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El Molino de Papel


El Molino de Papel. Pliegos de Poesía.
Estudio introductorio y edición facsímil
Hilario Priego Sánchez-Morate y
José Antonio Silva Herranz.
1997. 83 págs. I.S.B.N. 84-87319-16-5.
Diputacion Provincial de Cuenca
Publicaciones/Área Temática/Creación Literaria
(Agotado)


Durante el año 1954, un grupo de poetas de los que se reunían en la tertulia del Café Colón madura la idea de dar a conocer sus composiciones "haciendo acto de presencia en el panorama poético nacional"(1). El grupo estaba formado por Amable Cuenca, Eduardo de la Rica, Andrés Vaca Page y Miguel Valdivieso, pero en el germen de la idea no es difícil ver la influencia del omnipresente Federico Muelas, cuyo estímulo como impulsor de empresas poéticas de mayor alcance -El Pájaro de Paja, por ejemplo- resultaría decisivo, lo mismo que el aliento de César González-Ruano. Por lo demás, y aunque alguno de los artífices de la aventura señala como referencia alguna revista anterior, como la titulada Xúcar (de carácter literario en general, pero con una sección dedicada a la poesía(2)), no existió ninguna intención de enlazar con la tradición anterior, como tampoco la presencia de Miguel Valdivieso -vinculado a la generación del 27- implicó nexo de unión de ninguna clase con la poesía de la preguerra.

Una vez decidido el nombre de la revista (en cuya elección fue decisiva la evocadora alusión a Los Molinos de Papel, una aldea cercana a Cuenca donde se fabricó durante siglos este producto con un extraordinario nivel de calidad), salvados los trámites legales que la publicación requería y bajo la dirección nominal de Amable Cuenca(3), el primer número salió a la calle en el mes de febrero de 1955, con ocho páginas en las que colaboraban los cuatro poetas fundadores y Federico Muelas, al que se concedía el honor de abrir la revista. En la portada, un típico molino harinero castellano con las aspas de molinillo infantil de papel, emblema que se mantendría hasta el final, aunque unos números más adelante se remozaría el dibujo para dotarlo de mayor eficacia expresiva. El primer problema, sin embargo, no tardó en llegar, y estuvo relacionado con el nombre elegido para la publicación, al descubrirse que en Granada existía otra revista, dirigida por Antonio Gallego Morell, que respondía a la denominación de Molino de Papel; los poetas conquenses se dirigieron por carta a José García Nieto (director de Poesía Española) y al propio Gallego Morell para lamentar la coincidencia y consultar acerca de un cambio de nombre, pero no se recibió respuesta de ninguno de ellos, por lo que se decidió mantener el título(4). El segundo contratiempo -que se mantendría prácticamente durante toda la vida de El Molino- sería el de la pobrísima calidad tipográfica, debido sobre todo a la vejez del material de imprenta con el que se trabajó(5); el esfuerzo de los propios poetas y la atención que dedicaban a su obra consiguieron evitar, al menos, la maldición de las erratas.

No menos importantes serían los problemas económicos. Inicialmente, se tiraban trescientos ejemplares que, más adelante, se ampliaron a cuatrocientos para terminar, en los últimos números, con quinientos. No se realizó ninguna gestión para interesar subvenciones, y sólo varios poetas, la Diputación y el Ayuntamiento hicieron algunas suscripciones, por lo que la revista debía financiarse, exclusivamente, con los escasísimos ejemplares que se pudieran vender(6). Al principio, el déficit se salvaba solidariamente entre los cuatro poetas fundadores; más adelante, a medida que los demás se fueron distanciando de la aventura, correría a cargo íntegramente de Eduardo de la Rica, que pronto sería el verdadero y único artífice de todo cuanto tuviera que ver con El Molino. Paradójicamente, sin embargo, la precariedad de medios de la revista no fue obstáculo para que alcanzase una difusión bastante aceptable; además de su dimensión local (en Cuenca la recibían la mayor parte de los escritores y algunas instituciones como los centros de enseñanza y la biblioteca pública), su presencia constante en las páginas de Poesía Española (que insertaba habitualmente la dirección de las publicaciones poéticas y se hacía eco de sus diferentes números), la regularidad de su cita con los lectores y la continuidad de que gozó durante más de un decenio convirtieron El Molino de Papel en una de las revistas literarias más conocidas de España y de Hispanoamérica. A través de algunos poetas hispanos, llegó también a universidades estadounidenses como la de Wisconsin, y a instituciones como la Biblioteca Pública de Nueva York o la de Providence; escritores españoles exiliados y profesores residentes en el extranjero dieron a conocer también los modestos pliegos conquenses por diferentes lugares de Europa y de otros continentes.

