miércoles

Ejemplo de honradez

ABC. DOMINGO 24 DE MARZO DE 1968. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 74

UN TESORO EN EL RETIRO
DOS OBREROS DE PARQUES Y JARDINES ENCUENTRAN
59 MONEDAS DE ORO
VALORADAS EN MAS DE 300.000 PESETAS

Para premiar su honradez el alcalde les entregó cinco mil
pesetas y les ofreció un piso a cada uno


Madrid. (De nuestra Redacción.) ¿Quién no recuerda a aquel zahori que hace unos años tuvo a Madrid en tensión con sus afirmaciones de que en el Parque del Retiro existía mucho oro enterrado? ¿Quién ha olvidado los trabajos de zapa que se efectuaron en el parque madrileño siguiendo las oscilaciones del péndulo que el zahori manejaba y sus continuas demandas de más abajo, más abajo, que ya está próximo el tesoro? Se perdió el tiempo, se perdió el dinero invertido en la empresa, y se perdió en el olvido el zahori de turno.

De pronto, sin varilla, sin péndulo, con simples palas y picos, dos obreros madrileños han encontrado un auténtico tesoro en el Parque del Retiro, un tesoro en monedas de oro y..., de rechazo, por honrados, sendos pisos...

La historia comenzó ayer, sábado, cuando Juan López González y Pedro Urango Racionero, obreros afectos a la Dirección de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Madrid, se hallaban trabajando, hacia la una y media de la tarde, en las obras de construcción de cerramiento de la puerta de Pacífico, en el Retiro. Juan López cavaba en una zanja a dos metros de profundidad. Al meter la pala en la tierra removida por el pico, un destello dorado. Y en la tierra la alucinante visión de un buen número de relucientes monedas de oro. Juan López se quedó atónito unos segundos; se agachó, recogió una de aquellas codiciadas monedas y, momentáneamente, se apoderó de él esa fiebre del oro que se conoció primero en California y hace unos días en los mercados internacionales. Pronto reaccionó. Llamó a su compañero Pedro Urango.. ¿Qué hacer?

Escúchame, Pedro, aquí puede estar el piso que necesito.
Y el mío, contestó Pedro.

El sudor del trabajo se había convertido en un sudor frío que recorría la espina dorsal de cada uno de los hombres y se adentraba en sus médulas. Fueron unos segundos. Después, más que el oro brilló la honradez de aquellos hombres que, por carecer de muchas cosas, carecen hasta de piso donde vivir.

Juan López, casado y natural de Ciudad Real, y Pedro Urango Racionero, casado, con una hija, y natural del pueblo de Albalate de las Nogueras, Cuenca, coincidieron en sus pensamientos y exclamaron al unísono:

Hay que dar cuenta al capataz. Tenemos que entregar este tesoro.

Porque Juan y Pedro habían encontrado nada más y nada menos que cincuenta y nueve monedas de oro: dos con la efigie de Carlos III; veintiocho con la de Carlos IV, ocho con la de Fernando VII, y una, pequeña, con la de Carlos IV. Trescientas mil pesetas—según los primeros cálculos—se les venían a aquellos modestos obreros a las manos.

Don Antonio González Lillo, capataz, escuchó a sus hombres y contempló el tesoro.
—¿Dónde las han encontrado?
En la zanja que abrimos.
—¿En alguna caja?
No—respondió Juan—estaban sueltas. Sin ninguna clase de envoltura, en un hueco hecho en la misma arena. Cuando observé la primera, tuve que cavar muy poco para hallar el resto.
Hay que llevarlas a don Manuel Herrero Palacios, director de Parques y Jardines, sentenció el capataz.

Los tres hombres así lo hicieron. Y don Manuel Herrero Palacios se trasladó al Ayuntamiento y puso en manos del alcalde de la ciudad, don Carlos Arias Navarro, las cincuenta y nueve monedas de oro.

FELICITACIÓN DEL ALCALDE
En el despacho oficial de don Carlos Arias Navarro, los citados obreros, junto con el capataz, recibieron su felicitación, así como la recompensa de cinco mil pesetas a cada uno de los obreros y de dos mil pesetas al capataz.

Como, además—agregó el alcalde—, hay que hacer algo para recompensar vuestro gesto, trataremos de proporcionaros un piso.

Y aquellos modestos hombres abandonaron el despacho de la primer ta autoridad municipal portadores no sólo de la felicitación de su alcalde, de la recompensa en metálico y de la promesa de un piso, sino portando un tesoro mucho más preciado que el representado por aquellas cincuenta y nueve monedas, limpias ya, rutilantes, que brillaban sobre la mesa del despacho oficial del señor Arias Navarro: el tesoro de su honradez.

AL MUSEO MUNICIPAL
Preguntado don Carlos Arias Navarro sobre el valor que podría asignársele a aquellas monedas, manifestó que, en su opinión, el de cada una de ellas podía calcularse en más de cinco mil pesetas.

—¿Cuál será su destino?
Probablemente—me imagino—pasarán al Museo Municipal.

Mientras tanto, en sus hogares, aquellos dos modestos obreros de Parques y Jardines sueñan ya con el piso ofrecido. Para hallar el tesoro escondido no necesitaron de adminículo alguno de zahorí. Para conseguir el piso les ha bastado con la honradez.

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