miércoles

Memorias del internado de Cheste (2)

Los primeros días

El texto siguiente procede del libro "Memorias de un interno en Cheste"
de Francisco Omil Prieto

Lo que más recuerdo de los primeros días fue el constante ir y venir de un sitio a otro, todo un mundo de cosas nuevas que no habíamos visto antes. La sala de TV y las primeras charlas del Dire (D. Andrés Garcia Marco) ante una masa de 200 chiquillos, los comedores, los pasillos, los corredores exteriores, el porche de las residencias y las largas, larguísimas escaleras. Porque yo estaba en el colegio Águila (en mi caso en el colegio Castaño), ubicado en lo más alto de la segunda residencia, el sexto piso (en mi caso en la tercera residencia y también en la sexta planta). Y aquello del ascensor de la primera noche se había acabado, a partir de ahora siempre que necesitara ir o regresar de mi habitación tendría que recorrer aquellas seis plantas de escaleras.
Creo que durante esos días no me enteraba de nada, sólo me limitaba a seguir a los demás, aunque supongo que era la etapa inicial de captación de información, hasta conocer lo suficiente para empezar a integrar todo aquello en algo digerible en nuestro cerebro.
(...)
los grupos de chicos de cada habitación empezaban a cuajar. Al principio comenzamos llamándonos por el nombre de las provincias, por eso a Eloy lo llamábamos Teruel; yo era Pontevedra, etc. Estábamos casi todo el día juntos, en el comedor cada habitación tenía asignada una mesa y de su gestión se encargaban todos los componentes de la misma; en las clases estábamos en el mismo aula (los 200 chicos del colegio estaban divididos en 5 grupos para la docencia) y luego estaba la convivencia en la habitación. En nuestro caso, todo ello forjó rápidamente vínculos entre nosotros.
(...)
De hecho, cuando volví a ver a mi paisano unos días más tarde, no tuve demasiada necesidad de quedarme con él. Ya éramos conscientes de donde estaba cada uno y nos gustaba contarnos anécdotas, aunque él no había tenido una relación tan buena en su habitación. A pesar de que me hubiese gustado estar a su lado, ya me consideraba miembro de mi colegio y no estaba dispuesto a dejarlo por otro aún por la posibilidad de volver a estar con un paisano.
(...)
Y así, antes de que nos diésemos cuenta, se forjaron una serie de vínculos como en forma de círculos concéntricos: con el grupo de la habitación, con el colegio y con el conjunto de la Laboral.
A pesar de las añoranzas de casa y las dificultades obvias de adaptación a este nuevo entorno, yo experimenté una integración muy rápida tanto en la habitación como en el colegio. Por supuesto que tuve momentos tristes, algún que otro llanto, pero en general poca cosa. El calor que siempre me había brindado mi familia comencé a sentirlo por parte de los propios compañeros de habitación y, especialmente, por el gran equipo docente del colegio . Fue precisamente en los primeros momentos, cuando aún no sentía ese calor y todos y todo era extraño, cuando sentí mayor tristeza. Recuerdo algún chico que no lo soportó y se volvió a su casa, curiosamente uno de la provincia de Valencia. Ante esa perspectiva yo siempre lo tuve claro: no me iría. Este solía ser un tema que trataba con mi paisano durante los escasos ratos que pasábamos juntos.


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