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CIEN AÑOS DE LA DESAPARICIÓN DE "El Cepa"

El 21 de agosto de 2010, se cumplieron cien años de la desaparición de José María Grimaldos, "El Cepa".

Tres familias y dos pueblos marcados
por un error judicial
Los pueblos no han olvidado los hechos
que les señalarían para siempre
El suceso enfrentó a Osa de la Vega y
Tresjuncos durante largos años.


C. MORAL
OSA DE LA VEGA/TRESJUNCOS
EL DÍA
SÁBADO, 21 DE AGOSTO DE 2010


Hoy se cumplen cien años de la desaparición de José María Grimaldos, el Cepa, entre los pueblos conquenses de Osa de la Vegay Tresjuncos. Con el correr del tiempo sus compañeros, León Sánchez Gascón y Gregorio Valero Contreras, mayoral y bracero para el mismo amo, fueron acusados, torturados y condenados a 18 años de prisión por asesinato. Hoy se cumple un siglo desde que comenzara el drama para tres familias y dos pueblos que quedarían marcados para siempre por un asesinato en el que no hubo muerto. Más tarde, estos hechos pasarían a la historia como uno de los mayores errores judiciales de nuestro país.

El sol aprieta en la llanura manchega en este cálido verano de 2010. A penas cinco kilómetros separan Osa de la Vega de Tresjuncos. La calma se palpa en cada calle de estos dos pueblos vecinos. La plaza dedicada a Gregorio Catalán Valero de Osa de la Vega es el punto de encuentro de los más ancianos del pueblo. Ninguno de ellos vivió aquellos acontecimientos, pero la mayoría conoció la historia a través de las palabras de sus antecesores. Lo mismo ocurre en Tresjuncos. Sus mayores se congregan en la Plaza del Ayuntamiento, donde pasan las horas recordando viejas historias. Entre ellos está Antonio Grimaldos, de 84 años de edad. Su padre era primo hermano del Cepa y sus progenitores le contaron todo lo que sabe acerca de aquel suceso que trascendió las fronteras españolas y mantuvo en vilo a todo el país. Hoy, todavía lamenta que la repentina marcha de José María Grimaldos acarreara tanto sufrimiento a su familia y la de los acusados. Un "barrunto", como él mismo dijo, fue lo que le llevó a alejarse de su pueblo y su familia sin tener en cuenta las terribles consecuencias que aquella irracional decisión traería a los dos pueblos.

Daniel Sánchez Arenas y Francisco Guijarro Valero, nietos de los acusados, todavía recuerdan los hechos con profunda rabia. Un siglo después de lo ocurrido, visitan las ruinas de la finca de Osa de la Vega donde trabajaban sus familiares antes de que comenzara "la pesadilla", como ellos mismos la llaman. Muy cerca de allí está el cañizar donde explican que obligaron a sus abuelos a excavar en la tierra en busca del cuerpo sin vida del pastor tresjunqueño.

Las frases de los dos se entremezclan. Están deseosos de contarlas torturas a las que fueron sometidos sus abuelos durante los interrogatorios de la Guardia Civil. Palizas, uñas arrancadas, o comidas sin agua a base de bacalao con sal son algunos de los castigos que tuvieron que soportar, narran con dolor. "La película dirigida por Pilar Miró se queda corta", aseguran. Sin embargo, insisten en destacar que hubo otros guardias civiles "que se portaron muy bien con ellos y que incluso después de salir de la cárcel acudieron a visitarles a sus casas". No menos doloroso y frustrante fue el proceso que sufrieron sus familias, tal y como atestiguan. "La gente les apuntaba con el dedo y se refería a ellos como los parientes de los criminales", dice Francisco. Padecieron marginación y exclusión social y una verdadera situación de pobreza que se sumó a la desesperación de no saber qué iba a ser de sus familiares apresados.


UNA PROFUNDA HERIDA
Cien años después del suceso, los municipios todavía tienen muy presente la rivalidad que les enfrentó durante largos años. En Osa de la Vega, los nietos de Gregorio y León relatan que tras la desaparición del Cepa, los vecinos de Tresjuncos iban al pueblo vecino para atemorizar a sus habitantes con varas. Por contra, los descendientes de José María Grimaldos explican que los tresjunqueños bordeaban Osa de la Vega para evitar cruzar el municipio de camino a Belmonte. Años más tarde, en la década de los setenta, la película de Pilar Miró ayudó a las familias de Gregorio y León a proclamar al mundo lo que sentían, a cerrar heridas y abrir otras. En la actualidad, Daniel Sánchez Arenas y Francisco Guijarro Valero expresan todavía su rabia contenida, pero aseguran que la profunda herida que se abrió entre los pueblos ya ha cicatrizado.


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C. MORAL
OSA DE LA VEGA/TRESJUNCOS
EL DÍA
DOMINGO, 22 DE AGOSTO DE 2010


Existen centenares de escritos y opiniones vertidas
sobre el Crimen de Cuenca

"Mi familia lloró durante años por no saber
dónde estaba José Mª"


Cuando José María Grimaldos, el Cepa, se marchó sin dejar huella, sembró sin saberlo una historia de odios, rencores y dolor en los pueblos de Tresjuncos y Osa de la Vega cuyas secuelas permanecieron latentes durante largo tiempo, tal y como pudimos ver ayer con motivo del centenario del suceso.


