martes

VIAJE A LAS ALCARRIAS

EL VIAJE A PRIEGO


La puerta de la Serranía o de la
Alcarria, depende como se mire y viaje



Por Raúl Torres


"Así, mientras el viajero mira a las cuevas, se hace preguntas en la intimidad, y Goliardo, hoy de fotógrafo se lo pasa en grande, de pronto aparece un torralbeño se acerca sigiloso hasta la puerta de su cochera, quizá para sacar el tractor o lo que le de la gana"

El viajero que se dio la vuelta a Cuenca con sus amigos, madruga de nuevo para ir camino de Priego y hacer pequeñas paradas antes de llegar a la Puerta de la Serranía, en el Estrecho de Priego. Hoy va con el experto fotógrafo que afina y anima las imágenes como nadie: Goliardo.

Carretera arriba, al casi amanecer con cánticos celestiales de pájaros buscando la comida y la familia en los nidos, el viajero piensa comprar un pan de los famosos del Villar de Domingo García. Se echan a la derecha de la gasolinera y paran a la puerta misma de la panadería del pan blanco de horno de leña, que ya quedan pocos por el mundo. Se mantiene entre manteles blanco y vale de un día para otro. La panadería está cerrada y ya son horas para el despacho. Ahora hacen los panes los herederos, los chicos jóvenes que no gustan, al parecer, de madrugar. Acaso hubo anoche fiestas en el pueblo y se lebraron chuletadas a las puertas, entradas de las cuevas, lugar sensato para la buena crianza del vino, que alegra el gañote por cierto, porque lo probó alguna vez el viajero que va y viene de la ceca a la meka alcarreñas y por otras lindes y lugares. Y lagares...


¡Ah de la casa- dice Goliardo; pero por allí no aparece nadie y tampoco está bien despertar a todo un pueblo. Otra vez será.


Creo que la Parroquial de la Asunción tiene un bello retablo neoclásico.
Así es. Y la cruz procesional, magnífica, de Francisco Becerril, está en el Museo Diocesano de Cuenca.
Que uno, viajando por la Alcarria, se entera de muchas cosas; aunque lo de la cruz de Becerril lo sabía y el gusta verla de vez en cuando.
Una vuelta atrás; que al fín y al cabo todos los caminos llegan a Priego, un punto final alcarreño, junto a la grandeza de Valdeolivas. Se desvian a Noheda en donde se encuentra el alma de Pacheco, el pintor que lo eligió para hacer sus cuadros fabulosos antes de marchar para Italia. Al viajero le parece que su sonrisa está detrás de todas las esquinas. En Noheda sólo salen a recibirnos las golondrinas desvergonzadas dibujando en el aire su geometría negra. Hay un vientecillo con suspiros de lluvia. Se contempla un paisaje bello. Se piensa en ir hacia Tondos (demasiado detrás, para otro día) y a Bascuñana de San Pedro, desde cuyos altos se abre la Serranía hermosa como un ignoto rostro de mujer, o de bruja Campichuelo arriba. El viajero una vez, en otro viaje, desde el Testuz de la Bascuñana entre nubes, escribió la sencillez del viento, el suave resbalar del color entre los pinos y encinas o, simplemente, una puesta de sol que va camino de la Alcarria de Camilo José Cela.
Y los viajeros, a caballo de automóvil, coche bastante rodado y sin ruido, entran en Torralba, villa, pueblo humilde al parecer que hizo grande a la provincia en tiempos del pasado, no muy lejanos, como se verá si el lector sigue adelante -que así se decía antes, en las novelas de Julio Verne, Emilio Salgari y nuestro casi desconocido escritor de ciencia ficción, El Coronel Ignotus- . Pero uno, bajo la soledad del inmenso olmo, de los pocos que han sobrevivido, se pregunta: ¿no es esta, acaso, la Plaza de Villena, señor de señores, en donde escribió "El Arte Cisoria" y paseaba acompañado de su criado?, -ébano puro-, y muy posible alguno otro de sus libros de varia fortuna. De cualquier manera hay concierto de pájaros en primavera sin autor conocido. Aquí está esa Plaza Mayor que acogió a tantas gentes importantes, bajo las hojas del centenario, acaso el último olmo de Cuenca, habrá que averiguarlo. Existe ahí feliz, repleto de floración camino de mayo, sin haber sido cantado nunca por Antonio Machado, pero amado en silencio por este viajero y sus habitadores: mirlos negros, gorriones vocingleros y alguna urraca descarriada buscando no sé qué.
La Plaza, hermosa, casi porticada, repleta de rasguños modernos que joden, la verdad, lo que fue, con letreros de enamorados que nunca fallan en primavera. Discurre, a la redonda o en casi cuadrado una galería abierta a la lluvia, en este momento aguacero transparente que lava las casas en silencio para no despertar a los torralbeños (si el gentilicio es ese, que ya me lo dirá Heliodoro Cordente, torero alguna vez en las Fiestas de Torralba, con el desaparecido "Caracol", aquél amigo bueno, bueno, que murió, hace poco de tristeza del toro). De pronto, en una esquina, hay una tumbona raida, acaso esperando eternamente, en homenaje al Cela de la otra Alcarria, la de Guadalajara.
Ahí está la Torre del Marqués, frente a los huertos y al riachuelo (el Albalate seguramente, que viene de la Sierra de Bascuñana o de Priego, nunca se sabe, pero repleto de juncos, romeros y espliegos verdes). Allá arriba se abren las bocas de las cuevas ocultas -que fueron para guardar vino o algunas, como en el Villar, aún lo son, y para asar chuletas a la puerta-. Pero alguna parecen madrigueras para esconder algo maravilloso, ¿un tesoro? Los almendros están en flor. Al viajero le parecen un mundo para pintar y se pregunta ¡dónde coños están los pintores de la ciudad de Cuenca, todos, que no aparecen por aquí, que siempre trabajan en la oscuridad!, así, entre admiración.
Así, mientras el viajero mira a las cuevas, se hace preguntas en la intimidad, y Goliardo, hoy de fotógrafo se lo pasa en grande, de pronto aparece un torralbeño se acerca sigiloso hasta la puerta de su cochera, quizá para sacar el tractor o lo que le de la gana.

-Buenos días- saluda el viajero que a veces es educado.
-A la paz de Dios- dice el otro, que es lo que se contesta en estos casos, mientras se mete en su habitáculo y cierra por dentro.

El viajero que se mete en todo le iba a preguntar por el Marqués de Villena o por ese otro señor tan importante, don Luis Salcedo, Contador de Hacienda, Consejero de Hacienda y que rehusó la Chancillería de Valladolid. O acaso de igual manera, tendría noticia del señor Novar, enterrado en el cementerio de Torralba, insigne catedrático (patria in partibus de esta familia), cuya noticia biográfica, interesantisima da noticia, como siempre en la Historia grandiosa de Cuenca y sus pueblos, el ilustre antepasado de este viajero, citado tantas veces, el tal Torres Mena, que dice, narra, lo que sigue a continuación:
En la villa Castillo-Albaráñez (villa del partido judicial de Priego) nació el 2 de abril de 1801, don Francisco de Paula Novar y Moreno, uno de los conquénses que más han honrado a España. Estudió latinidad y filosofía en el Seminario de San Julián; leyes y cánones en la Universidad de Alcalá... se distinguió en todas las funciones literarias de la Academia de los Santos Mártires. Ganó en público certamen la cátedra de Instituciones, luego se le encargó la de Derecho romano, que ilustró durante el resto de su vida. Fue Rector de la Universidad de Alcalá. Murió en Torralba el 19 de agosto de 1868, en donde repartía sus vacaciones de verano... Las cuales compartía con Valdeolivas, ya que su mujer, Doña María del Pilar Romero había nacido en el pueblo vecino, y ambos se repartían los días de asueto universitarios. Eso cuenta Torres Mena, y era interesante contarlo. (Hilario Príego y José Antonio Silva hablan del personaje en su Diccionario de Personajes Conquenses).

Los viajeros se acercan hasta Albalate de las Nogueras. Se detienen en la puerta de la Biblioteca Pública de Mayda Antelo, como una Aghata conquense, escritora de fortuna, a caballo entre Madrid y Valencia (desconocida por otra parte, en los cerrados tabernáculos de la Cuenca artística); Mayda prolonga sus veranos en Albalate donde es feliz. El viajero por esta Alcarria de Dios, hace mucho que no sabe nada de ella y recorre las calles solitarias de bonitos nombres; mientras, Goliardo busca sus fotos por las calles, hacia arriba y hacia abajo. Sale, de pronto, desde el interior de una casa, una amable señora.

-¿Sabe usted algo de Mayda, señora?
-Sí, sí; volverá este verano próximo. Ahora le están acabando de arreglar su casa. La esperamos pronto.
-Pues volveremos este verano, señora. Tenemos muchas cosas que hablar con ella. ¿Sabe si ha publicado algún libro nuevo?
-Alguno habrá publicado; casi siempre tiene uno nuevo..

Los viajeros meditan un rato, parados cerca de la carretera, si marchar hacia Priego por Villaconejos del Trabaque, tan cercano, repleto de muebles de mimbre y de mermeladas que hacen los monjes, que hacían, porque ahora, al viajero, le explican en el Ayuntamiento que es un centro para menores y que se llama "O Belén" o algo así.

Llueve en el camino hacia Priego y los viajeros se recrean entre el eco seco de las gotas sobre el parabrís. Las nubes altas juegan a dibujar, esculpir raros seres, brujos que bailan en la leve frontera Alcarria-Sierra y viceversa. Desde el altozano, antes de llegar al pueblo cobrizo y verde como un gitano lorquiano, se abre el inmenso panorama de la Alcarria Alta, tan hermanada por ejemplo, con una Grecia macedónica, que así le parece al viajero visitador alguna vez de la península Helénica. Es como si hasta aquí llegara un hálito de mar invisible. ¿Cuántos verdes en esta primavera alcarreña: diez, catorce? ¡Que venga aquí el pintor de pintores a definirme el verde, padre de todos los verdes. Hasta el cielo, de pronto, es verde, como si la paleta divina jugara al verde que te quiero verde, en este día de primavera, allaónes -como se expresa Víctor de la Vega-, en la extrema lejanía. Atención a la publicidad: "Se vende al espíritu, parcela verde. Razón aquí, en este kilómetro".

Y de pronto ahí está el Priego inédito, el más hermoso aún, durante unos segundos que ya podrían durar una eternidad. Este Priego estirado de ventanas y miradores al Escabas -dentro de la rosa de las aguas, que así definió Pedro de Lorenzo a nuestros ríos, en su "Viaje de los ríos de España", en el Codorno Cuenca representada: cañón, crestería, y el cruce de espadas de los ríos. Tajo, Guadalquivir, Escabas, Cuervo, Cabriel, Júcar.. . Esa magnífica rosa de las aguas del escritor enamorado de Cuenca, con otro que llegó a estas sierras desde la rubia, blanca Málaga, harto de mar, don Góngora y Argote, que dijo versos:

Al son del agua en las piedras
Y al son del viento en las ramas.

Ese Escabas alargado camino de no se sabe donde. Escabas verde (a veces repleto de cangrejos, antes), rompedor, hijo del Júcar amado por el Federico único, Federico de Cuenca (¡Oh, si tuviera, río, eso que llama memoria el hombre; si tu paso, Júcar, fuese más que cristalina entrega o mirada ambiciosa de crepúsculo...!). Nieto del Mediterráneo.

Priego del silencio que es eterno homenaje al mar, a Lepanto y a Cervantes que luchara en la batalla célebre; fue allí a hacerse hombre y vino como "El Manco de Lepanto", héroe. Priego, desde este mimbre puro, como una cabana india del Far-West, es un decorado puro de película mexicana hecha en Hollywood por Sam Pekinpack para ganar un osear, cualquier año, nuestro más distinguido manchego, cuando lo descubra y haga un film de intriga que no de vaqueros cauwboys.

Los viajeros subidos en lo alto donde reposa el mimbre, otean el Torreón de Despeñaperros -la antigua muralla, los restos del viejo castillo- que es de planta pentagonal, un par de pisos y bóvedas ojivales. Así, asomado al río, al Escabas de su vida, el viajero rememora los versos de Diego Jesús Jiménez, Dieguito cuando era amigo; aquellos que dicen:

Lo recuerdo en los huertos
De la hoz, levantando
Sus gozosos altares; o en sus pulpitos verdes
Donde los lirios, solos,
sobre los zopeteros, se incendian
En las aguas
Rodeados de espadas vegetales y sombras...

Volvemos a la carretera, y antes de entrar al pueblo, saludamos a Julián Parra que sigue con sus botijos blancos, su buen humor, sus muebles viejos y reformados y su sempiterna sonrisa. Nos conoce y se pone feliz:

-Pues ahora vamos vendiendo pucheros de lumbre baja, alguna cazuela para judías con chorizo, sopas y cocidos.
-¿Y el mimbre?

-
El mueble de mimbre me lo traen de Villaconejos del Trabaque; y a veces, algunos amigos gitanos.
Así, entre dos luces del alfar, se ve, al fondo, cerámica negra que extraña.
-¿Qué es?- pregunta el viajero porque es la primera vez que ve algo así en Priego. Los Magán, que veremos después, nada hacen de esto.
-Es imitación a la antigua -dice Julián Parra sin darle más importancia-. A la gente le gusta mucho. Se tiñe con betún de Judea y queda muy bien.

Más allá de la ventana del cuarto donde se exponen los cacharros, allá lejos, existe un espectáculo de los Hermanos Cohén, cine puro: nubarrones en blanco y negro y quizá el último asno, burro, que hay por estas fronteras de la Alcarria-Serranía, mientras un hombre pensativo, recortado contra el horizonte formado en las orillas del Escabas, canta:

Quiero ir a su lado; habitar su silencio de su nave
Abandonada.
Hasta mi alma sola, llega su olor a invierno en los Mambrillos...

Dice Arturo Culebras, que aunque es de Albalate, parece el cronista de Priego, por lo que escribe, que Carlos V, (nuestro Rey preferido, entre otras cosas porque los Valdés le descubrieron el secreto del potaje conquense en la Ciudad Encantada y vino a catarlo), mandó construir el Puente en 1548 y que a su alrededor se extienden las huertas del verano, época en la que ofrecen pepinos, tomates, higos deliciosos y todos esos frutos, verduras con los que en Priego se hacen las meriendas magníficas en el atardecer del estío, que el viajero ha asistido en algún momento de la mano de Diego Jesús y la familia Bollo. Los Condes de Priego apostaron por el pueblo y se dedicaron a realizar palacios como el que hoy es Ayuntamiento en la Plaza Circundada y habitada por las gentes que se paran para charlar de todo lo que hay por allí, por Cuenca y por la tele. El último Conde de Priego con Grandeza de España es Don Rafael Castellano Barón, y que lo sea por mucho tiempo, piensa el viajero, mientras va dando una vuelta por todas las calles del hermoso pueblo que, por cierto, las está mojando un aguacero de primavera.

-Me gustaría ver un buitre leonado- asegura Goliardo.
-Toma, y a mí un águila real.
-Que las hay. No lo dudes.
-
Eso dicen los senderistas, que recorren una y otra vez las paredes del Estrecho de Priego y los senderos mas inverosímiles que puedas imaginar.
-No; solo tienes que mirar, que hacer girar tus ojos.

Los viajeros han bajado hasta el Puente que lleva a Cañamares y, desde los bordes, sumergen la mirada en el agua pura que transparenta las truchas rápidas y escurridizas y los tréboles viviendo su vida subacuática. Hay una luz prodigiosa que va cambiando conforme pasan las nubes hacia Oriente. El Estrecho se apaga o se enciende y de ello solo puede dar fe el iris urgente. Los farallones se abren hacia abajo y ofrecen mínimos senderos para ser andados por artistas andamos. Aquí está la verticalidad para detallarla en versos o captar las formas en el celuloide o las digitales tan de moda. Te llevas las imágenes a casa y no tienes que esperar a pasado mañana, para dar un repaso y ser feliz con el recuerdo de hace un par de horas o tres.

Hay que parar un momento en la Fuente de la Loca y echar un trago. Agua de esta ya no se da en todas partes.
-A lo mejor esta agua viene de Alcantud- dice el viajero. -
Venga de donde venga está buena... y bien fresca.
-¡Y que lo digas!

Goliardo, el fotógrafo de la Puerta de la Alcarria y más allá, al menos por hoy, sonríe, se le nota feliz haciendo fotos y más fotos.

-Bueno, en marcha. San Miguel nos espera.

Estamos allá arriba. En la inmensa soledad. Ahora sí; ahora, en pocos minutos, aparecerá el buitre leonado o el águila imperial volando en redondo, como si dominara el mundo —que lo hará- en plena soledad.

-Seguro que por aquí hay mirto y lentisco.
-Y sobre todo pinos, muchos pinos- se ríe Goliardo.

Fue Fermín Caballero, el que fuera alcalde de Madrid y ministro de la Gobernación, es el que escribió: Priego, Villa de la Alcarria y Principio de la Serranía. Y el viajero, viajando por su querida Cuenca, por los cuatro puntos cardinales, se entera que fue este gran hombre de Barajas de Meló, el que consiguió de la Reina Isabel II, el título de Impertérrita para su ciudad.

Cuenta asimismo Muñoz y Soliva, hablando de Priego que son las voces latinas prior ego que significa "antes yo", o más bien, "yo rompo, yo destrozo", aludiendo al río Escabas que atraviesa la sierra por el estrecho de los Frailes (en las Noticias Conquenses de 1878); que por entonces y por cierto, ya había en el pueblo ciento sesenta y ocho casas para guardar el vino y dieciocho casas-alfarerías, tres molinos harineros y muchas chozas de pastores: han pasado más de cien años.

-Antes de llegar al Cristo -dice Goliardo-, ¿quieres que te diga una letrilla o coplilla de Francisco de Salas, poeta humorista?
-Si; creo que he leído algo de él, sino de La Alcarria, sí de la Serranía.
-Pues dice así:

El alcarreño sencillo
En su modo de vivir,
No sabe jamás salir
De entre romero y tomillo.
En cualquier lugarcillo
Se cría gente muy fiel,
Y echan los pobres la hiél
Trabajando como brutos;
Y, al fin, sus colmados frutos
Son un poquito de miel.

Los viajeros escalan el cerro montaña, fragoso y repleto de pájaros apesar de la lluvia que insiste, se detiene y deja alumbrar al sol, todo de vez en cuando, como en primavera perfecta.
De pronto ahí está, en plena soledad, todo un siglo XVI vestido de piedra. Preparadas las naves por don Juan de Austria y sus aliados Roma y Venecia, el conde don Fernando Carrillo de Mendoza, el mayordomo mayor de don Juan, ofrece al Todopoderoso fundar un convento religioso por estos lares si salen ilesos de la batalla. Seguro que aquella idea fue aplaudida por don Miguel de Cervantes Saavedra, El Manco de Lepanto para las letras del mundo. Y así, en 1574 se levantó sobre la ermita de San Miguel, el convento. Aunque no saliera ileso, Cervantes envió por estas tierras a su héroe planetario, Don Quijote de la Mancha, que las atravesó -aunque algunos no les interese la idea) camino del mar catalán, hacia Barcelona.

-Don Quijote pasó por aquí.
-Si, porque esto, todo lo que ves, era Mancha de Montearagón.
-Y que lo digas.
-La pena es que el Convento esté cerrado; me gustaría rezar al Cristo de la Caridad; ya sabes cuan querido es por todos los habitantes del alrededor.
-
Ahora que recuerdo, ¿sabes que hay además de águilas?
-¡Mariposas!
-Sabes que alguna vez ahí, encima de la portería una cuarteta; algo así como:

Deten el paso y advierte,
Que este sitio te convida,
A que mueras en la vida,
Para vivir en la muerte.

-¡Claro, hombre, y bellísimas; Federico Muelas lo contó una vez en su "Sorpresa de España"! Quiero que sepas que hay vencejos reales y colirrojos que conviven con el herrerillo común, el capuchino, los garrapinos y el carbonero
-¡Joder, cuánto sabes!- exclama el viajero que mira lejos, hacia la Alcarria más abierta, la del sur, por las orillas de lo que fue el "Mar de Castilla" que ha dejado visible el antiguo pueblo de Gaseas, tan cerca de Buendía y su soledad.
-¿Nos pasamos por el Monasterio del Rosal?
-¿A esa maravilla gótica, dejada, abandonada tan tristemente?

-¡Qué quieres que te diga: eso de España y ellos somos así!
-¡Pues en otro viaje! Vamos para Valdeolivas que es otro lugar bellísimo y venturoso, con su Pantocrator y sus molinos de viento a medias.
-
Sin aspas.
-¡Ea!


Publicado en www.cuencainformacion.com, miercoles 2 de abril de 2008 por Raúl Torres
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