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La hija de Cervantes (Conclusión)

LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
 Y AMERICANA
JULIO DE SIGUENZA
22 de ABRIL de 1.883


Y ahora, orgulloso de mi triunfo, permítame el lector grite: ¡Hossana, gloria á Dios, que me ha concedido el triunfo más completo que apetecer puede el escritor más exigente! Pero antes he de recurrir á otro dato, es que, aunque parezca entrometido de mala manera en este sitio, viene como de molde precisamente.

Es un asiento del ya repetido índice de las calles y casas de Madrid, y lo copia el señor Marqués de Molins en su bien escrita Memoria La Sepultura de Cervantes, en su apéndice XXI. « Paseo por las casas y barrio de Cervantes.» Pág.a 204. Dice así: «Finalmente, la última (casa) que habitó (Cervantes), y cuya procedencia está plenamente demostrada y documentalmente probada por Pellicer, es la otra esquina de la calle del León y de Francos, y su asiento consta en el fól. 160 del códice, que dice : «La casa de los herederos de Graviel Martinez», tassada en 24 ducados, comp.» De esta misma casa se lee en el códice 38, fól. 60, Regalía de Aposento, parte ni, estante R de la Biblioteca Nacional: «Casa núm. 20, » manzana 228 fui de herederos de Gabriel Martínez, quien »la privilegió con 3.000 maravedises en 14 de Febrero de » 1613. Tiene su fachada á la calle del León, con 45 pies; á la de Francos, 59.»

Queda copiado, y en buena parte, el dato en cuestión. Pregunta el lector por el desenlace ¿Qué tiene que ver, dirá, la partida de defunción de Luis de Molina con la casa donde vivió y murió el autor del Quijote?
Mucho, benigno lector; y si no, volvamos otra vez á la partida referida. En ella, Luis de Molina, vecino de Cuenca en 1608, aunque residente en la corte á 28 de Agosto del mismo año, sin más amistades intimas, seguramente, que la familia Cervantes Saavedra, casa con Dª Isabel después de 1611, y muere en la Red de San Luis, á 23 de Enero de 1632 , dejando por albacea, con su mujer, al licenciado Francisco Martinez, capellán de las monjas Trinitarias Descalzas y su paisano.

¿Y quién era este capellán D. Francisco Martinez? El Sr. Marqués de Molins contesta en su Memoria, á la misma página y apéndice trascritos y su último párrafo, de esta manera: «Uno de esos herederos era el clérigo D. Francisco Martinez, que en tal casa vivía cuando tomó el hábito de Tercero, según consta en su asiento.»

Y esta casa, ¿cuál era? Y contesto yo : La que hacía y hace esquina á la calle del León y de Francos, número 20 de la Visita: y este Francisco Martinez, capellán de las monjas Trinitarias, testamentario de Luis de Molina, segundo marido de Dª Isabel de Saavedra, hija legítima del autor de Galaica, era uno de los herederos de Gabriel Martinez, y dueño de la casa donde vivió y murió el Príncipe de los Ingenios españoles, MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.

¿Y era dueño, efectivamente, de la expresada casa? Véase la partida ó asiento de profesión del propio Cervantes en la V. O. T. de San Francisco: «En 2 de Abril (dice) de 1616 profesó en su casa, por estar enfermo, el hermano Miguel de Cervantes, en la calle del León, en casa de don francisco Martinez, clérigo, hermano de la Orden.» En 2 de Abril de 1616 ingresaba en tan respetable orden el autor del Quijote; el dia 23 del propio mes y año entregaba su alma á Dios el que iba á ser eterno como el mundo.

A mayor abundamiento, copio la partida ó asiento de profesión del mismo Martinez, que dice asi, en el folio 72 de dicho libro de profesiones, á i.° de Marzo de 1613 : «Profesó el Licenciado Francisco Martinez, presbítero, calificador, natural de la ciudad de Cuenca, hijo de Gabriel Martinez y de Dª Catalina Jiménez, vecinos de esta villa: en la calle del León, en la esquina de la calle de Francos, casas propias, parroquia de San Sebastian.— (Firmado.) El Licenciado Francisco Martinez Marcilla.»

Consta, sin género alguno de duda, que D. Francisco Martinez, clérigo, dueño de la casa en que habitó y murió el Manco de Lepanto, amigo y su compañero en la Orden Tercera de San Francisco, fue, andando los tiempos, capellán de las monjas Trinitarias Descalzas y albacea testamentario, con Dª Isabel de Cervantes Saavedra, viuda de Luis de Molina, por la última voluntad de éste, en 1632.