Hoy, los descendientes de los protagonistas echan la vista atrás para traer el suceso hasta nuestros días. Una historia que, en muchos casos coincide con el guión de la película de Pilar Miró, y que en otros abre interrogantes sobre la auténtica crónica, como fue el motivo de la marcha del Cepa. Eduarda García, nieta de una de las seis hermanas del pastor, explica que antes de morir éste dejó escrito en una carta que se marcharía de este mundo sin desvelar a nadie el verdadero motivo de su marcha, aunque tras su regreso el propio Cepa afirmó que le dio un "barrunto" y con el dinero obtenido tras la venta de unas pocas ovejas, decidió ir a otro lugar. 'Yo creo que sus compañeros se tenían que portar mal con él y el miedo hizo que se alejara de allí sin dar explicaciones a nadie. Los sábados siempre volvía a Tresjuncos para mudar la ropa de la semana y contaba a sus padres que aquellos hombres no eran buenos con él. Su padre Anselmo le animaba a que aguantara porque no tendría otro lugar donde ir a trabajar", dice Eduarda. Por su parte, Daniel Sánchez Arenas y Francisco Guijarro Valero, nietos de León y Gregorio respectivamente, ignoran que sus abuelos trataran despectivamente al Cepa por su "corta estatura y semejante inteligencia", tal y como figura en un buen número de escritos sobre la historia. Antonio Grimaldos, otro de sus descendientes, señala que "el muchacho se vería con cien pesetas y se diría a sí mismo:"me voy a disfrutar".
Sea como fuere, el Cepa emprendió camino hacia La Celadilla, lugar donde según se dice, fue "a tomar unos baños". Atrás quedaban Osa de la Vega y Tresjuncos donde, al cabo de pocas semanas de su desaparición, la familia denunciaría los hechos ante el juez y reclamaría la detención de Gregorio y León como presuntos autores de su muerte. Eduarda relata que la familia del Cepa lloró a diario durante años la incógnita sobre el paradero de José María Grimaldos.

El septiembre de 1911, el juez pone en libertad a los acusados por falta de pruebas y no es hasta 1913 cuando el nuevo juez que llega a Belmonte, Emilio Isasa, ordena detenerles otra vez. Fue entonces cuando comenzó el infierno para Gregorio y León. Sus nietos aseguran que las torturas descritas en la película por Pilar Miró y la guionista no sólo fueron verídicas, sino que la realidad llegó a superar con creces a la ficción. Sin embargo, el drama alcanzó también a las familias de los dos acusados. Como señalamos en el Como señalamos en el reportaje anterior, las esposas y los hijos de Gregorio y León tuvieron que soportar la exclusión social de todo su pueblo y aceptar que les señalaran con el dedo como los parientes de unos criminales. Uno de los vecinos más ancianos de Osa de la Vega, José María Herrada, subraya que "todo el pueblo tenía miedo por lo que pudiera pasar". "La gente de Tresjuncos venía con garrotas para atemorizar a las familias de los dos acusados", dice Francisco, nieto de Gregorio.

¿REGRESÓ EL CEPA A TRESJUNCOS?
Todavía son muchas las personas que cuentan cómo El Cepa fue visto en numerosas ocasiones en la casa donde vivía su familia situada en La Muela, un paraje ubicado a las afueras de Tresjuncos. Antonio Grimaldos y su hermana Francisca explican que un viajero procedente de La Serranía de Cuenca aseguró impresionado un día haber viajado junto al Cepa en el tren. "Los niños juraban a sus padres haberle visto en una matanza y preguntaban a los adultos si los espíritus también comían gachas", cuentan. En Osa de la Vega, los nietos de Gregorio y León también se muestran convencidos de que la familia de José María conocía su paradero y quiso ocultarlo. Sin embargo, Eduarda asegura que los padres del Cepa "se murieron con la pesadumbre de creer que su hijo estaba muerto". "Juana-madre del Cepa- lloraba desesperadamente cuando le aseguraron que León y Gregorio habían asesinado a su hijo y habían dado de comer a los gorrinos con su cuerpo". Eduarda se echa las manos a la cabeza al recordar el sufrimiento que padecieron sus familiares durante los años que José María permaneció desaparecido. “Recuerdo cómo mis abuelos nos llevaban a la iglesia a rezar el rosario por José María”,cuenta Eduarda. “Incluso el médico de aquel momento, don Baldomero, llegó a certificar que unos huesos hallados en el camposanto de Osa de la Vega pertenecían a José María”, relata.

Hasta doce años permanecieron León y Gregorio en prisión por un asesinato que no cometieron. León cumplió su condena en la prisión de Cartagena y Gregorio lo hizo en el penal de San Miguel de los Reyes (Valencia). Sus nietos explican que el reencuentro de los dos se produjo en Socuéllamos. No resultó sencillo volver a la vida normal después de lo ocurrido. Según cuentan sus nietos, la gente les marginaba y les seguía acusando de asesinos.

