sábado

CUENCA, INSPIRACIÓN DE ARTISTAS (I)

El viaje de D. Luis de Góngora y Argote


¿Quién señala camino entre pinares a don Luis para que se venga a Cuenca? Qué mano o caballero persuade al poeta, ya sacerdote, capellán del rey Felipe III, habitante no se sabe dónde, a presentarse en Cuenca? Acaso aquellas damas de Córdoba, amigas de aquella ilustre y hermosísima María a la que ironiza por el feo servicio de sus criadas? A la calle real de San Pedro, más al alcazar quizá que el 1604 vio hundirse su muralla, o a los barrios de San Martin, da palique el clérigo, deshaciendo su lengua de ironías a las entradas y salidas del coro catedralicio, casi a las últimas el docto y buen poeta de don Sebastián de Orozco y Covarrubias, confundiendo al canónigo, platicando con don Juan del Castillo, magistral, bajo aquel humilde y amigo de los pobres, siempre entre sus gentes sencillas, el obispo don Andrés Pacheco que lo fuera de Segovia y a Sevilla no quisiera ir por su enamoramiento de esa Cuenca ironizada y magnificada por el poeta cordobés, de estos peñascos, como lo vio Atlante,/ y damas son de pedernal vestidas.
El viajero se queda entre el júbilo invicto de la belleza que contrasta poderosamente con el cruzarse de piernas estallando en ironías, están los chismes y el encogimiento de la usura, la tacañería y el frío intenso que produjera tristezas en don Pedro Portocarrero y una nevada intensa, cual nunca fuera, en 1605; están los pasmos galanos de las serranas que visten palmillas que menosprecian/ al zafiro y la esmeralda, bellas y donosas serranas de los pinares del Júcar, bailando, y que arrancan el gran cumplido, la extraordinaria imagen poética, pocas veces igualada: ellas, cuyo movimiento/ honestamente levanta/ el cristal de la columna/ sobre la pequeña basa. En una ciudad cuyos días llenan de lanas y de tintas las aguas famosas del Júcar o las mínimas del Moscas a las que otro poeta cantara, don José de Villaviciosa: Tiene la fama de lavar la lana/ Júcar, mas la verdad nos certifica/ que suele el Moscas arrancar las sacas/ y no dejar por donde pasa estacas.
Erase en Cuenca lo que nunca fuera. Debió prosperar poco la mesa y ser parcos los manjares de la casa acojedora, creyera estar en plena cuaresma, falto de dulces y de carnes. Pero el poeta es más sensible a la belleza, llega a utilizar un juego único de sutilezas, ironías, cumplidos, alabanzas. Los frisos de las hoces, las columnas calcáreas y retorcidas, casi barrocas columnatas de elíptica plaza romana, afortunan un solemne soneto que casi es sonrisa y es estallante admiración: Quizá vieron el rostro de Medusa/ estos peñascos, como lo vio Atlante,/ y damas son de pedernal vestidas. La alusión mitológica es un acierto, Medusa ha estado en Cuenca y de ahí su magia, su encantamiento, la transformación de unos seres de carne y hueso en extrañas criaturas de piedra dura. La Gorgona, decapitada ya, colocada su cabeza en el escudo de Palas, ha dejado volar por estos cielos el bellísimo caballo, Pegaso brincando sobre las hoces, el hijo de Poseidón y Medusa, cabalgando seguro sobre los peñascales, sobre las ninfas que la madre celosa y cruel convirtiera en damas de pedernal vestidas. Crisaor a merced de los presagios sigue cubriendo la sangre que Perseo utilizara en el bien y el mal. Cuenca y piedra son para don Luis de Góngora y Argote la única válida respuesta a su viaje.




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