¿Se puede dar cuestión con más claridad resuelta? Viene Luis de Molina á Madrid, siendo vecino de Cuenca, en 1608, y presumo que recomendado al mismo licenciado Martinez, su paisano; y en la casa de éste, calle del León, conoce á Dª Isabel, viuda de D. Diego Sanz, de la que se enamora, y con quien ha de casar años después.

Cervantes y su amigo Juan de Urbina, éste por algunas causas que á ello le mueven, y que no revela; aquél, por no dejar desamparadas, si él muere, á sus hija y nieta, la primera, viuda de veintitrés años, y ésta, niña de ocho meses, otorgan, de mancomún é insolidum, la escritura de promesa de dote, á 28 de Agosto de 1608. Efectuado el matrimonio de doña Isabel de Cervantes Saavedra con dicho Luis de Molina, su amistad con Martinez se estrecha conforme los años pasan; y después de la catástrofe del 23 de Abril de 1616, la confianza entre Luis de Molina y el tal vez ya capellán de las monjas Trinitarias, es cada vez más creciente, llegando su intimidad al extremo de que á la muerte del esposo de Dª Isabel de Saavedra, Martinez se ve nombrado, en unión de ésta, albacea de Luis de Molina.

Creo de mucho interés advertir que en 1584. y á los veintidós años de edad, contrajo Lope de Vega su primer matrimonio con Dª Isabel de Urbina, hija de un rey de armas y de Dª Magdalena Cortinas.

¿Sería esta Dª Isabel parienta muy afecta al Secretario de los Príncipes de Saboya. Juan de Urbina, como Dª Magdalena lo era de la madre de Cervantes, Dª Leonor? Pellicer, en la pagina CXCI, de sus anotaciones á la Vida de Cervantes, dice que « el autor de Don Quijote tenia algún deudo con los Urbinas» ¡Cuánta coincidencia!

¿Puede darse prueba más irreprochable, apoyo más fehaciente en la opinión que siempre he sustentado desde que, por suerte, tuve la dicha de encontrar los papeles del Consejo?

La hija de Cervantes fue casada y viuda dos veces, durando su segundo enlace hasta el año 1632. Ya no existe el misterio; los papeles se hallan completos, y la luz de la verdad va apareciendo brillante y pura como la faz de la aurora.

Pero sigamos a Dª Isabel de Saavedra. ¿Tomó el hábito de Trinitaria después de los sucesos referidos? ¿Llegó, por consiguiente, á ser monja? ¿Volvió á casarse? Contestaré.

Desde la fundación del monasterio Trinitario descalzo, en 1612, ó en 1609 como algunos quieren, hasta 1666, sólo se registran cuatro Isabeles, ya mencionadas anteriormente, que profesaron después del año 1632, en que quedó viuda de su segundo marido la hija de Cervantes.

El ser conocidos los padres de todas ellas me hace excusar detenerme sobre su estudio. ¿Ingresó después de 1666? Sobre que yo no dispongo del libro ó catálogo de ingreso de religiosas desde este año en adelante, ni ningún biógrafo de Cervantes se ha detenido en ello, merced á la fábula forjada que á todos servía de base al señalar el año 1613 ó 14 como época del ingreso ó profesión de la hija natural del Príncipe de los Ingenios, existe, y se presenta á primera vista, una razón poderosísima para asegurar todo lo contrario.

Doña Isabel de Saavedra nació en 1585; en 1605 tenia, por tanto, veinte años de edad; de 1605 á 1666 van sesenta y un años, que, con los veinte anteriores, dan un resultado de ochenta y un años, edad no muy viable para emprender una vida de ayuno, de aislamiento, de oración y de privaciones.

La hija de Cervantes, rotundamente afirmo, no fue monja ni en el monasterio Trinitario de Madrid, pero ni en ningún otro. ¿Volvió á contraer un tercer enlace? Hoy no me es posible contestar á esta pregunta. Factible, por otra parte, podría ser; pues que á la muerte de Luis de Molina, Dª Isabel de Cervantes, su viuda, contaba cuarenta y siete años de edad.

Llegará tiempo en que esclarezca este particular. Y aquí entraría de lleno en el tercer punto ó camino que me he trazado, recorriéndolo con la misma franqueza que me ha conducido en los dos ya expuestos, si no me viniera á las mientes otra cuestión, también de algún interés, que deseo dar resuelta.

Hablo de la amistad de la hija de Cervantes con Sor Marcela de San Félix, religiosa Trinitaria desde 1621,0 hija natural del Fénix de nuestros ingenios, Fray Lope Félix de Vega Carpió. Esta amistad la dan por segura los biógrafos de Cervantes. Yo me atreveré tan sólo a conjeturar; no tengo pruebas, y es en mi costumbre dar por cierto únicamente lo que puedo probar.

