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Costumbres y rebuznos alcarreños

Costumbres y rebuznos alcarreños
José Aguado Martínez


Apología del paleto alcarreño


Son dos las razones que me han movido a escribir estos Réplica y comentarios a "Costumbres y Rebuznos Alcarreños", de El Pólito y El Celipe: una, exponer y alabar, no sin recelar de mis limitaciones y temiendo quedarme corto, el valor filológico y hasta literario del habla de nuestros antepasados; la otra, borrar la idea, que podría deducirse tras la lectura del original, de que el paleto alcarreño era una especie de híbrido entre el asno y el homo antecessor.

Dejando para un capítulo siguiente la exposición de las razones filológicas (sin duda muy importantes) que me animaron a emprender este trabajo, voy a centrarme ahora en el análisis y consecuente valoración de aquel personaje ya extinto que era el paleto alcarreño, dejando bien claro de antemano que utilizo esta palabra sin quitarle un ápice de la considerable carga de dignidad que lleva consigo ni del respeto que se merece.

Ya no hay paletos. Ahora somos todos muy modernos, la mayoría estarnos movilizados y automovilizados, todo el mundo sabe decir cenquiú, body y ailavyú; pero también es tristemente cierto que hemos perdido nuestra idiosincrasia, los signos de identidad que resultaban comunes y exclusivos de los individuos de cada pueblo, por pequeño que fuese.

Y es más triste todavía pensar que muchos alcarreños ni siquiera se han dado cuenta de esta pérdida, porque no han llegado a conocer esos valores que, al mismo tiempo, nos identificaban entre nosotros y nos distinguían de los demás. Éstos no pueden añorar nada, porque no se echa de menos lo que no se ha conocido; pero los que hemos vivido otros tiempos, que no califico de mejores ni de peores, sino de distintos, sí que lamentamos con nostalgia la desaparición definitiva de muchos tipos de personas, costumbres, modos de vida y hasta enseres y utensilios que, aunque no siempre, en muchas ocasiones tenían unos valores humanos muy superiores a los que encontrarnos en nuestra sociedad actual.

El principal de todos estos tipos era, sin duda alguna, el paleto, en sus dos aspectos (masculino y femenino), totalmente distintos entre sí; pero perfectamente complementarios.

Tal vez por su aspecto tosco, su timidez y hasta recelo ante lo desconocido, su torpeza de palabra, su analfabetismo o, en el mejor de los casos, su letra destartalada y su conocimiento nulo o escaso de lo que se aprende en los libros, el paleto ha estado considerado siempre como un hombre inculto y hasta ignorante. Se equivocan rotundamente quienes piensen así: tenía una cultura valiosísima; pero incomprendida por ser tan básica que no sintonizaba con los esquemas mentales de quienes pretenden destacar buscando lo especial y distinguido, pensando erróneamente que lo complejo enaltece al hombre.

El campesino estaba tan acostumbrado a palpar a diario en la Naturaleza una gama amplísima de misterios de la vida, que los veía con una sencillez inefable. Familiarizado con todos estos enigmas, primarios y profundísimos, e incapaz de comprender lo incomprensible de la sinrazón humana, despreciaba, como algo que no sirve para nada, muchas cosas inútiles y hasta nocivas. que la sociedad que se consideraba evolucionada tomaba como meta (unas veces, inalcanzable y, casi siempre, frustrante).


Sobre los autores y su obra

Basándome en la tradición, en los comentarios de la Explicación previa de la edición facsímil mencionada en el prólogo de esta obra (donde se inserta un "-al parecer-" que mantiene mi incertidumbre) y en las referencias que se hacen a Valdeastillas y Cornifuerte, la primera idea fue que los autores eran los curas de Castilforte (Guadalajara) y Valdeolivas (Cuenca), sin poder determinar a qué pueblo correspondía cada uno.

Tratando de conseguir más datos que esclareciesen la personalidad de los autores, me puse en contacto telefónico con la alcaldesa de Valdeolivas, Rosi Aguado, quien, con toda amabilidad, me dio alguna pista sobre uno de estos sacerdotes. Me dijo que ninguno de ellos fue párroco de Valdeolivas; pero el que firma como El Celipe fue, en realidad, Felipe de Manuel Trúpita, hijo de esa localidad conquense, donde nació el día 14 de septiembre de 1877, ejerció su sacerdocio en el pueblo cercano de Alcantud y falleció como consecuencia de un baño en el río Guadiela.

Posteriomente, el párroco actual de Alcantud, Francisco Javier Gómez Ortega, tras consultar lo datos que figuran en el registro parroquial, me informó de su fallecimiento, ocurrido el día 4 de septiembre de 1919, cuando le faltaban diez días para cumplir 42 años.

En el mencionado registro parroquial de Alcantud figura una inscripción, fechada el día 5 del mismo mes, en la que se reseña el enterramiento del cadáver de "Felipe de Manuel Trúpita, hijo de Patricio de Manuel y María Trúpita, de 41 años, fallecido el 4 del mismo mes, de congestión cerebral, sin recibir ningún sacramento, por la índole de su enfermedad".

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