Unos años más tarde, el 8 de febrero de 1926, el cura de Tresjuncos recibió un correo del cura del municipio serrano de Mira en el que solicitaba la partida bautismal de José María Grimaldos para que éste pudiera contraer matrimonio. El cura de Tresjuncos quedó tremendamente sorprendido y sin salir de su estupor decidió no dar respuesta a la carta del párroco de Mira.

EL IMPACTO DE LA NOTICIA
Mientras tanto pasa el tiempo y José María Grimaldos impaciente por que su partida de nacimiento no llega, decide partir hacia Tresjuncos y se presenta sin más en el pueblo. Eduarda todavía recuerda el alboroto que se despertó en su casa de Tresjuncos, en La Muela, cuando la Guardia Civil alertó sobre la inesperada aparición del Cepa, algo que ya era casi inimaginable. "¡Ay mi José María!", exclamába la hermana de El Cepa cuando vio a los guardias de la Benemérita. Eduarda García asegura que los padres del Cepa, Anselmo y Juana, "se murieron con la pesadumbre de creer que su hijo estaba muerto".

Numerosos elementos influyeron en la decisión final de Emilio Isasa Echenique

Investigaciones, ensayos, novelas y hasta una película se han creado sobre el crimen más famoso de la historia de la provincia de Cuenca. Cien años después, es el momento de reflexionar sobre lo que hay de verdad y falsedad en todo ello y los que probablemente sean los puntos más polémicos de toda esta historia: la decisión del juez de condenar a los dos acusados pese a no existir cadáver y las torturas a las que éstos fueron sometidos por la Guardia Civil durante los interrogatorios.

¿Por qué el juez Emilio Isasa Echenique decidió declarar culpables a Gregorio y León? Quien fuera el padre original de la película de El Crimen de Cuenca, Juan Antonio Porto, señalaba en declaraciones a este periódico en el año 1985 que el propio juez creyó "honradamente" que era verdad lo que allí había ocurrido. Además, hay que tener en cuenta que lo primero que le dijeron al juez cuando llegó a Belmonte fue que se trataba de un partido judicial en donde los asesinos andan sueltos. Otra de las circunstancias que pudo influir en la decisión del juez fue la fama que, según se ha apuntado en algunos escritos, tenían los dos inculpados. El propio Francisco Guijarro Valero, nieto de Gregorio, reconoce en la actualidad que su abuelo "era de los más reivindicativos y sindicalistas". Una circunstancia que en ningún caso justifica la decisión del juez, pero que nos puede ayudar a entenderla un poco más.

"HUBO GENTE QUE VIO EL CRIMEN"
Otro de los elementos más concluyentes de la investigación fue ron las declaraciones de algunas personas que aseguraron haber sido testigos del crimen de José María Grimaldos. Así lo pone de manifiesto Juan Antonio Porto en la entrevista: "Hay testimonios en el juicio de gentes que presenciaron, desde la plaza, el crimen, que vieron el cadáver y que además vieron cómo lo quemaban". De hecho, hasta las propias familias de los dos acusados creían firmemente que eran culpables de asesinato. Sus nietos, Daniel y Francisco, señalan que las dos familias se achacaban el crimen la una a la otra.

Por otro lado, tampoco hay que olvidar el contexto social de la época, marcado por enfrentamientos vecinales, pobreza generalizada, incultura y políticos y caciques de por medio, tal y como indica Juan Antonio Porto. Sin embargo, en la citada entrevista realizada por el entonces director de El Día de Cuenca, Javier Moral, el guionista profesional puso sobre la palestra otros muchos aspectos que, por lo menos, ponen en duda los acontecimientos narrados por Pilar Miró y la guionista Lola Salvador en su película. En el reportaje de mañana reflexionaremos sobre estas cuestiones.

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C. MORAL
OSA DE LA VEGA/TRESJUNCOS
EL DÍA
LUNES, 23 DE AGOSTO DE 2010


Tras saltar a la luz pública la insospechada aparición de José María Grimaldos, la nacional e internacional supo explotar las connotaciones sociales y políticas de un país en pre-guerra


Ni el Cepa era tan tonto, ni todos los
guardias tan crueles


En los dos capítulos que hasta ahora hemos ofrecido sobre el crimen más famoso de Cuenca, los parientes vivos de sus protagonistas han compartido con nosotros y nuestros lectores el modo en que sus familias vivieron los sucesos ocurridos tras la desaparición de José María Grimaldos, el Cepa, hace ahora cien.

Unos hechos que no tardaron en saltar a la luz pública, sobre todo después de que se supiera queJosé María Grimaldos no estaba muerto, sino que un "barrunto" terminó por llevarle al municipio serrano de Mira. La decisión del juez Emilio Isasa Echenique de acusar, torturar y condenar a Gregorio Valero y León Sánchez por asesinato pese a no existir ni rastro del Cepa, hizo que tras su insospechada aparición, la prensa nacional e internacional se hiciera eco de un tremendo errorjudicial que también pudo estar motivado por el contexto histórico y social de la época, tal y como vimos ayer.