Entre los años 1621 á 22 profesó en el monasterio trinitario, ya repetido, Dª Marcela del Carpió, tomando en el claustro el nombre de Sor Marcela de San Félix, y de cuyo acto, que fue solemnísimo y digno de la nueva religiosa y del gran Lope de Vega, hay pruebas irrecusables.

De ellas se desprende que, teniendo lugar esta ceremonia contando la nueva Trinitaria con una edad de diez y seis á diez y siete años en 1622, debió nacer en 1605, cuando la hija de Cervantes confesaba los veinte desde su nacimiento. Queda, por tanto, un espacio de que debemos prescindir, y durante el cual no doy por verosímil ni aun el conocimiento. De 1605 á 1621.

En 1622 profesa Sor Marcela, y la hija de Cervantes se encuentra habitando, con su segundo esposo, en su casa, Red de San Luis. La religiosa tenía en esta época diez y siete años; la hija de Cervantes, treinta y siete No sólo pudieron conocerse, sino que lo doy por sentado. ¿Se trataron? No lo creo. Aun vivía el rencoroso Lope de Vega. Si llegaron á ser amigas, ¿cuándo empezaron á serlo? Después de 1635, en que había ocurrido el fallecimiento del gran poeta; la muerte de Luis de Molina, segundo esposo de Dª Isabel, verificada años antes, en el de 1632; y, por último, el advenimiento, que ya aparece en este mismo año, como capellán de las monjas Trinitarias, del amigo y dueño de la casa en que vivió y murió Miguel de Cervantes; del albacea, en compañía de Dª Isabel de Saavedra, nombrado por el segundo marido de ésta, Luis de Molina; de D. Francisco Martinez, en fin, uno de los herederos de Graviel Martinez, como dice el incomparable índice de las calles y casas de Madrid.

Que las dos sin par mujeres, que las dos hijas de los dos más grandes genios que abortó naturaleza se trataron, llegando á ser, más que amigas, hermanas, no sólo no me deja duda, antes encuentro una inmensa satisfacción al afirmarlo. En 1632, la hija de Cervantes contaba cuarenta y siete años; la hija de Lope de Vega, veintiséis. A estas edades el cariño no es de niña: es de mujer. No jugaron á las muñecas para amarse después de corazón.

Por otra parte, la Comunidad Trinitaria y la familia de Cervantes Saavedra, dirélo de una vez, debió formar una sola comunidad: y el buen capellán D. Francisco Martinez, testigo de mayor excepción de las rivalidades de Cervantes y Lope, como de las grandezas entonadas en holocausto de los dos Grandes Hombres, trabajaría arduamente en que las hijas únicas de aquéllos fuesen hermanas en el amor y en el olvido.

Si; Dª Isabel de Cervantes Saavedra, viuda, segunda vez, en 1632, y Sor Marcela de San Félix, religiosa Trinitaria, muerta en 9 de Enero de 1688, fueron amigas. Pero ¿yacerán sus restos bajo las mismas bóvedas? Y entro en la tercera y última consideración.

Los restos de la hija de Cervantes, como monja, no se hallan enterrados en el convento de Trinitarias Descalzas de Madrid. ¿Y cómo seglar? Hoy por hoy, me es difícil dar satisfacción a esta pregunta.

Sin embargo, debo exponer mi franco parecer en este particular. La partida de defunción de Dª Isabel de Saavedra no se encuentra en todo lo que resta de siglo, empezando á contar desde 23 de Enero de 1632, día del fallecimiento de su segundo marido Luis de Molina, en los libros de difuntos de la parroquia de San Luis.

Este obstáculo, con el que ha tropezado el Sr. Octavio de Toledo, á pesar del escrupuloso registro llevado á cabo por dicho señor de todas las partidas de defunciones encerradas en lo restante del siglo XVII, es un motivo para poder entrar de lleno en el terreno de las conjeturas.

En mi opinión, después de ocurrida la segunda viudez de la hija de Cervantes; muerta no sólo la que ésta tuvo del primer matrimonio, Dª Isabel Sanz, sino otra del segundo, nombrada también Dª Isabel de Molina, según partida de fallecimiento que el mismo Sr. Octavio recuerda haber leído en el registro correspondiente, suponiendo fundadamente, y yo con dicho señor, ser, como ya he sentado, hija de Luis de Molina, y no otro el parentesco, aunque pudiera haber sido hermana de éste; creo que la hija de Cervantes, después de tantos sufrimientos, pudo muy bien mudar de vivienda. Que para ello buscaría la íntima amistad de su co-albacea D. Francisco Martinez, capellán de las monjas Trinitarias, el amigo querido de sus padres y de su esposo y que tal vez en los barrios en donde habían fallecido sus adorados progenitores iría á encontrar un refugio á su desconsuelo.

