domingo

Los novelistas juzgados por sí mismos

Los novelistas juzgados por sí mismos
LUIS ESTESO Y LÓPEZ DE HARO


Algunos lectores míos afirman que “La Lujuria” es más obra, que “La Vanagloria, pero yo creo firmemente todo lo contrario, “La Vana­gloria, es la novela más valiente y más sincera de estos tiempos.

Solamente algunas novelas de Ba­roja, no todas; La Tía Tula de Unamuno, y “Belarmino y Apolonio de Pérez Ayala, pueden compararse a “La Vanagloria, en la parte fun­damental ideológica.

Si en lugar de firmar “La Vana­gloria con mi nombre y mi primer apellido, dando motivo a que se me confunda con el artista dé este mis­mo nombre, hubiera puesto mi se­gundo apellido, el López de Haro, seguramente la novela hubiera sido leída por otros hombres de una ele­vación espiritual mucho más exqui­sita, que los que acostumbran a ver en los escenarios a Luis Esteso, refiriendo “El Crimen de Cuenca, y La Vanagloria, se hubiera discu­tido seriamente ya que en ella se plantea de una manera definitiva el problema de los toros y se da al traste con el valor de los decantados ídolos, demostrando que las células del valor taurino radican en urnas glándulas desconocidas hasta hoy por los hombres de ciencias, una vez que el ídolo de la plebe es un impo­tente por atrofia.

Leo a todos mis contemporáneos, y los admiro can. fervor, pero como espiritualmente me acerco más a Cervantes que a Pereda, (de quien no he podido terminar dos o tres libros que me he propuesto leer), y a Una­muno que a Galdós, que también es de una pesadez insoportable; y co­mo Baroja me entretiene más que Fernán Caballero, y Pérez de Ayala, más que Trueba, porque nadie manda en mi temperamento, y en mi gusto crítico, seguiré admirando sobre los demás a los novelistas que más me parezco, sin que por esta razonable predilección, se puedan ofender, Blasco Ibáñez, Joaquín Belda, Álvaro Retana, Francés, Her­nández Catá, Díaz Caneja, Francis­co Camba, el autor de “Encantiño, y otros que hoy escriben verdaderas joyas, por no citarlos a todos, con una mención aparte para Palacio Valdés, a quien cuento entre mis preferidos.

Los escritores que más me deleitan son los filosóficos. «Noches Áticas de Aulo Gélio, me parece una obra más interesante que las demoledoras latas de don Julio Casares.

La Unión Ilustrada, 1926

Valle Inclán es un gigante, a quien jamás trataría yo de imitar, y cuyas novelas quedarán, a pesar de haber sido apaleadas, por don Julio.

¿para qué decir que odio a los que tiran piedras al jardín ajeno y dejan sin sembrar el suyo, y que en­tre Antonio Valbuena y Álvaro Re­tana media un abismo, y me quedo con los libros de Alvarito, donde to­do es gracia, ligereza y benevolencia?

Juvenal y Marcial, como los filósofos alemanes, y como todo hombre que dice cosas nuevas, tiene en mí un lector. Yo no puedo leer un libro sin que el autor diga algo original, porque a la cuarta página lo cierro y lo regalo, aunque haga más daño con ésto que el autor al escribirlo.

Como yo soy amante de los clási­cos, entre los que prefiero a Cervan­tes y Quevedo, toda obra que no sea satírica y moralista me parece ino­cente y pobre, pues a través del tiempo, sólo queda la sátira, y como yo creo que mis obras “deben que­dar, pues no escribo con otro fin, y decir otra cosa sería engañarme a mi mismo, pues por esto solamente he lanzado al mundo “El Pequeño Derecho”, “Baccará y treinta y cua­renta”, y “La que todo lo dio, no­velas morales y francamente satíri­cas, que la gente lee menos de lo que ellas se merecen, pero que con el tiempo pasarán a ser las únicas que con las de Unamuno, Baroja y Pérez de Ayala, se reimpriman por hombres, de verdadero gusto litera­rio, para salvarlas del olvido.

No he nombrado antes a Pedro de Répide, a Emilio Carrere, y a Ra­fael López de Haro, pues con los tres famosos novelistas me unen afectos tan conocidos de todos, que una alabanza mía pudiera parecer una claudicación, y yo, que soy tan franco para decir que no me gusta Diego San José, tampoco tengo in­conveniente en afirmar que me en­cantan las obras de estos tres inge­nios, como si fueran mías.-
Luis Esteso y López de Haro

Buen Humor, 1926


Heraldo de Madrid, 6-09-1927

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