El Museo Municipal de Tresjuncos aún conserva algunos recortes de prensa de aquella etapa en los que se aprecia la importante repercusión mediática de la noticia. El periódico "El Liberal", por ejemplo, abría su edición con este titular: "Se ha hecho pública la sentencia dictada por el Tribunal Supremo en el recurso de recisión contra la sentencia que condenó a León Sánchez y a Gregorio Valero". Sobre la misma información, "El Socialista" se refería en el antetítulo a "reparar un error judicial" y encabezaba la noticia señalando que "El Tribunal Supremo proclama la inocencia de León Sánchez y de Gregorio Valero". En efecto, los periódicos supieron explotar de manera extraordinaria las connotaciones sociales y políticas del caso en un país que estaba en situación de preguerra y dividido ideológicamente. Podemos con-cluir que la prensa más liberal como El Sol, El Liberal o El Heraldo de Madrid dieron al suceso una relevancia enorme y exigieron responsabilidades por el error judicial de Belmonte, mientras que la prensa más conservadora como "El Debate" años veinte en que sale a la luz la verdad sobre lo ocurrido hasta finales de la década de los 70 en que Pilar Miró dirige la película sobre los hechos, transcurren más de treinta años en los que este suceso pasa a un segundo plano en la opinión pública. Para la mayoría, es la directora de cine Pilar Miró y la guionista Lola Salvador las que recuperan estos hechos y se encargan de difundirlos a través de un film que hace especial hincapié en las torturas de la Guardia Civil a los presuntos asesinos. Sin embargo, para el que fuera el padre original de la película Juan Antonio Porto, el general Primo de Rivera fue quien realmente dio publicidad a la historia. En una entrevista realizada a Porto por este periódico en 1985, éste señala que "Primo de Rivera tenía especial interés en sacar a la luz pública este caso de error judicial por un enfrentamiento claro que surgió en aquel entonces entre el dictador y el Poder Judicial".

Una vez resuelto el caso, otro de los principales interrogantes de esta historia fue el del ahogamiento del cura de Tresjuncos que, según se explicó, no pudo soportar el tremendo cargo de conciencia por haber ocultado a todos que el Cepa estaba vivo. Sin embargo, el tresjunqueño Antonio Grimaldos ha explicado a El Día que el párroco se ahogó porque "un sobrino suyo había terminado con todo el capital de su familia".

¿Cómo fue recibida la película dirigida por Pilar Miró en Osa de la Vega, Tresjuncos y Belmonte? La alcaldesa de Belmonte, Angustias Alcázar, ha señalado que el cine del municipio conquense se quedó pequeño durante una semana para acoger al gran número de personas que quiso acudir para verla y recordar los hechos. Gente procedente de Osa de la Vega, Tresjuncos y otros pueblos de alrededor acudieron en masa para recordar a sus víctimas. Algunos de los familiares directos, en cambio, rechazaron revivir aquellos acontecimientos.

"Las torturas reales superaron la ficción de la película"

Además de recuperar el error judicial que significó el caso de Osa de la Vega y Tresjuncos, el principal motivo por el que la película "El Crimen de Cuenca" dirigida por Pilar Miró causó tanto impacto en la gran pantalla fue, sin duda alguna, la difusión de las torturas a las que fueron sometidos Gregorio Valero y León Sánchez para que confesaran un crimen que nunca cometieron. Unas torturas que impactaron hasta al más estoico y conmocionaron a todo un país. Precisamente este martirio ha sido motivo de debate en multitud de escritos posteriores.

Uñas arrancadas, palizas o comidas sin agua a base de bacalao sin desalar fueron algunos de los castigos que aparecían en el film de Miró y que, según lamentan los descendientes directos de Gregorio y León, "fueron sobrepasados por la cruda realidad, tal y como les contaron a ellos". El objetivo de aquellos brutales interrogatorios estaba muy claro: conseguir una confesión de asesinato por parte de los dos acusados. En este sentido, la justicia vulneró el derecho de los acusados a la presunción de inocencia hasta que existieran pruebas que pudieran incriminarles y llegó a torturarles hasta el extremo para que demostraran su inocencia.

La rabia se muestra todavía en los familiares de Gregorio y León cuando les preguntamos por las torturas. Los dos coinciden en subrayar que la realidad superó con creces la ficción. "Sufrieron tremendas torturas para que confesaran un crimen que no sólo no cometieron, sino que nunca ocurrió" explican. Una de las consecuencias que suscitó la publicación de la película fue la imagen que se proyectó de la Guardia Civil como un cuerpo del Estado que, lejos de infundir seguridad y protección a la ciudadanía, inspiraba temor y odio.

