Zaida, princesa y concubina
Agrimiro Saiz Ordoño
La vida de la princesa Zaida no solo está llena de amplias lagunas, como por ejemplo su fecha y lugar de nacimiento, si no que además diversos historiadores manipularon de forma interesada pasajes importantes de su vida, rebatidas posteriormente por otros estudiosos basándose en diversas pruebas escritas, motivando que cualquier intentona de realizar una biografía medianamente completa resulte casi imposible.
Su madre es una absoluta desconocida y en lo que respecta a su padre los antiguos cronistas cristianos como Pelayo de Oviedo en el Chronicon Regum Legionensium, la Crónica Najerense, Lucas de Tuy en su Chronicon Mundi, Jiménez de Rada en De rebus Hispaniae, y en la Primera Crónica General afirman que Zaida fué hija de Abenabeth, rey de Sevilla, es decir Muhammad b. ´Abbad al´Mutamid (1040-1095). Este parentesco fué comunmente admitido por la historiografía posterior e incluso hoy en día puede verse en algún texto.
También he leido en la Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa Calpe, que es hija de Almamum, rey de Toledo (?). Afortunadamente E. Lévi-Provençal (Hispano-arábica, 6) demostró, valiéndose de fragmentos cronísticos musulmanes inexplorados hasta entonces, aparecidos en la gran mezquita al-Karwlyin, de Fez, concretamente el tomo III del al-Bayan al-mugrib FiAhbar Muluk-al Andalus de Ibn Idari, que en realidad fué nuera y no hija del rey sevillano. El hecho de ser hija política parece ser que les fué motivo suficiente a los antiguos para declararla como hija natural. El Cronicón Villarense y, tras él, el Cronicón de Cardeña II dicen, sin mencionar a al-Mutamid, que era sobrina de d´Auenalfage, personaje al que Menéndez Pidal (La España de El Cid, II) identifica con Alhayib, rey de Lérida y Denia (1081-1090) o sea al-Mundir ´Imad al-Dawla.
Babbitt Theodore en su Crónica de veinte reyes afirma, entrecruzando datos, que era hija de Avenhabet, rey de Córdoba y Jaime de Salazar y Acha, en el trabajo Contribucion al Estudio del Reinado de Alfonso VI de Castilla en los Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía 2 (1992-1993) pg.299-343, vá más allá diciendonos que Avenhabet es hermano de al-Mutamid. Nadie menciona su niñez ni pubertad hasta que Al-Bayan al-mugrib de Ibn Idari relata que se casa con el hijo del rey de Sevilla, Abu Nasr Al´Fath al-Ma´mun, rey de Córdoba.
Alfonso VI (1040-1109) toma en 1085 Toledo, alarmando a los andalusies que ven peligrar su futuro, forzándoles a tomar la decisión, no sin grandes reparos, de llamar en auxilio a unos curtidos guerreros, nómadas bereberes -sobre todo lamtumas- del otro lado del estrecho llamados almorávides. Son estos unos integristas radicales del islam, incultos como su jefe Yusuf Ibn Tasufin, austero derviche, vestido con pieles de oveja que se alimentaba de dátiles y leche de cabra como los legendarios guerreros fundadores del islam.
El rey sevillano al-Mutamid le pide ayuda en estos términos:
«Él [Alfonso VI] ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas cruces y que sean regidos por sus monjes [...] Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor [...] y ahora contais con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el paraiso».
(Citado por al-Tud, Banu Abbad, de Ibn al-Jakib, al-Hulal, pg. 29-30).
Yusuf viene con su ejército y se encuentra con una tierra rica cual paraiso; también observa el relajamiento de los preceptos doctrinales del islam y la gran tolerancia para con los judios y cristianos. Esto le exaspera y, alentado por la división entre las distintas taifas, se vuelve contra los que le llamaron en auxilio. Caen Málaga, Granada y viendo el giro que habian tomado los acontecimientos el rey al-Mutamid le pide a su hijo al-Ma´mun, que le dejó al cargo de Córdoba, que aguante como pueda la posición de la ciudad, pues sería inevitable que tras la caida de esta fortaleza se pudiera mantener la de Sevilla. Los almorávides se acercan a Córdoba y al-Ma´mun preveyendo un fatal desenlace pone a salvo a su esposa, Zaida, enviandola con setenta caballeros, familiares incluidos, al castillo de Almodóvar del Río que anteriormente había fortificado y abastecido.
La dispersión de los barrios cordobeses y la connivencia de sus moradores influyeron decisivamente para que el 26 de marzo de 1091 cayera la capital según lo cuenta Abbad, T.Ipg. 54-55, Cartás y Abd-al-Wahid: «Fath al-Ma´mun intentó abrirse camino con su espada a través de los enemigos y de los traidores pero sucumbió al número. Se le cortó la cabeza, que la pusieron en la punta de una pica y pasearon en triunfo».
Enterada de la desgracia de su marido y de la pérdida de la ciudad en que vivió, sabiendo que ya nunca podría regresar, descarta dirigirse al palacio sevillano de su suegro, Al´Mutamid, al que se le presagia la misma suerte y acepta el consejo de este para ponerse a salvo: refugiarse en la corte toledana de Alfonso VI (entre ambos reyes hubo multiples acuerdos y desacuerdos, alianzas y batallas) siendo portadora de un tratado de estricta supervivencia, consistente en la entrega de las plazas en la frontera norte de Uclés, Amasatrigo y Cuenca para su defensa y protección a cambio de ayuda al sevillano ante la crítica situación frente a los almorávides.
Es en este punto donde casi ningún historiador se pone de acuerdo. Jiménez de Rada en su De rebus Hispaniae introduce la noticia de la entrega de diez fortalezas como dote. La Crónica General, la Crónica de veinte reyes y Sandoval y Florez lo dieron por bueno. Sin embargo E. Levi-Provençal (Hispano-arábica, 4) se mostró escéptico al respecto por que una cesión de esa naturaleza, como complemento al gesto de la entrega de una princesa era extraña a las prácticas musulmanas. Por otro lado J. González (Repoblación de Castilla La Nueva) lo califica como absurdo puesto que todavía vivía la mujer de Alfonso VI, Doña Constanza. En favor de esta hipótesis debe recordarse el dato de que poco más tarde, en 1093, Al-´Motawakkil de Badajoz buscó la ayuda de Alfonso a base de cederle Santarem, Lisboa y Sintra.
En una de las dos únicas publicaciones monográficas destinadas a nuestra princesa, Julio Perez Llamazares en la separata de la revista Hidalguia, numero 9 del mes de marzo-abril de 1955 con el título de Zaida recoge unos escritos del canónigo de la Real Colegiata de San Isidoro del siglo XII, Lucas de Tuy diciendo que «trató a los que trataron a Zaida, sin mediar más que una generación» y relata situando los hechos en el 1082 que «[...] como aquella doncella, llamada Zaida, hija del rey de Sevilla (?) llamado Benabeth, viendo los milagros que Nuestro Señor por su santo confesor -San Isidoro- tan magnificamente declaraba [...] renunciando a Mahoma y a sus falsedades, deseaba venir de todo corazón a la gracia del santo bautismo. Y como su padre fuere algo inclinado a la fé católica, por que según se dice, S. Isidoro se la había enseñado una noche que se le apareció por cierta visión, y aquella inclinación tenía secreta [...] acordó con el rey D. Alfonso hijo del rey D. Fernando el Magno, enviándole grandes dones y riquezas y suplicándole afectuosamente que tuviese por bien enviar sus caballeros por la dicha docella, y que la trajeran y pusietren a recaudo, pues tanto deseaba ser cristiana». En el conjunto de su trabajo hay aciertos pero al tratar de seguir al pie de la letra al Tudense, obviando otros, produce algo parecido a una novela.
El otro escrito sobre Zaida, donde lo de menos son las inexactitudes históricas, es un bello poema de la antigua lírica castellana, contemporanea y similar al Cantar del Mio Cid, aunque más reducido por estar prosificado donde describe a la protagonista como gentil princesa, doncella de gran hermosura, muy virtuosa, gallarda, discreta, esbelta, de singular belleza, de tez espléndidamente blanca, la epopeya no ahorra piropos, fiel al florido romanticismo dice que "se enamora de oidas" del «apuesto guerrero [Alfonso VI] gallardo y muy ducho en el manejo de las armas». Esta joya literaria medieval, El Cantar de la Mora Zaida, está recogida en Leyendas Epicas Españolas editado por Rosa Castillo en la colección Odres Nuevos de la editorial Castalia.
