PRÓLOGO
Recuerdo que, allá por los años 60-70
del pasado siglo, años en los que llegué a Madrid desde mi querida y añorada
Extremadura, frente a la tremenda soledad en la que se encontraba aquel
muchacho acostumbrado a vivir la naturaleza provinciana, al enfrentarme al
despiadado y agresivo cosmopolitismo de la gran ciudad, me aferré, como en
otros muchos momentos críticos de mi –por entonces– joven existencia, a la
lectura, recurso que siempre me ha salvado de frecuentes “naufragios”
personales.
El problema era el cómo resolver mi escasa capacidad económica con mis siempre insatisfechas y desordenadas ansias de lecturas. Todo se fue resolviendo cuando conocí la –para mí– querida Cuesta de Moyano, verdadero y permanente mercado del libro de segunda mano y el –por entonces– abarrotado y barato comercio de libros de viejo del Rastro madrileño. Desde entonces, y hasta el día de hoy, han sido los dos lugares de peregrinación de un entusiasta bibliófilo que ha ido acumulando una amplia y bien surtida biblioteca personal, entre cuyos ejemplares destacan los numerosos y bien seleccionados libros de temas extremeños.
El problema era el cómo resolver mi escasa capacidad económica con mis siempre insatisfechas y desordenadas ansias de lecturas. Todo se fue resolviendo cuando conocí la –para mí– querida Cuesta de Moyano, verdadero y permanente mercado del libro de segunda mano y el –por entonces– abarrotado y barato comercio de libros de viejo del Rastro madrileño. Desde entonces, y hasta el día de hoy, han sido los dos lugares de peregrinación de un entusiasta bibliófilo que ha ido acumulando una amplia y bien surtida biblioteca personal, entre cuyos ejemplares destacan los numerosos y bien seleccionados libros de temas extremeños.
Eran años en los que se vislumbraban
algunos atisbos de libertad de imprenta, hasta esos momentos sujetos a
estrictas normas gubernamentales que hacían casi imposible la adquisición de
libros no aceptados por los supervisores de Régimen franquista, entre los que
se encontraban las obras del escritor villanovense –Villanueva de la Serena
(Badajoz)– Felipe Trigo, y toda aquella pléyades de escritores de la llamada
generación de la novela erótica. Los bibliófilos militantes en aquellos años
éramos muy pocos y los libros muy numerosos, por lo que era fácil y muy
asequible la adquisición de ejemplares hoy en día inalcanzables por sus
precios. Entre estos libros “raros” o eliminados de los circuitos
convencionales estaban los libros del olvidado y vilipendiado escritor
extremeño, Trigo, que en años anteriores, principio de siglo, había sido el
máximo representante de un nuevo movimiento literario que había sustituido al
realismo en la novela de final de la centuria.
Desde aquellos tiempos y hasta estos
actuales, llevado por mis aficiones bibliográficas, mi indudable inclinación
por el conocimiento de autores de mi tierra de nacimiento y mi condición de
miembro fundador de la Unión de Bibliófilos extremeños (UBEx), he tenido la
suerte de conseguir decenas de obras del autor extremeño, que responsablemente
he ido repartiendo entre otros miembros de dicha Asociación, menos afortunados,
o menos conocedores de dónde se encontraban tan apetitosos tesoros
bibliográficos.
Felipe Trigo fue desde el primer
momento de mi encuentro con su obra uno de los más firmes referentes literarios
de Extremadura y a él he dedicado muchas páginas en mi constante labor de
difusión de la cultura de mi tierra por las distintas Asociaciones regionales
de Madrid, (FAECAM), de la que actualmente soy su Presidente, y que, en algunos
casos, he pasado en forma de libros.