LA IMAGEN DE LA GUARDIA CIVIL
En este punto, Daniel Sánchez Arenas y Francisco Guijarro Valero, nietos de Gregorio y León, quisieron dejar muy claro que hubo otros guardias civiles que lejos de castigar y aumentar las torturas a sus abuelos, les ayudaron durante el duro periodo de interrogatorios en la cárcel de Belmonte. En concreto, se refieren a un guardia civil natural del pueblo vecino de Las Mesas. "Después de que todo terminara y se supiera de su inocencia, este buen hombre regresó en varias ocasiones a visitar a nuestros abuelos a sus casas", relatan.

Por otro lado, Antonio Porto criticó que la película de Pilar Miró se cebaba especialmente en las torturas durante veinte minutos debido a una "falta de imaginación", mientras que en el guión original elaborado por él mismo "se cerraba la puerta y detrás debía haber torturas" que no llegaban a superar, ni como mucho, el minuto. A su modo de ver, "si hubo torturas, las hubo no durante la instrucción sumarial".

LA TRASCENDENCIA DE LO AUDIOVISUAL
¿Conocemos la verdad de los hechos?


Cuando hablamos con la gente más anciana de los pueblos de Osa de la Vega y Tresjuncos donde se vivieron los acontecimientos resulta sencillo percatarse de la gran repercusión que tuvo la película de Pilar Miró en el conjunto de la sociedad, no sólo por recuperar del pasado unos hechos dignos de denuncia ante la opinión pública, sino porque la narración del suceso que aparece en el film fue absorbida por todos como la auténtica e indiscutible historia del crimen. Una circunstancia que nos empuja a reflexionar sobre la trascendencia del cine y de todo el material audiovisual en las personas.

Sin embargo, los testimonios de los familiares vivos de los protagonistas de aquel triste suceso no nos dicen eso. Daniel, Francisco, Antonio, Francisca y Eduarda, todos ellos parientes de Gregorio, León y José María Grimaldos, hablan con nosotros no sólo con el afán de rememorar el centenario de los hechos, sino para decir al mundo que existen otras verdades que, omitidas o manipuladas, nunca salieron a la luz.

Buen ejemplo de ello es que los nietos de Gregorio y León insisten en subrayar que también hubo guardias civiles que actuaron de forma benévola con sus antecesores durante los interrogatorios o que Antonio y Francisca Grimaldos, familiares de José María, destaquen que éste "no era tan tonto como aparece en la película".

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C. MORAL
OSA DE LA VEGA/TRESJUNCOS
EL DÍA
MARTES, 24 DE AGOSTO DE 2010



El 13 de junio de 2001, El Día Cultural, suplemento que coordinaba entonces Florencio Martínez Ruiz, rescató las crónicas del gran Ramón J. Sénder para los periódicos de la época, y con motivo del centenario recuperamos ese trabajo.


El "Año Sénder" ha traído muchas sorpresas sobre la vida y la obra del gran novelista aragonés y no fue la menor diversos datos referidos a Cuenca. Precisamente en el Festival de Cine de Huesca, celebrado estos días, se analizó la influencia de la narrativa senderiana en el cine y, lógicamente, se habló de "El crimen de Cuenca" que recogería el famoso "error" judicial de Osa de la Vega, tramitado con ira en la pantalla por Pilar Miró. No era la primera vez que un suceso de tanta repercusión inspiraba una obra artística, puesto que Ramón J. Sénder lo había hecho eje del argumento de su novela "El lugar del hombre" no para contar el caso judicial, de modo realista, sino para inocularle toda la capacidad existencial de un escritor aplastado por guerras civiles y mundiales. Más la sorpresa no acabaría ahí porque Ramón Sénder viajó, en arreos de cronista de "El Sol" al "lugar del crimen" -que no lo fue de modo violento y físico- en los días en que se descubrió la tremenda verdad de la vida de José Grimaldos López y de sus "asesinos" que evidentemente no lo fueron como Gregorio Valero y León Sánchez. Parte de esas crónicas que revelan un escritor de fibra humana y pluma expresiva -aparte un oficio cabal a la hora de hacer un periodismo que hoy llamaríamos de investigación- aquí las traemos extraídas de "El Sol", más un artículo recapitulatorio publicado en "La Libertad" en el que se apuntan todos los extremos polémicos con intención y agudeza máximas. Materiales en resumen que explican el valor de "El lugar del hombre" y prestigia a Ramón J. Sénder como un excepcional narrador social y metafísico por cuanto sobre la "circunstancia" de la vuelta de un hombre a su pueblo tras quince años desaparecido, levanta un espontáneo alegato que por muchos dictámenes judiciales vale. En la historia de la novela sobre Cuenca, "El lugar del hombre" ocupa la primera posición y solo el largo exilio del autor y el desconocimiento de estas crónicas han conspirado en su silencio.