Lo cierto es que la llegada a Toledo de la joven y desvalida viuda turbó al maduro rey -51 años- que casado con una mujer enferma y sin hijos dio pie a unas relaciones sentimentales. Las aventuras extramatrimoniales de los monarcas eran habituales y la historia no habría tenido especial interés en mencionar los amorios con la bella princesa si no fuera por un hecho transcendental: tuvieron un hijo varón.
El rey castellano era muy mayor y tras cinco matrimonios y dos concubinatos (las relaciones incestuosas con su hermana Urraca merecen un aparte) no tuvo ningún hijo varón que le sucediera. Desde el mismo momento que nació Sancho Alfonsez el rey lo reconoció como su directo descendiente llamado a gobernar Castilla, León, Galicia con Portugal y el resto de condados.
Este hecho causó prejuicios en los cronistas cristianos apresurándose a incluir a la mora Zaida entre sus mujeres legítimas. Así Rodrigo Jiménez de Rada la insertó en el catálogo de las esposas legales, no sin embarullar de modo ostensible la lista de las damas reales. En la Crónica General se completó la transformación de la concubina en mujer legítima, debido probablemente al influjo del Cantar de la Mora Zaida con la afirmación de que «no fue barragana del rey, más mugier velada». Lucas de Tuy, en el siglo XIII, quiso suavizar el carácter de aquel enlace señalando que Alfonso la tomó "quasi pro uxore" y la Crónica de veinte reyes dice que fue "amiga" del rey. Sin embargo Pelayo de Oviedo afirmó taxativamente que Zaida fué concubina, afirmación que la Najerense repite al pié de la letra. Coinciden igualmente Alvarez Palenzuela y Luis Suarez Fernández en su Historia de España. Menéndez Pidal, respaldado por Levi-Provençal, restableció la verdad histórica al reafirmar el carácter de mero concubinato de aquellas relaciones. El hecho de no aparecer su nombre en ningún diploma real, al contrario que las esposas legales, lo corrabora. Recientemente Reilly en El Reino de León ha intentado renovar la idea del matrimonio fundándose en una referencia documental poco precisa dando a entender que el rey Alfonso queriendo confirmar los derechos al trono del infante Sancho habría repudiado en marzo de 1106 a su cuarta mujer para casarse con Zaida. Tal exposición carece de fundamento serio y pugna con las fuentes cronísticas, también sabemos que la princesa murió antes de ese año y finalmente, con la rotunda continuidad de la presencia de su esposa en los diplomas alfonsinos.
Habría incluso que pensar en un tercer escándalo: Alfonso estaba casado con su quinta mujer en abril de 1108, es decir, dos años después del supuesto repudio de su cuarta mujer. Se impondría admitir que Alfonso hubiera tenido también que repudiarla para contraer nuevas nupcias. P. Florez hablaba en su tiempo del laberinto de las mujeres de Alfonso VI donde se entra con facilidad pero se sale muy dificultósamente».
Zaida se acomodó en la corte castellana, renunció al islamismo, corriendo el riesgo de muerte que tal acción suponía entre los mahometanos, y se bautizó en Burgos con el nombre de Isabel (no confundir con la francesa Isabel). No solo conservó todas sus costumbres si no que las difundió e introdujo nuevos y frescos aires culturales de la esplendorosa sociedad musulmana. El historiador árabe, conquense de nacimiento, González Palencia escribe en su Historia de la España Musulmana que la corte de Alfonso VI, casado con Zaida (?), parecia una corte musulmana: «sabios y literatos muslimes andaban al lado del rey, la moneda se acuñaba en tipos semejantes a los árabes, los cristianos vestian a usanza mora y hasta los clérigos mozárabes de Toledo hablaban familiarmente el árabe y conocian muy poco el latín, a juzgar por las anotaciones marginales de muchos de sus breviarios».
Alfonso y su joven amada fueron inmensamente felices como se deduce por los epítetos con los que la enalteció "amantísima" y "dilectísima". Como fruto de su amor Zaida quedó embarazada, pero a la vez que nacia el tan deseado y esperado niño, Sancho Alfonsez, moría la madre. El rey quiso que descansara en el mismo sitio que había destinado para él mismo, sus reinas e hijos, y con tal fin le enterró en el Monasterio de Sahagún, exactamente en «el coro bajo, antes de llegar al atril» (La Flor de lis, Crónica histórica de los doce Alfonsos de Castilla y León y de las augustas reinas católicas, Angel Gamayo y Catalán, 1878). Quadrado, en sus Recuerdos y bellezas de España, dice que en«Sahagún descansa en túmulo alto el rey y debajo de una sencilla lápida Isabel y el joven Sancho, su hijo». Según el epitafio que se conservaba, parcialmente destruido, murió de sobreparto, en León, por la mañana a la hora de tercia el jueves 12 de Septiembre, desconociéndose el año «Una luce prins septembris quam foret idus sacina transivit feria 5 hora 3 Zaida Regina dolens peperit».
Hay también otro epitafio en una humilde losa en el suelo en San Isidoro de León, tardio, que cita Sandoval (Cinco Reyes) con el doble dato erróneo de que era hija del rey de Sevilla y fue reina «Hic quiescit Regina Domna Elisabet uxor Regis Adefonsi, filia Benabteh Regis Siuiliae, qua prius Zaida fuit vocata». Tambien lo cita Florez (Reinas Católicas), aunque con duda sobre su autenticidad. Así pues, se desconoce el año exacto del óbito, Reylly, Sandoval y Levi-Provençal dicen que en el año 1093, Florez y Menéndez Pidal lo situan el el 1099 y Fita se descarta por el 1101.
Sabiendo que su hijo murió en la famosa Batalla de Uclés o de los Siete Condes el 29-V-1108 «cuando era niño, incapaz de defenderse pero podía montar a caballo», precisiones que mueven a suponer que contaría entre 8 y 15 años. Podemos afinar más, sabiendo que aparece en los diplomas reales del año 1107 con los títulos de «puer, infans, regis filius o Toletani imperatoris filius», lo que confirma que Sancho era todavía niño, con 12 o 13 años cuando murió en Uclés. Lo mas indicado sea pensar que naciera, y por tanto falleciera su madre, entre 1095 y 1097.
La pronta muerte del príncipe me mueve a imaginar sobre el alcance que pudo suponer el hecho de que fuera hijo del rey cristiano del norte y una princesa mora del sur: encarnaba en su sangre todas las Españas, era doblemente hispano por su condición de musulmán y cristiano. ¿Estaría destinado a gobernar una península unificada?. Como descendiente musulmán que era, ¿no trataría de unificar más allá del estrecho... ?.
Pero no acaban aquí las vicisitudes. El Monasterio de Sahagún sufrió dos incendios, uno en 1812 y otro en 1835. Su comunidad fué exclaustrada temporalmente de 1820 a 1823 y definitivamente en 1836, lo que repercutió en los traslados de restos yendo a parar a la cámara del abad, al archivo, detrás del altar mayor y a la capilla de Nuestra Señora que servía de iglesia provisional mientras se restauraba la dañada. Cuando los monjes se fueron definitivamente, se los dejaron a sus vecinas, las hermanas también benidictinas, que los conservaron en secreto.
Cuenca ha querido reconocer a la que de una u otra forma a influido en su historia y así, en el pleno del Ayuntamiento del 16 de febrero de 1959, siendo alcalde Bernardino Moreno Cañadas, se adoptó el acuerdo de otorgar una calle en el Polígono de Los Moralejos, en el Cerro Pinillos, de San Agustín, a la Princesa Zaida.
Madrid, como capital de España, no podia ser menos y desde el 14 de julio de 1950, siendo alcalde el Conde Santamarta de Babio, Zaida dispone de su calle, discurriendo desde la de Carlos Daban a la de la Oca.
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