La geografía por la que se extendió El Molino de Papel se reflejaría, en cierto modo, en la procedencia de los poetas que colaboraron en sus páginas: además de la práctica totalidad de los escritores locales del momento y de un número muy significativo de poetas nacionales, abundan sobre todo los hispanoamericanos (singularmente, argentinos, venezolanos, uruguayos, chilenos y cubanos, aunque no faltan de otras nacionalidades); hay también algún canadiense y un estadounidense, un pequeño número de poetas portugueses y brasileños, unos cuantos escritores europeos (varios franceses, algún belga, un rumano, un chipriota...), e incluso un libanes. Salvo ocasiones muy concretas y excepcionales (un número de homenaje, un escritor galardonado con algún premio importante, etc.), las colaboraciones no se solicitaban, sino que eran enviadas espontáneamente por sus autores; en ningún caso se recibieron originales a través de alguno de los grupos más o menos organizados (la Oficina Internacional de Poesía, el Club Internacional de la Poesía, etc.) que funcionaron en la época(7).

Desde el primer momento, los poetas de El Molino renunciaron a cualquier tipo de teorización estética o literaria, así como al ejercicio de la critica, optando por una revista exclusivamente de creación. Y aunque Eduardo de la Rica ha confesado en alguna ocasión que a él le hubiera gustado hacer una publicación "de tendencia", lo cierto es que desde el primer número los pliegos conquenses se situaron en la línea de eclecticismo que, como apuntamos en su momento, caracterizó a la mayor parte de las revistas poéticas de posguerra. Desde El Molino de Papel, por tanto, se intentó conciliar las tendencias estéticas más diversas, con un único criterio de selección: la calidad literaria de los textos escogidos(8). Con todo, el eclecticismo del que hablamos puede ser matizado; Fanny Rubio conectó en su momento la experiencia poética de El Molino de Papel con el postsurrealismo de El Pájaro de Paja y de las revistas que siguieron su estela como continuadoras de la exaltación imaginativa del postismo y de su visión irónica de la realidad(9). En la misma línea se ha situado, más recientemente, César Augusto Ayuso, para quien El Molino de Papel representa, por su trayectoria y por su visión de la poesía, "un ejemplo de que la escasa siembra hecha por Federico Muelas, Carriedo o Crespo no fue del todo inútil, ya que leyéndola se observa cómo el encantamiento y la magia que intentaron dar vuelo en sus versos es retomada desde una ciudad sumergida en el ensueño por un puñado de poetas que trabajaron sin arrogancia, pero con acierto y perseverancia, por la poesía con sólo un poco de papel, cierta ilusión y fe en la palabra, a la que cultivaron con una sutileza y un esmero dignos de una mayor atención de la que hasta ahora han recibido"(10). En particular, Ayuso relaciona la poesía de El Molino de Papel con "el realismo mágico, la fantasía y la frescura" de las revistas que siguieron la estela de El Pájaro de Paja, y destaca, en esta línea, las colaboraciones, entre otros, del propio Muelas, Francisco Chavarría Crespo, Antonio Fernández Molina, Gloria Fuertes, Ángel Crespo y Gabino Alejandro Carriedo, nombres todos ellos representativos del pospostismo que caracterizó a las publicaciones pajareristas. Aunque la opinión de Ayuso se puede matizar (las colaboraciones de Muelas, por ejemplo, difícilmente se pueden situar en la línea apuntada, por más que se tratara de uno de los fundadores de El Pájaro), lo cierto es que, como veremos más adelante, hay en El Molino un predominio vanguardista y surreal que, si no basta para hacer de ella una revista de tendencia, marca al menos una orientación y le confiere una personalidad propia.

La vida de El Molino de Papel se prolongó desde febrero de 1955, en que está fechado el número uno, hasta el mismo mes de 1967, en que apareció el cuarenta y nueve. Durante todo este tiempo, la revista salió a la cita con sus lectores cuatro veces al año (con una fidelidad casi astral), en los meses de febrero, mayo, agosto y noviembre. Pero el trabajo que representaba la preparación de cada uno de los números y los problemas que, a menudo, suponía su confección, resultaban una carga demasiado pesada para una sola persona; Eduardo de la Rica (responsable único de El Molino, como dijimos, casi desde el principio de la aventura) empezó a sentir el cansancio acumulado con el tiempo y decidió poner punto final a una empresa a la que se había entregado en cuerpo y alma durante doce largos años. Según su propio testimonio, la dedicación que exigía la revista era tan absorbente que le impedía incluso desarrollar con normalidad su propia obra poética; además, su elaboración constituía una constante fuente de problemas (no sólo económicos o de tipo técnico, sino también de otras características; había colaboradores, por ejemplo, que no siempre entendían ni aceptaban el rechazo de un original o un simple retraso en su publicación). Si a ello le añadimos las complicaciones derivadas de la entrada en vigor de la denominada "Ley Fraga", que imponía a las publicaciones modestas como El Molino los mismos trámites burocráticos e idénticas exigencias económicas y administrativas que a un gran rotativo de difusión nacional(11), no resulta difícil comprender la decisión de dar por finalizada la singular singladura de los pliegos conquenses.

Hubo, no obstante, algún intento de relanzar su publicación(12), pero ningún nuevo ejemplar vería ya la luz, con excepción del que algunos denominan "número cincuenta" (aunque tal numeración no figura en su portada), en el que, además de un balance de la experiencia, firmado por Federico Muelas, se recogía una mínima antología de poemas publicados en la revista por los cuatro integrantes del grupo fundador. Atrás quedaban, pues, doce años de existencia, con cuarenta y nueve números en cuyas páginas habían colaborado dos centenares largos de poetas de las más variadas procedencias y con las adscripciones estéticas más diversas; en ellos se habían dedicado homenajes a Carlos de la Rica (en el número 7, con motivo de su consagración sacerdotal), Federico Muelas (en el 16), César González Ruano (en los cuatro números de 1966, tras su fallecimiento en diciembre del año anterior) y T.S. Eliot (en el número 41, como "descubridor y coordinador de mundos poéticos")(13). Durante su larga vida, El Molino de Papel fue una publicación modesta, sencilla y nada estridente, abierta a todas las clases de poesía. Si, para Fanny Rubio, no logró alcanzar la originalidad de las revistas postsurrealistas ni consiguió una personalidad definida (aunque le reconoce, al menos, la virtud de la constancia), para César Augusto Ayuso, en cambio, constituyó "un oasis de imaginación y serenidad en sus mejores colaboradores", en una época en que el realismo social campeaba a sus anchas, en muchas ocasiones con una más que dudosa gracia; para Ayuso, El Molino de Papel prescindió de todo extremismo justiciero o tremendista, sin abdicar de una poesía humana que se expresaba con contención y en su justa medida; "no fue sólo la constancia su mejor virtud -concluye-, sino también el buen gusto y el sentido de la medida de que hizo gala"(14).

NOTAS

(1)Eduardo DE LA RICA. "El Molino de Papel". En Poesía Española, na 140-141 ya citado, pág. 44. La información que recogemos en las páginas siguientes está extraída, fundamentalmente, de este artículo, de otro del mismo autor ("Tierra y poesía. Cuenca"), publicado en Verbo, n2 33 de julio-septiembre de 1963, y de diversas entrevistas mantenidas con el propio De la Rica y con Andrés Vaca Page durante los últimos meses de 1995.
(2) En realidad, "Xúcar. La cultura, las letras, las artes, las ideas" fue un cuaderno literario, dominical generalmente, que se publicó como suplemento de Ofensiva de una manera muy espaciada (entre 1952 y 1957 aparecieron menos de veinte números). Véase Antonio HERRERA. Hemeroteca conquense. Publicaciones del l.N.E.M. "Lorenzo Hervás y Panduro". Cuenca. 1969, págs. 64-65.
(3) Por su adscripción ideológica era el que menos recelos había de provocar en las instancias oficiales que debían autorizar la publicación.
(4) La revista granadina desapareció durante el mismo año de 1955, lo que evitó cualquier problema posterior.
(5)Florencio Martínez Ruiz se haría eco de esta deficiencia con ocasión de la salida del número cuatro: "Es una pena que la pobreza de recursos circunscriba el vuelo de estas aspas poéticas a límites tan reducidos y discretos. Resulta inevitable anotar el tono provinciano de la tipografía con sus caracteres vulgares y comerciales, sosos, sin nitidez. Únicamente la viñeta del gracioso molino resta impresión de papel de expediente, con el "debe" y "haber", y anima la aséptica mono¬tonía de la presentación de la entrega, excesivamente seca y fría. Sin embargo, lo importante es el mensaje, la auténtica voz lírica" ("Pasa a nivel, El Molino ríe Papel, número 4". En Ofensiva, 17 de noviembre de 1955).
(6)A un precio, por cierto, bastante elevado para la época: tres pesetas (que pasaron a ser cinco cuando las páginas aumentaron a dieciséis); el diario local, por ejemplo, costaba en aquellos momentos cincuenta céntimos.
(7) En este sentido, y según testimonio de Eduardo de la Rica, El Molino no mantuvo relación alguna de grupo con colectivos como los aludidos ni con núcleos poéticos establecidos en diferentes lugares de la geografía española (el de Miguel Labordeta, en Zaragoza, por ejemplo). Las relaciones de la revista con los poetas se establecieron siempre en el plano estrictamente personal.
(8) El propio De la Rica admite, sin embargo, que algunos poemas se publicaron por compromiso, y señala como uno de los motivos que lo impulsaron a dejar morir la revista los problemas que le planteaban algunos poetas cuando uno de sus originales era rechazado.
(9) Esta vinculación la establece F. Rubio a través de Federico Muelas, quien, en su opinión, cohesionaba, con Carlos de la Rica, a los poetas conquenses del momento. Véase Las revistas... cit, pág. 212.
(10) El realismo..., cit, pág. 144.
(11) Entre otras exigencias, la mencionada Ley imponía a las publicaciones unas tasas iniciales de cuatro mil pesetas, lo que representaba una cifra exorbitante para una revista de las características de El Molino de Papel.
(12) Así, por ejemplo, en el homenaje que se tributó a Eduardo de la Rica, unos meses después de la salida del último número, el entonces Presidente de la Diputación, Rafael Mombiedro, prometió la ayuda financiera necesaria para editar de nuevo El Molino de Papel, y algunas personas ofrecieron su apoyo económico a título personal. Eduardo de la Rica rechazó amablemente la ayuda que se le ofrecía y dio por definitivamente cerrada la vida de la publicación.
(13) La muerte de Miguel Valdivieso había hecho pensar también en un número de homenaje que, sin embargo, no llegó a realizarse.
(14) El realismo... cit., pág. 143. La opinión de Fanny Rubio está extraída de Las revistas..., pág. 216.


EL ÚLTIMO NÚMERO DE
"El Molino de Papel"
Febrero 1967


Federico MUELAS
Si me hubieran dicho hace cuarenta años que en mi Cuenca una revista poética iba a vivir medio centenar de números, me hubiese echado a reir. Podía creer hasta en la penetración del mensaje —que ya es creer— o en la amplitud del vuelo... Quiero decir que nunca dudé que algunos de estos vilanos llegase a buena tierra o que en alas del portento remontara las fronteras, aun las más difíciles, las provinciales. Porque sigo creyendo que es más fácil remontar los Pirineos —o los Andes— que el Socorro.

Para hablar así tengo los hitos firmes de la aventura, desde la simpática, infantil, de «Miriam», en los años del bachillerato, con la fobia unánime de profesores y padres de alevines de pesetas. (Una justa y obligada excepción: don Antonio Benítez Poveda, don Fermín Romero Moranchel y don Mariano Zomeño. Don Antonio llegó a colaborar con nosotros: suyo era el prólogo o editorial de «Ideas», hablando del «P. E. N. Club». ¡El P. E. N. Club en Cuenca en el año 1927! Don Fermín dibujó las portadas de «Miriam», con una maestría que para sí quisiera mi yerno, Alberto, su nieto. Don Mariano llevó a las páginas de nuestras revistas, siempre, su prosa escueta y limpia, consagrada a uno de sus temas favoritos: la sabiduría de los que no saben nada, con los ejemplos del zapatero de Toñís, del Pontiplata, de Blasillo el conserje del Instituto o de Sotero «Patena»).

A cuerpo limpio, en precedente modesto de la aventura gigante de Eduardo de la Rica, salieron «Miriam», «Horizontes», «Ideas»... Al mismo tiempo vivían vida aparentemente más importante y dilatada «La Ilustración Castellana», capitaneada por Julián Velasco de Toledo, y «Minerva», revista donde lo sociable, lo literario y lo deportivo se daban la mano... Pero estos intentos respondían a razones menos hondas, infinitamente menos juveniles y limpias. Los quilates de nuestras pobres, pobrísimas revistas, con una vida tan precaria que ninguna llegó a remontar la media docena de números, eran de muy diferente ley. A estas alturas, con Sol de puesta en la frente, yo, superviviente máximo —perdonad la petulancia— de todas ellas, alzo la mano para pavonearme con su brizna de purísima luz. Y lo hago para que su centelleo llegue, rendidamente, hasta tí, Eduardo de la Rica.

«Hoja Literaria», con el cuadro decisivo de las publicaciones de vanguardia, allá por los años treinta, tuvo otro carácter. Sin Cuenca, no hubiera salido a la calle, a pesar del impresionante plantel de firmas y la excepcional situación, incluso patética, de muchos de sus colaboradores. En «Hoja Literaria», que batió una importante marca en su tiempo, rondando la decena de sus salidas, colaboraron Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Giménez Caballero, Ramón J. Sender, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Luis Rosales, Arturo Serrano Plaja, Ramón Gaya, Enrique Azcoaga, Sánchez Barbudo... La nómina conquense fue muy breve: sólo yo, eso sí, con reiteración. Su índice de temas tenía muy pocos puntos de contacto con la Cuenca de entonces. Aún no había surgido la voz impar de Julio Arturo Valero Solana. Román Cárdete se doblaba ya ante los trallazos de su impecable esclerosis. Antonio Rius había dado su gigante zancada a las Canarias. Juan de Castro, seguía absorto ante «las noches mil y dos», de César González-Ruano, más, entonces, en Bandelaire y Sade que nunca. Antonio Adalid desdeñaba sus primorosos versos iniciales ganado por la verdad rotunda de la Falange, recién amanecida. Enrique Chávarri no se atrevía a publicar. Y Eduardo de la Rica trabajaba en la Liburia Fe, soñando con el Canadá, país del que llegó a conocer hasta los íntimos recovecos urbanos... desde Cuenca.

«El Molino de Papel» ha sido un milagro. Un sencillo milagro del que todavía no se ha extraído la gran lección: lo que puede hacerse en cualquier campo de acción, con fe, con vocación, con tenacidad, con sencillez. A los doce años de vida —una vida que no puede cesar— por Obra y Gracia —sí, con mayúsculas—, de cuatro voluntades señeras. Eduardo, Miguel, Amable y Andrés, sin ayudas, sin medios, sin el rescoldo siquiera de un partidismo pasivo pero perceptible, la publicación se ha situado en el panorama poético de dentro y fuera de España. Yo, que con tantas barcas de esta contextura he llevado timón y remos, seguí siempre con auténtico embobamiento la estela del molinico de papel que volaba, vogaba y corría, en un trípode portento de alacridad. Quizás le bastaba para ello cerrar las ventanas cuando olas, vientos y lascas heridoras se le oponían. Eduardo, capitán por antonomasia, sabe como pocos de este secreto de mando. Cuando la vida real se le encona, él baja los párpados, sonríe y se va al desván, su desván, para proseguir el juego. Ninguno como él sabe «jugar el juego», de dar sin alharacas portazo a lo que se queda, tan físicamente despechado, en la amarga zona cierta de la luz.

En ocasión como esta que nos agrupa en torno de Eduardo de la Rica, cabría una múltiple tarea, un extenso cuadro de felices resultados. Yo apuntaría los que concentraron a poética luz en el ámbito estrictamente conquense y los que miraron, desparramando la mirada, con retículas de meridianos y paralelos; subrayaría el furor de las páginas de admiración y el tono de las de aliento; encerraría en paréntesis de oro las aperturas afortunadas hacia nuevas expresiones y hasta sonreiría guiñando el ojo a Eduardo ante los inevitables ronda de equivocados listillos, polizones de corto viaje. Medio centenar de números hechos tan «a sensibilidad» y «a conciencia», ofrecen cosecha múltiple. Sí; ya va siendo hora de este inteligente merodeo en torno de lo mucho que el molinero nos ha aportado.

Gracias por haberme brindado los primeros folios del cuaderno de bitácora. En trance como el que me encuentro, recuerdo una obligación incumplida muy parecida a ésta: la crónica amplia de otra aventura conquense digna de parangón con la de hoy: la del «Bergantín», que costeando los años duros que precedieron inmediatamente a la revolución y también con táctica de líricos ojos cerrados, hizo desde Cuenca curiosas singladuras. Traigo aquí su recuerdo porque «Momio» y «Bergantín», cada uno a su agua y su aire, vivieron, en poético contrapelo, jornadas inolvidables.

Deliberadamente he aludido el comentario concreto de los poemas de los cuatro fundadores de «El Molino de Papel» que aquí se reúnen. Y lo hago porque este cónclave merece algo más que unos conceptos pretendidamente críticos. A mi modo, mientras los cuatro capitanes se reúnen en el puente —¡no, hueste, tu poder no llega a tanto: Miguel Valdivieso, concurre a la llamada!—, yo lanzo a los cuatro vientos las andanadas de mi recuerdos. De momento no se me ocurre un homenaje mejor.

1 comentario:

El Mitico dijo...

buenas tadres. Soy nieto de Amable Cuenca y a petición de mi abuelo antes de fallecer estoy acometiendo la labor de elaborar una antología literaria de toda su obra, incluyendo los escritos publicados en El Molino de Papel. No sabía nada de esta revista salvo lo poco que me comentó mi abuelo y un ejemplar de la antología y me ha alegrado encontrar esta página. Muchas gracias.
Jorge Cuenca

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