LA VIDA DE GRIMALDOS
Tarancón 5 (11 n.). Hemos realizado varias excursiones por esta comarca. Visitamos primero a José María Grimaldos López, que llegó de Tresjuncos, su pueblo natal, en la mañana del miércoles último.
Nuestra visita le altera un tanto. Su rostro, inmovilizado por la sorpresa, se anima levemente con una sonrisa de niño. Nuestra impresión es que José María Grimaldos es un anormal, quizá un idiota.
Nos damos a conocer.
-Somos periodistas -le decimos-y queremos que usted nos cuente algo de lo que ha hecho durante su huida de estas tierras y de los motivos que tuvo para escapar de tan extraña manera.
Sin cejar en su risa inexpresiva, nos contesta:
-Un barrunto que me dio.
-Pero ¿hubo antes disgustos de familia, o acaso con los compañeros?.
-No -responde-. Fue, como le digo, un barrunto.
-Bueno, y ¿adónde fue usted, y dónde pasó estos años?.
-Era un día del mes de agosto, de 1910; pensé irme a los baños de Celadilla, junto a Pedernoso, y así lo hice, estando en dicho punto unos días. Después, dispuesto a no volver a mi casa, marché a Camporrobles (Valencia del Cid), donde entré de pastor con José Arroyo: allí estuve un año. Luego fui a Cuevas de Utiel (Valencia), donde permanecí tres años sirviendo en casa de José Ortiz. Volví a Camporrobles, y después marché a Fuenterrobles, donde trabajé seis meses con Fabio Arroyo, y desde este punto fui a Mira, pueblo de esta provincia. Allí presté mis servicios de pastor. Dos años en casa de José Fuentes, que era el alcalde; un año, en casa de Teodoro Clavijo; otro, en casa de Eugenio Salinas; luego, en la de Jesús López; después, en casa de la "Calabaza", en Villalgordo del Cabriel...
Y así va recordando los años de su ausencia sin gran esfuerzo. Parece como si recitase una lección bien aprendida. Este hombre tiene una memoria feliz. ¿Será la memoria el patrimonio de los tontos?.
Recuerda todo lo que ha hecho en su vida; pero durante ésta, y a pesar de su buena memoria, olvidó que tenía madre y que ésta moría de pena con su ausencia, como murió efectivamente, con la tristeza de una tragedia y de un hijo perdido, y olvidó también que tenía herma¬nas y sobrinos que lloraban. José María Grimaldos, al marchar de su pueblo, olvidó todos, todos sus afectos. Él nos lo dice así mismo.
Pero José María se iba a casar ahora. José María, hombre sin afectos, ¿cómo cobró uno tan fuerte que le impulsaba a casarse?.
Se lo preguntamos, y de nuevo aparece en sus labios la sonrisa indefinible...
-Me caso -dice- porque ya tengo dos nenas: una, de siete años, y otra, de tres. Y antes tuve también un nene... El señor cura me dijo que así no debía estar, y yo, la verdad, le contesté: "Arrégleme usted los papeles y me casaré". Otro barrunto que me dio.
-¿No supo usted nunca el mal que había ocasionado a su familia?.
-No, nunca. Si lo hubiera sabido... Yo siempre estuve en el campo; nada sabía ni quería saber de nadie; trabajaba..., ¡y nada más!.
-¿Negó usted su nombre y su naturaleza alguna vez?
-Nunca. Siempre fui José María Grimaldos, de Tresjuncos... ¿Para qué había de negar? Yo siempre he sido bueno. Que lo pregunten en las casas donde he trabajado.
El "barrunto" inconsciente de José María Grimaldos ha ocasionado males terribles a tres familias desdichadas. A él le produce pena, mucha pena haber sido el causante involuntario del horrible drama. Al recordarlo sus ojos se enturbian y sus facciones se contraen.

TESTIMONIO DE GRATITUD
Quiero hacer constar mi gratitud a nuestro corresponsal en esta localidad, D. Pedro Martínez Fernández, activo e inteligente colaborador, a cuya gestión debo gran parte del éxito de esta información. Esta gratitud debo hacerla extensiva al jefe de la Central de Teléfonos de este pueblo, que tan gentilmente ha favorecido la rápida comunicación de mis informes en beneficio de los lectores de "El Sol".
Hemos visitado también a los licenciados de presidio. En Osa de la Vega se encuentran: Gregorio Valero, con su madre, ya vieja, su mujer y sus hijos. Vive de su trabajo como jornalero, y tiene cuarenta y seis años. León trabaja en Villaescusa, donde su mujer estableció un horno de pan para atender a la subsistencia de los hijos y de los suegros, cuya avanzada edad les impedía ya entonces ganarse el sustento.
De las conversaciones sostenidas con uno y otro, ampliadas y ratificadas por el testimonio de algunos parientes y vecinos, se deducen los siguientes hechos concretos:
En la tarde del 21 de agosto de 1910 José María Grimaldos, que pastoreaba con sus ovejas en el término de Veguilla, del Municipio de Osa de la Vega, charlando con León, que era el mayoral de la finca, le dijo que pensaba marcharse a los baños de Celadilla, situados en el término de Pedernoso, de esta misma provincia; que contaba con el dinero obtenido en la venta de unas reses.
Ambos se profesaban cariño verdaderamente fraternal.
Gregorio Valero, que era el guarda del monte público donde está enclavada La Veguilla, mantenía con Grimaldos y León una relación menos asidua.
Hay que tener en cuenta, para los acontecimientos que habían de desarrollarse, que Grimaldos, la supuesta víctima, es natural del pueblo de Tresjuncos, y que allí tenía la familia.
A los veintitantos días de ausentarse Grimaldos su familia presentó una denuncia en el Juzgado de Belmonte, temiendo que hubiera sido asesinado por móviles de codicia, aunque no llevaba consigo más que 50 ó 60 duros.
Reclamados por el juez de instrucción León y Valero, a quienes concretamente se acusaba en la denuncia, personáronse en Belmonte y fueron sometidos a un minucioso interrogatorio.
Como eljuez no encontrara motivos de acusación contra ellos, puesto que sus manifestaciones fueron satisfactoriamente comprobadas, quedaron en libertad y regresaron a Osa de la Vega.
Trascurridos tres años de tranquilidad para el guarda y el mayoral.
Entre tanto llegó a Belmonte el nuevo juez, Sr. Isasa Echenique, el cual resucitó el asunto.
Respecto a los preliminares del suceso, hemos querido aseverarnos con referencias de distintos orígenes, y damos a continuación aque¬llos datos sobres los que no puede caber duda alguna.
Conducidos de nuevo al Juzgado de instrucción León y Valero, el juez preguntó al primero:
-¿Tú has matado a Grimaldos?
-No, señor -contestó el interrogado-.
-Bien; ¿y tú eres León, verdad? -exclamó el juez dirigiéndose al mayoral...- ¿y qué dices tú?.
-Que no he hecho nada.
Siguió a esto un largo e infructuoso careo, y se encarceló a los acusados.