Pudo ir á habitar la casa de su madre, ya muerta desde 1626; y quién sabe si no trataría de apoyar su soledad en el tierno cariño del buen capellán, viviendo en su casa, que era la misma en que el idolatrado padre Miguel de Cervantes había vivido y había muerto.

Creer que salió de Madrid es aventurado, á mi juicio. No eran entonces muy frecuentes los viajes; y tratándose de una señora sola y tal vez desgraciada, casi puede sostenerse que la hija de Cervantes no saldría de Madrid, muriendo en esta villa.

No creo imposible averiguarlo. Si Dios me da fuerza y los obstáculos no oprimen mi voluntad, puede que algún día dé resuelto este problema. Mientras tanto, debo concluir con una reflexión.

La Academia Española, apoyada en la tradición, ha colocado en el presbiterio de la iglesia monasterio de Monjas Trinitarias Descalzas de esta corte una lápida conmemorativa, en que se lee: «Aquí yace Dª Isabel de Saavedra.»

Yo, el más modesto escritor español, respeto como el primero el acuerdo de la Academia Española al inscribir aquel nombre que en el siglo llevó «la hija de Cervantes.»

No escribió nombre de claustro, porque no podía: lo he probado suficientemente. Al fijarse en aquél, la Academia obró cuerdamente. En ese monasterio, en que los dulces ecos de las religiosas se oyen con inusitado recogimiento; donde no há muchos días sentía el que esto escribe endulzar sus cuitas oyendo el canto fúnebre del Miserere cantado por aquellas vírgenes, que, á manera de ángeles velados, entreveía por la espesa reja de su coro; en ese monasterio, repito, deben yacer los restos del Grande Hombre, del escritor inmortal, regocijo de las musas y orgullo del mundo civilizado.

En aquellas bóvedas, entremezcladas con el polvo de la tierra, reposan las cenizas de la fiel y querida esposa doña Catalina de Palacios. Allí se encuentran los restos de la sabia y virtuosa hija de Lope, Sor Marcela de San Félix. ¿Por qué, al morir, la hija de Cervantes no pudo disponer que su frió cadáver fuese también á unirse con los inanimados restos de aquéllos?

Yo así lo supongo; es más, casi tengo la evidencia de que, al fallecimiento de Dª Isabel de Saavedra, ésta dispondría ser enterrada al lado de sus progenitores, y aun de su amiga.

¿Podré probarlo? Mi corazón me dice que sí. No obstante, lastimoso es que cierto agradecimiento no haya influido en nada á la tradición; pues de este modo se habría conservado incólume la pureza tradicional, que es el monumento inapreciable que debe remitirse de siglo á siglo, siempre el mismo, en toda su portentosa lucidez; pues que donde menos puede enturbiarse es dentro de las oscuras é inabordables paredes de un convento de monjas.

¡Cuántas dudas se hubieran evitado! ¡Cuánto sería hoy el regocijo de los españoles! Que no vivimos ya en los tiempos de las hipótesis y de las conjeturas; ni se piensa con el corazón, sino con la cabeza.

Mi agradecimiento eterno al Sr. Octavio de Toledo. Y voy á concluir con una protesta. No el afán de ostentar un mérito, de que no blasono; no la envidia, que no he conocido jamás, hacia aquellos que más valen; no la ambición, en quien nada desea ni nada pretende, han sido móviles á inspirarme la idea de escribir contra lo ya escrito. Mi amor á la verdad, mi idolatría por el gran Cervantes, la gloria de haber sido afortunado mortal que ha descubierto una incógnita en la oscura vida del autor del Quijote, al encontrar los datos ya expuestos sobre Dª Isabel de Cervantes Saavedra, son las causas únicas que me han conducido á escribir después de años de silencio: que no dejan los desengaños vivir la vida del entendimiento, que es la vida del escritor Aquéllos aumentan; las fuerzas escasean, y las ilusiones, como hojas de flor marchita que el huracán arrebata, van desapareciendo una á una, sin que llegue á quedar de ellas ni aun el recuerdo Y ahora, una súplica á mis compatriotas: á los españoles de hoy; á los del porvenir. Sean cuales fueren las vicisitudes de nuestra patria, es respetada, de ahora para siempre, la existencia del Monasterio de Monjas Trinitarias Descalzas de Madrid.


JULIO DE SIGUENZA

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