El trabajo que hoy tienen en sus
manos, indiscutible y profunda obra de investigación sobre la vida y la obra
del escritor extremeño, aclara con la
meticulosidad y sapiencia de un hombre honrado, muchos de los tabúes y
críticas desafortunadas que ha sufrido el autor, no sólo durante su corta vida
literaria y hasta su suicidio en 1916 (que en algunos momentos fue implacable y
claramente dirigido por estamentos religiosos o sociales cavernícolas), sino
que, después de su muerte, siguió siendo víctima del rechazo de una parte de la
España intolerable, casposa y ensotanada, que no supo –o no quiso ver– más allá
de la mera superficialidad de los argumentos en los que se basaban algunas de
las novelas llamadas por ellos, falsamente, eróticas, e incluso, pornográficas.
Aunque después entraremos en la
inclusión de las novelas de Trigo en el Índice de Libros prohibidos, fiel
reflejo de la dirección moral que la iglesia trasmontana quería a toda costa
seguir imponiendo a la sociedad española, vamos nosotros, primeramente, a
recoger algunos de los comentarios de personajes literarios del momento en que
fueron publicadas las obras de Felipe Trigo: el primero, el más soez y
despiadado, viene de la mano de un meapilas como lo era don Leopoldo Alas
“Clarín”, que por el año 1901, año de salida de la primera y discutida obra del
extremeño, Las Ingenuas, contaba a la sazón cuarenta y nueve años, y desde su retiro
en Oviedo ejercía una verdadera tiranía literaria en el mundo de las letras
españolas, sobre todo, desde la publicación de su obra más famosa, cuando el
autor contaba 31 años de edad: La Regenta. Pero esta fama estaba circunscrita,
básicamente, a los ambientes literarios de Madrid, siendo en Oviedo un humilde
profesor de universidad desconocido por el gran público. Naturalmente que la
explosiva aparición de una obra como la del villanovés, que en pocas fechas
alcanzó varias ediciones (hasta entonces algo desconocido), e infinitos
comentarios entre los críticos literarios ensalzando la aparición de una nueva
forma de novelar, iba a molestar a tan consagrado personaje, a lo que hay que
sumar los desencuentros morales entre las obras de ambos autores, tan alejados
ambos en sus vidas como en sus escritos.
Clarín, ensoberbecido por la fama que
había alcanzado su propia obra en Europa y América, no podía entender que su
reinado literario pudiera caer tan estrepitosamente ante el simple soplo de una
novedad literaria. Por lo tanto, interesadamente y desde su ciudad de
provincias escuchó las admoniciones y críticas morales que la buena sociedad
ovetense, tan seria, tan caballeresca, tan religiosa, tan pía, etc., prodigó a
la obra licenciosa de Trigo. No sabremos nunca si esta crítica desafortunada a
la obra de un nuevo escritor era momentánea e inducida por los celos, o
encerraba una posición más firme con claros matices religiosos, pues Clarín
murió ese mismo año de 1901, un 13 de junio, pasando a engrosar, por muchos
años, el purgatorio –a veces infierno– de los escritores, que es el olvido de
sus lectores.
Otro tanto podíamos hacer con los
comentarios del abogado y escritor Luis Bello, 1872-1935, o del mexicano
Alfonso Reyes, exiliado en España durante los años que van de 1914 a 1924, que
deambularon por el mundillo literario español con más o menos fortuna, pero
desde luego, siempre muy alejados, ambos, de los favores de la Fama. Más
atención nos despierta el siempre oblicuo don Benito Pérez Galdós, liberal,
monárquico de conveniencias, comecuras de ocasión, quien indirectamente también
tacha de pornográfica la obra de Trigo, seguramente dolido por la falta de
equilibrio en su siempre inestable pedestal, pero, estamos seguros, obviando, u
olvidando, las cartas que él mismo le escribía a una señora casada, también
escritora y miembro de la nobleza española, por todos conocida.
Sin embargo, esa misma dama a la que
escribe Pérez Galdós con tantos ímpetus amorosos seniles, con términos verdaderamente
reprobables, chabacanos y malsonantes, mucho más liberal y sincera que su
sañudo amador, no tendrá inconveniente en saludar favorablemente la aparición
de esta nueva forma de novelar, señalando acertadamente lo que otros críticos
más superficiales son incapaces de ver: Es el único entre los novelistas
españoles que profundiza en el estudio y en el análisis de la pasión.
Representa el erotismo, al modo de sus maestros, Prevost, Louys y d'Annunzio.
Sus sensaciones incendian su oración. Es un místico latente. La cualidad
fundamental de su estilo es el brío, esa impetuosidad que se encuentra en tan
pequeño número de escritores.
Por último en este apartado, con el
objeto de compensar el número de detractores, traeremos a coalición la figura
de Julio Cejador Frauca, 1864-1927, o Manuel Abril, 1884-1943, quien se
convertiría en el primer biógrafo de Trigo al año siguiente de morir el
escritor extremeño, o el conquense Andrés González Blanco, 1886-1924, por
señalar a los más representativos autores en defensa de la obra del extremeño,
que vieron desde el principio que en dicha obra, por encima de su componente
erótico, constituyen una lectura seria y profunda que puede ejercer una clara
misión social, en palabras de Cansinos-Assens. Es decir, se dan clara cuenta de
que el erotismo en las novelas de Trigo solamente constituye el punto de
enganche por el que el autor atrapa al lector y le transmite sus verdaderos
deseos de liberalización individual sobre unos conceptos morales, sociales y
religiosos anclados en el pasado que les tienen prisioneros, frente a un mundo
que comienza a recibir y aceptar las bocanadas de aire fresco, seguramente como
consecuencia de las doctrinas que traspasan los Pirineos, emanadas de la
Revolución francesa.
Para llegar a comprender la lucha
titánica emprendida por Trigo contra los convencionalismos sociales y
religiosos de su tiempo, que llevarían
sus obras al Índice de libro prohibidos del jesuita Ladrón de Guevara, 1933,
habría que hacer un estudio fuera del alcance de estos apuntes de introducción
(ya lo hace acertadamente el profesor Martín Muelas durante su estudio de la
vida y obra de Trigo), sobre la situación social de España en aquello años, la
fuerte presión ética y moral que ejercía una parte de la iglesia española y, lo
más importante, a nuestro entender, el compromiso adquirido por el autor
extremeño después de muchos años ejerciendo la medicina rural en los pueblos de
Extremadura, donde la mujer tenía asignado un papel muy insignificante, tanto en
el plano familiar como en el social, siendo la sexualidad un tabú con
clarísimas connotaciones restrictivas de orden religioso. El sexo,
principalmente en las mujeres por aquellos años más fáciles de ser orientadas y
dirigidas desde los púlpitos, era la puerta de entrada del pecado, la más clara
llamada del diablo para la condenación a penas eternas de infierno. A la mujer
se le negaba el derecho al placer sexual, que sí le estaba cínicamente
permitido al hombre, y su misión era simplemente el de parir nuevos seres para
la causa divina.
Trigo, buen médico como acreditan los
numerosos testimonios que muchos años después de su muerte quedaban en los
pueblos donde ejerció su magisterio, comenzó su lucha sin cuartel contra la
limpieza física y moral de las mujeres extremeñas y, más tarde, de todas las
mujeres del mundo a través de sus novelas. Una de sus más firmes ideas en este
sentido, repetidas una y otra vez en sus consultas como en sus obras
literarias, era el de que las mujeres alcanzarían su libertad individual cuando
fueran dueñas de su sexualidad. ¿Nos suena a algo esta clarísima transgresión
en los tiempos actuales de completa permisibilidad sexual? ¿Podríamos decir, a
la fecha de hoy y con una sociedad como la que estamos viviendo, que Trigo fue
un visionario con un gran sentido de futuro? Preguntémoselo a nuestras mujeres,
o a nuestras hijas y tendremos rápidamente la respuesta deseada.
Pero Trigo, siendo todo lo que hasta
estos momentos hemos señalado, es mucho más que un autor erótico. En sus
novelas, aparte de señalar estos desfases emocionales, para él importantísimos
en una sociedad anclada en el pasado, existen temas tan importantes como lo
puedan ser la denuncia del fariseísmo del clero, la connivencia de éstos con
los caciques y señores poderosos de la sociedad española no sujetos a las
mismas normas morales que los humildes; el grado de corrupción política y
social de la sociedad campesina que aparecen en dos de sus más importantes
obras de denuncia social: El Médico Rural y Jarrapellejos, que muchos años
después fueron publicadas nuevamente por la editorial Turner.
Todo esto que pretendo señalar de
manera torpe y un poco desordenada, lo encontrarán los lectores en la obra del
profesor Martín Muelas Herraiz, escrito de manera amena e inteligente.
Trabajada para su Tesis doctoral, el autor no se ha quedado en lo puramente
superficial como tantas veces ha sucedido en ocasiones anteriores y de manera
harto partidista. El profesor Martín Muelas ha estudiado a fondo cada una de
las novelas de Trigo, las ha desmenuzado con el bisturí de su clara
inteligencia y las ha estudiado dentro del tiempo y del entorno en que fueron
escritas, así como sopesa el por qué y para quién fueron escritas,
manifestando su clara intención pedagógica.
Si como a tantos otros autores
contemporáneos del extremeño el olvido premió su dedicación y entrega a una
causa para él imprescindible de regeneración y denuncia del caciquismo en una
tierra donde la miseria y la falta de cultura de los campesinos sin tierras era
un ofensa para su sensible moral de médico y de escritor, la obra escrita por
Martín Muelas le devuelve al primer plano de la actualidad y saca del
purgatorio o del infierno bibliográfico los numerosos trabajos que fueron condenados,
muy intencionadamente y desde sectores demasiado conocidos por su
intransigencia, poniéndolos nuevamente en las manos de unos nuevos lectores
–masculinos y femeninos– hoy mucho mejor preparados y viviendo en una sociedad
mucho más aperturista y permisiva en temas sexuales y políticos que la de los
primeros años del pasado siglo XX.
Quisiera, para ir dando final a estos
apuntes, detenerme en una parte de la historia personal de Felipe Trigo muchas
veces olvidada en su biografía, pero que, creemos nosotros, merece recuperarse
por su importancia histórica. Nos estamos refiriendo a su participación
voluntaria en los hechos heroicos de la pérdida de nuestra última colonia de
ultramar: las Islas Filipinas. A cuenta de estos acontecimientos épicos, que
tantos renglones han merecido por parte de importantes plumas, quisiera
recordar, como homenaje a otros extremeños que en ellos participaron y dieron
su sangre en la defensa de su patria, que el último acontecimiento bélico de
entrega de los territorios coloniales se produjo en el llamado Sitio de Baler
que ha pasado a la gran Historia y a la jerga popular como Los últimos de
Filipinas y en cuyos actos heroicos participó como el hombre clave de los
mismos, a cuyo mando estaban los pocos hombres que quedaron con vida, el
extremeño de Miajadas, Cáceres, Saturnino Martín Cerezo, capitán de la
guarnición y verdadero artífice de la resistencia numantina, como antes lo
había sido otro soldado de la tierra en el Sitio de Cascorro, en Cuba, donde
brilló la valentía y el arrojo del extremeño de Santa Marta de los Barros, el
capitán Francisco Neila y Ciria.
De esta enumeración de actos heroicos
en los que la participación de hombres nacidos en Extremadura es digna de
admiración, también participa Felipe Trigo. Cansado frente a las murallas que
se le levantan en el ejercicio de su actividad profesional como médico rural en
su tierra extremeña, oposita para el Cuerpo de Sanidad Militar, cuyo primer
destino fue Sevilla, al mismo tiempo que comienza su actividad periodística.
Poco más tarde lo encontramos como médico en la fábrica de armas de Trubia, Oviedo,
donde ejerce durante varios años. Su gran pasión por la medicina y su amor a la patria, que
por aquellas fechas se encuentra en una situación crítica por la mala gestión
de sus políticos, le hacen tomar la decisión de marchar voluntario como médico
al Fuerte Victoria, en las Islas Filipinas, en los años de mayor reivindicación
revolucionaria por parte de los tagalos. En una escaramuza de los presos del
Fuerte, Felipe Trigo es macheteado brutalmente y se salva porque los amotinados
le consideran muerto. Más tarde, con una mano inutilizada y con un hilo de vida
consigue huir campo través hasta enlazar con otro contingente español. Fue
repatriado como mutilado de guerra con el grado de teniente coronel y propuesto
para la Cruz Laureada de San Fernando, que nuevamente las insidias y
maledicencias de sus enemigos le niegan tan merecido reconocimiento. Amargado
por lo que cree que es una gran injusticia hacia su desinteresado esfuerzo,
Trigo marcha a Mérida para dedicarse definitivamente a la literatura.
Dieciséis años separan este momento del de
su inesperada muerte. Son años suficientes como para convertirse en un gran
acontecimiento literario. Sus novelas se venden fácilmente y tienen que ser
reimpresas en nuevas ediciones; en tierras hispanoamericanas sucede otro tanto
e, incluso, son pirateadas para no pagar derechos de autor; el nuevo fenómeno
editorial y de público llamado La Novela Corta, espera ansioso los nuevos
trabajos del escritor de Villanueva de la Serena, números que se agotan a las pocas
horas de ser puestos a la venta. Su éxito es arrollador y su fama crece al
mismo ritmo que le crecen los enemigos literarios. Trigo, muy presionado por la
fama y arrastrando de su época americana enfermedades de carácter nervioso,
entra en un estado de hiperestesia que le llevará a tomar la decisión de
pegarse un tiro en su chalet de la Ciudad Lineal, de Madrid. Su cuerpo es
enterrado primeramente en el cementerio campestre de Canillejas, donde se
pierde su rastro durante muchos años. Cansado de su búsqueda, sin un dato que
me ilumine para mi anterior trabajo titulado Escritores extremeños en los
cementerios de España, pensando que su cuerpo había sido enterrado en lugar no
sagrado del camposanto de Canillejas, hoy engullido por la especulación
urbanística, consigo descubrir que sus familia le había trasladado el 12 de
mayo de 1947 al Cementerio municipal de La Almudena, donde reposan sus restos,
junto con los de algunos familiares, en un hermoso panteón de granito.
Esta es, sucintamente, la vida y las
circunstancia del escritor que más libros vendió en su tiempo, para desespero
de sus enemigos. La del intelectual que con su inteligencia y su trabajo supo
abrir nuevas vías a los encorsetados y caducos senderos de la novela de
principios del siglo XX. La vida de un hombre honrado que puso sus
conocimientos médicos a disposición de un segmento de la sociedad extremeña, y,
por consiguiente española, las mujeres, que hasta esos momentos no disfrutaban
de los mismos derechos y respetos que los hombres. Su vida, bien explicada y
escrita, tal como nos la entrega el hoy este Decano de la Universidad de
Castilla la Mancha, don Martín Muelas Herraiz, tiene mucho de novelesco, por la
cantidad y calidad de los acontecimientos vividos, pero que todos ellos están
enmarcados en la más pura realidad ordinaria. Un hombre que teniéndolo todo a
su alcance, que habiendo conseguido fama y dinero, no supo al final de su vida
cargar con la responsabilidad que esta fama le exigía y que prefirió darse un
tiro en la sien, cuando aún le quedaban muchos años de vida y muchas obras por
escribir.
Humildemente solicito que se empapen,
que degusten esta gran recuperación histórica del profesor Martín Muelas, y que
después homenajeen al escritor extremeño con la lectura de sus numerosas y bien
escritas obras. Estoy seguro que disfrutarán con ellas como las hemos
disfrutado nosotros desde hace muchos años.
Ricardo Hernández Megías
Escritor
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