NUEVO INTERROGATORIO
Poco después fueron excarcelados todos y conducidos a Osa de la Vega, para que dijera dónde habían realizado el crimen y el lugar en fue sometido León a nuevos interrogatorios.
Valero decía que sí a todo; pero su compañero seguía en la misma actitud de negativa.
-Le habéis enterrado en el cementerio, ¿verdad?.
Afirmaron.
Levantáronse varias losas en presencia del forense, quien, a pesar de las protestas de los acusados afirmando que era el de la víctima cualquiera de los cadáveres que exhumaban, manifestó que no podía serlo ninguno de ellos.
Del comportamiento del forense, que era D. Juan Jáuregui, guardan los infortunados un sentimiento imborrable de gratitud.
Se repitieron las excavaciones en la Alamedilla, sin hallar restos humanos, y entonces fue cuando declararon ambos que habían descuartizado el cadáver y lo habían dado a comer a los cerdos.
Antes manifestaron que habían quemado los restos de la víctima; pero las negativas del forense contra esta posibilidad indujeron a los acusados a inventar aquella macabra y definitiva argucia.
Comenzó en seguida el proceso, y los Tribunales de Cuenca emitieron fallo condenatorio el día 21 de mayo de 1913.
El alcalde de Osa de la Vega, D. Felipe León Escobar, tan pronto como supo que éramos periodistas, y viendo la posibilidad de reivindicar la moralidad del pueblo que preside, se nos ofreció incondicionalmente, y ganado por la acción, no se atrevió a decir claramente que él juzgaba "a posteriori" lo que hubiera tenido mérito defender "a priori” la inocencia de León Sánchez y Gregorio Valero.
Pudimos comprobar, con el testimonio de este último, que dicho señor fue el único que los visitó en la cárcel.

REGRESO AL PUEBLO
Amplío por correo algunas notas recogidas en la excursión de ayer a los pueblos de Osa de la Vega, Tresjuncos y Belmonte.
Valero y León, los infortunados protagonistas de este drama inusitado -drama sin primer acto, sin causa, todo él consecuencia implacable- fueron condenados como ya sabe el lector. Y mientras León cumplía condena en Cartagena, Valero veía también pasar los días ávidos del presidiario en el penal de San Miguel de los Reyes (Valencia).
En la separación perseverada de tantos años, a solas consigo mismo, cada cual buscó en su conciencia una razón, una disculpa contra la arbitrariedad. Sentían que la propia experiencia, a fuerza de crueldades había minado su concepto de la infalibilidad de la Justicia, y resistiéndose a la afirmación de herejía contra una cosa que llegaba a ellos tan revestida de dignidades en el aparato de las salas de la Audiencia, en la autoridad infinita del señor juez, imaginaban sin cesar buscando una razón. Y firmemente convencido concluía: "No; yo no tengo culpa; pero me ha acusado a última hora León, que es el verdadero criminal".
León, por su parte, hacía análogas reflexiones. Todo menos sospechar que en el mundo podía haber errores ajenos a la propia voluntad capaces de hundir en la afrenta, el vilipendio, a dos hombres honrados y de reflejar su desventura sobre la dignidad de los hijos, de la esposa, del pueblecito donde se formó y consagró su hombría de bien.
No podían creerlo -voluntad firme en la adversidad y razón humana y pura- y atribuyéndose mutuamente el crimen.
-Yo creía -nos dijo León- que estaba en la cárcel por él, y Valero, el pobre, que estaba por mí.
Cumplida la condena en los respectivos penales, ambos fueron libertados el mismo día. Sin perder minuto dirigiéronse al pueblo natal. La vida tenía para ellos una risueña promesa de reconquista. No habían muerto los padres de León ni la madre de Valero. Muy acabaditos estarían, pero la Providencia cuidaba de dilatar el último instante.
Valero llegó a Socuéllamos para coger allí el autobús de línea que había de conducirlo a Belmonte. Se dirigió a la casa del contratista de este servicio con objeto de sacar el billete. La puerta estaba cerrada. Llamó con la aldaba y salió a abrirle precisamente... León. Pasado el primer instante de sorpresa, juntos hicieron el viaje a la capital del partido, y de allí dirigióse León a Villaescusa de Haro, donde su mujer mantenía la familia explotando un horno de pan. Valero fue a Osa de la Vega. El día que ambos llegaron a sus respectivos destinos marcaba el calendario el 18 de febrero de 1924.
Acaban de cumplirse desde entonces dos años. Valero se gana la vida trabajando a jornal los días que le ofrecen "tajo" donde cavar, segar o arar. León solicitó un puesto en la casa donde tantos años había trabajado y le fue negado alegando que no querían trato con criminales. Un día observó que al salir sus hijos a jugar a la calle, la madre les decía en voz baja, aproximándoles al oído los labios con el pretexto de una caricia:
-No riñáis con los chicos, y si os insultan no les contestéis.
La infeliz quería evitar la ocasión de que repitieran los chicos aquel insulto tantas veces oído en el que se recordaba el "asesinato" cometido por el padre y la estancia del infeliz en el presidio con ese cruel desenfado de los niños en las aldeas. León se dio cuenta de esto y sintió en el corazón el pinchazo de una espina nueva. Eran ya muchas las que erizaban de odios sus caminos. El saludo lanzado desde la puerta al paso de un antiguo vecino y no recogido deliberadamente por este. El regreso después a la sombra del patio con la cabeza baja y las mandíbulas encajadas de desesperación. Prefería volver al penal, pero poco a poco unió a la sugestión de la paz carcelaria otra venganza. ¡Oh un año de desprecio enconado de todo el pueblo!.
Seguía hablando. Ni siquiera su mujer creía en su inocencia. A la cárcel no se va por nada. Ella se lo callaba; pero en la intimidad no podía evitar, a menudo, la pregunta que acababa de enloquecerlo:
-Dímelo, León. Yo comprendo que un hombre mate a otro. Pero, ¿qué resentimiento pudo haber entre vosotros?. Aunque para mí siempre has de tener razón, porque te conozco y no eres un malvado, no estaré tranquila hasta saber qué motivos tuviste para aquello.
Y Valero, al lado de su madre, a la que recurría, seguro de encontrar un gesto cordial de acogimiento, como un consuelo contra el desvío desdeñoso de los demás, oyó también palabras parecidas:
-Hijo: voy para la "fuesa" y no querría acabar de marcharme sin saber si has matado o no.
Y el hijo protestaba, indignado, vencido por la falta de pruebas, abrumado por la acusación patente de la ley y por el estigma del presidio.
Pero ahora, todo ha pasado. León es admitido en La Veguilla como mayoral, han resurgido doblemente efusivas las viejas amistades, en el pueblo hay un alborozo de Pascua, de resurrección, llena de luces nuevas en la que sólo falta el volteo de campanas.
-¿Y Grimaldos? ¿Qué me dicen ustedes de Grimaldos?
Hay en ellos un gesto sincero y noble acompañando a una palabra hidalga de perdón. ¡Tantas venturas les atrae ahora, que les parece un sueño su felicidad. En cuanto a la madre de Valero, viejecita, temerosa quizá de su rencor, se limita a decir:
-Dios le dé lo que le convenga.


Ramón Sénder
Osa de la Vega, 7 marzo 1926


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C. MORAL
OSA DE LA VEGA/TRESJUNCOS
EL DÍA
JUEVES, 26 DE AGOSTO DE 2010


La aparición de José María Grimaldos lo cambió todo

Fue el momento en que Gregorio y León supieron que ninguno de los dos era culpable.
Los dos hombres se marcharon a Madrid, donde trabajaron como guardas de jardines



Uno de los momentos clave en la historia del suceso de Osa de laVega y Tresjuncos fue el retorno de José María Grimaldos después de permanecer dieciséis años desaparecido. La noticia llenó de estupor a los dos pueblos conquenses que durante tanto tiempo estuvieron enfrentados por ignorar que el Cepa estaba en realidad vivo.
El 8 de febrero del año 1926, el cura de Tresjuncos recibió una carta del párroco del pueblo serrano de Mira en la que solicitaba la partida de bautismo de José María Grimaldos con la finalidad de celebrar su matrimonio. La llegada del Cepa a Osa de la Vega conmociona a todo el mundo pero, especialmente, a Gregorio y León así como a sus familias. Es el momento en que no sólo habitantes de Osa de la Vega y Tresjuncos, sino un país entero, se da cuenta del grave error cometido por la justicia. Y, lo más importante, es el momento en que los dos acusados de secuestro y asesinato, