- para convertirse en protagonista. Cada rincón nombrado, cada elemento natural evocado, está cargado de resonancias afectivas y espirituales que hacen del territorio una extensión de la vida interior.

Se rehúye tanto del sentimentalismo superficial como del costumbrismo, propone una mirada contemplativa, que encuentra en lo pequeño -el susurro de una callejuela, el cruce de un gato negro, el sonido de las campanas- lo esencial. 

El tiempo, como hilo conductor, no es aquí una amenaza ni una nostalgia, sino que interpreta la existencia. Lo que ya no está - la casa de los abuelos, el verano perdido,- se vuelve materia de reconstrucción afectiva, mientras que lo que permanece -los olivos, los cipreses, las campanas, las arrugas- es testimonio  de continuidad. 

Las romerías, las imágenes marianas, los encuentros litúrgicos no se presentan como liturgia, sino como vivencias compartidas que contienen la fuerza del misterio y del sentido. 

Los personajes humildes, la dignidad que se otorga a lo cotidiano y la presencia constante de lo simbólico hacen que Verde y Ocre trate de transmitir lo local para situarlo en un territorio literario .

Se propone una lectura que exige lentitud y atención, como quien camina por un sendero antiguo, y se detiene a observar los detalles del camino. No busca el impacto inmediato, sino la huella perdurable. Y lo logra: si al cerrar sus páginas, el lector no solo ha visitado un lugar, sino que ha recorrido una vida. Y quizá también, sin saberlo, la suya propia.


Arturo Culebras Mayordomo

Madrid, 2025




VERDE Y OCRE


        Verde susurra la orilla del río,
        con ramas que tiemblan bajo el rocío,
        hojas que bailan al paso del viento,
        como un murmullo, como un lamento.

 

        La ribera canta en tonos de vida,
        en savia que brota, en savia que anida,
        con álamos altos, sauces rendidos,
        reflejo esmeralda de cielos dormidos.

 

        Y en la hoz se alzan, severas, las piedras,
        con rostro de siglos, con grietas sinceras.
        Color de otoño, de sed y silencio,
        ocres que cuentan del tiempo su precio.

 

        Allí se encuentran, no en guerra, en abrazo:
        verde que fluye, ocre en su regazo.
        El agua los une, los besa, los lleva,
        pintando paisajes que el alma revela.



ALBALATE DE LAS NOGUERAS

        Entre montes y cielos de azafrán, 
        reposa el alma de la vieja roca, 
        Albalate, tu encanto nunca choca, 
        pues naces puro de tu noble afán.

        Tus calles guardan ecos que se van, 
        susurran tiempos de campana loca, 
        y el río que a tu vera siempre toca 
        te canta con un ritmo ancestral.

        Los nogales al viento dan su danza, 
        y el sol, en tu horizonte, se demora,
        besando piedras, y flor con esperanza.

        De Cuenca joya, el alma que enamora, 
        mi voz en verso eterno hoy te lanza:
        ¡oh tierra que en mi pecho siempre mora!

        Albalate, rincón de paz serrana,
        donde el jamón compite con las nubes, 
        y el vino, es más que líquido,
        da charla larga y siesta soberana.

        Aquí no pasa el tiempo,
        ni el tren... (que no hay), ni turistas, 
        sólo un burro, dos perros y unos niños 
        que juegan al guiñote en la fontana.

        Y aunque el mundo allá fuera gire feo, 
        yo firmo ya quedarme eternamente:
        con pan, con sol... ¡y algún que otro paseo!




HOZ DEL TRABAQUE


En la hoz del Trabaque, el viento canta, 

bordando en susurrantes formas el cielo, 

la tierra se agacha, bajo su anhelo,

y el río, en su silencio, aún espanta.


Las rocas que el tiempo con su mano quebranta 

se alzan al alba, al frío y en desvelo,

y todo es eco en el lejano suelo,

donde la memoria en su fuerza planta.


Las sombras del Trabaque, en su misterio, 

responden al viento con voz divina,

y dibujan en cada curva del camino, 

donde el alma vive, sin destino.


En la hoz del Trabaque, tu nombre suena, 

como un susurro suave entre las brisas,

y en cada curva, mi alma se desliza, 

buscando tu mirada me que llena.


        El viento acaricia tu piel que me serena, 
        y el río, al pasar, tu amor eterniza,
        mientras el sol, en su luz, me avisa 
        que sin ti mi corazón se frena.

        Bajo el cielo, donde el alma se enternece, 
        mi amor por ti crece, como la tierra,
        y en el suspiro de las rocas,
        mi vida en tu abrazo se encierra, 
        pues en la hoz del Trabaque,
        solo en ti hallé mi más dulce fervor.





CALLEJUELA DE SUSURROS

            Callejuela dormida entre las piedras, 
            que susurras viejas glorias al que pasa; 
            y la hiedra en los balcones se entrelaza, 
            al tiempo juega a armar su propia vida.

            Faroles titilando como sedas
            dan luz a cada sombra que se abraza, 
            y el viento, en su caricia que no cansa, 
            despierta melodías muy serenas.

            Un gato cruza lento la penumbra
            y deja su misterio en cada esquina;
            se escuchan pasos... nadie los vislumbra.

            La noche allí no asusta, 
            más bien se vuelve amiga,
            y abraza al corazón que se avecina.




LAS CAMPANAS DE LA IGLESIA


Resuena el bronce al alba en armonía, 

las campanas del templo se despiertan, 

sus ecos por los cielos se dispersan,

y anuncian paz al alma cada día.


Sus voces tiemblan dulces, con porfía, 

como si el mismo cielo las guiara;

la fe del pueblo, antigua y siempre clara, 

se alza en su canto lleno de poesía.


A veces suenan tristes, como en duelo, 

llamando al corazón a la esperanza, 

otras, celebran júbilo en el suelo.


Son alma del lugar, son confianza, 

con cada repicar tocan el cielo

y el alma se arrodilla en su alabanza.


 




EL VIEJO MOLINO

            En el camino, al final del olvido,
            se alza el molino, viejo y quebrado, 
            donde el agua en su rueda ha cantado 
            mil historias que ya han sido olvidadas.

            Sus paredes, ya grises y cansadas, 
            guardan ecos de risas y sudores, 
            y el río, que un día fue fiel testigo,
            murmura secretos entre sus rumores.

            Los años han dejado la marca en su alma, 
            y la hierba crece donde antes hubo vida,
            el rodezno ya no gira en su agónico abandono, 
            como un reloj que no sabe su hora.

            Allí donde el viento y la memoria se abrazan, 
            el molino se apaga, pero no olvida.

 



EL BAILE DE LAS MARIPOSAS

             En el claro del bosque encantado, 
            donde el sol susurra en la hoja dormida, 
            las mariposas, con vuelo alado,
            tejen danzas al alba encendida.

            Vestidas de fuego, luna y rocío, 
            se deslizan sin ruido en el viento, 
            cada aleteo, un verso tardío, 
            cada giro, un eterno momento.

            Van danzando entre flores abiertas, 
            dibujando espirales doradas,
            como notas que cruzan las puertas 
            de canciones jamás entonadas.

            Son poetas del aire en la brisa, 
            mensajeras de luz y esperanza, 
            y en su baile, la vida se alisa
            como un sueño que nunca se cansa.

 



HOY VI LA MUERTE PASAR
 
Hoy vi la muerte pasar, 
con su manto gris y helado, 
sin prisa, sin miradas,
sin palabras, sin cuidado.

Caminaba en silencio, 
como sombra que se alza, 
por las sendas olvidadas, 
donde el eco no abraza.

Sus ojos no brillaban, 
eran dos pozos vacíos, 
y en su rostro lejano, 
se reflejaban los fríos.

La vi cruzar sin ser vista,
por la calle del olvido, 
donde todo se disuelve
y el tiempo queda perdido.

No me dio miedo, ni pena, 
solo un suspiro profundo, 
como quien observa en calma 
el final de todo el mundo.

Hoy vi la muerte pasar, 
y su paso fue tan leve,
que apenas pude notarlo, 
como un sueño que muere.

Pero en su paso, vi algo, 
una enseñanza callada:
que la vida, aunque efímera, 
es la joya más preciada.

Hoy vi la muerte pasar,
 y en su sombra entendí,
que mientras ella camina, 
el alma se queda aquí.

 




EL NIÑO SORDO Y EL JILGUERO


            En el rincón del campo, en un valle lejano, 

            vivía un niño sordo, de alma pura y en calma. 

            No oía el viento ni el canto del río,

            y su corazón latía sin sentir el frio.


            Bajo un árbol frondoso, el niño se sentaba,

            y aunque el mundo callaba, su mundo él soñaba. 

            Le gustaba mirar las flores al viento,

            y ver los colores bailar en el tiempo.


            Un día llegó un jilguero, con su canto brillante, 

            su pico afilado, su vuelo elegante.

            Volaba en círculos, saltando de rama en rama, 

            y el niño, sin oír, le sonrió con el alma.


            El jilguero se acercó, como buscando un amigo, 

            y al posarse en la rama, al niño hizo testigo 

            de un lenguaje que no se escuchaba,

            pero en su pecho, su magia tocaba.


            Con sus ojos brillantes y su alma de oro, 

            el jilguero danzó en un giro sonoro.

            El niño, aunque sordo, comprendió su mensaje, 

            un canto sin palabras, un dulce viaje.


            Y aunque nunca escuchó un solo sonido, 

            el niño aprendió del ave el sentido,

            que a veces no hace falta el ruido del aire, 

            para sentir la belleza que el corazón comparte.


            Juntos, el niño y el jilguero, crearon un lazo, 

            un lazo de sueños, un mágico abrazo.

            En el silencio del campo, entre flores y viento, 

            vivieron en paz, con el alma en movimiento.


            Y así, sin palabras, pero llenos de canto,

            el niño y el jilguero compartieron su encanto. 

            Porque en cada mirada, en cada gesto fiel,

            se oyó un amor sin final, que hablaba en su piel.



AMIGO


                Te fuiste, amigo, sin despedirte

            Nos dejaste sin tu risa, sin tu voz,

            como quien parte en medio de la noche

            y no deja huellas ni adiós.


                Te fuiste en un silencio tan profundo

            que dolió más que mil palabras.

            Y aquí nos quedamos, rotos,

            con tu nombre ardiendo en el alma.


                Tu ausencia pesa en cada esquina,

            en los lugares donde solías estar.

            El mundo sigue su curso,

            pero ya no sabe igual.


                A veces juramos escucharte,

            en un chiste, en una canción,

            como si aún te quedaras un instante

            con nosotros, en el corazón.


                No sé si supiste cuánto importabas,

            cuánto tu luz nos tocó,

            pero te llevas parte de nosotros

            en ese viaje al que solo Dios llamó.


                Y aunque te fuiste sin despedida,

            te quedas para siempre aquí,

            en la memoria viva de los tuyos,

            donde el amor no tiene fin.




SE SECÓ EL RIO

                    El río ya no canta su murmullo,
                se apagaron sus aguas, se esfumó su brillo.
                Su lecho, ahora seco, guarda el eco
                de los sueños que al viento se perdieron lejos.

                    Las piedras, que antes dormían en su cauce,
                hoy se asoman, solitarias y grises,
                como testigos de un tiempo que se aleja,
                de un suspiro de vida que se apaga en su orilla.

                    Las aves ya no danzan sobre su espejo,
                el sol ya no juega con su reflejo.
                La tierra que se quiebra, con grietas profundas,
                muestra su pena en cada una de sus hondas.

                    ¿Quién robó el agua, quién hurtó la calma?
                ¿Quién secó el río que arrullaba el alma?
                Hoy solo queda la memoria de su curso,
                y un susurro perdido en el desierto oscuro.


Canto en soledad

                  No me hace falta más que mi silencio,
                convivo con la piedra y con el monte.
                Mis compañeros callan, van sin prisa,
                no piden más que el paso, y la presencia.

                Mis ojos ven lo que otros no alcanzan,
                mis oídos comprenden el susurro,
                el canto de la tierra y sus secretos:
                de los grillos, las cigarras y las aves.

                El agua baja clara entre los riscos,
                los álamos susurran a los cielos,
                y los jilgueros se buscan entre las ramas,
                y el viento, es un amante que se esconde.

                El campo huele a ajedrea y romero,
                a tomillo que embriaga sin nombrarse,
                a flores que se ofrecen en la sombra,
                con tímido perfume entre sus pétalos.

                El humo que se eleva desde el fuego
                no es humo: es una ofrenda que perfuma.
                Retama, olivo y pino arden,
                y el aire se hace aroma, no humo.

                Y cuando cae la lluvia sobre el suelo
                y besa la corteza polvorienta,
                la tierra exhala un canto silencioso
                que va directo al alma como un sueño.

                Entonces todo aroma se hace eco,
                se vuelve un dulce y hondo pensamiento:
                recuerdo de la vida más serena,
                del gozo de la paz y la belleza.

                Allí, en el otero seco y pelado,
                hallaré la calma que siempre espero,
                desde su altura, el valle contemplado,
                álamos que trazan el curso sincero.

                Memoria guardada en árboles caídos,
                y otros que en su lugar han renacido,
                fuertes, vigorosos y decididos,
                otros, en el fuego han sido vencidos.

                El olivar duerme en gris verdoso intenso,
                troncos retorcidos, piel castigada,
                raíces que buscan alimento inmenso,
                cuarteada piel, por el sol que abrasa.

                Cerezos, en el rincón que del frío resguarda,
                flores níveas que visten sus ramas serenas,
                troncos esbeltos con amoratada alma,
                rojas cerezas, vida que se enciende.

                Ascendí por la cuesta pedregosa,
                el pecho ardía en ansias de reposo.
                Allí, el río susurra su quebranto,
                desciende en laberintos de cristal
                y anuncia, en voz de espuma y canto:
                «¡Aquí estoy! ¡Ya vengo!».

                Mas debo regresar: el sol declina,
                y el tiempo vuelve eterno lo cercano.
                Revivo cada huella que camina,
                vestigio entre la tierra y lo humano.


MI PUEBLO SE ESTÁ MURIENDO

                  Mi pueblo va muriendo lentamente, 
                sin grito, sin rumor, sin rebelión.
                Como una flor marchita por la gente, 
                que cae al fin del tallo, sin razón. 

                Las calles ya no tiemblan al andar,
                ni hay voces que se escuchen a lo lejos.
                Sólo las piedras saben recordar
                el eco viejo de los días viejos. 

                Las puertas no se abren, sólo crujen, 
                cerrando los vestigios del ayer. 
                Y sueños que en el polvo se recogen,
                no encuentran quien los quiera ya tener.

                Las tardes ya no traen ni una risa, 
                ni el vuelo de cometas al azul.
                No hay cuentos bajo el árbol, 
                ni la brisa que lleve un canto juvenil. 

                La escuela, ya no canta en la mañana,
                el bar perdió su paso y ritual. 
                No llega ya el cantor con su guitarra,
                ni el viejo con su paso habitual.

                Los muros son testigos del silencio, 
                de historias que el olvido quiso arar.
                Y el viejo reloj mudo en su desvelo, 
                ya marca horas que no han de pasar. 

                Pero en mi pecho late todavía
                la imagen de ese mundo que se va.
                Y mientras viva en mí su melodía, 
                mi pueblo con mi alma vivirá.


















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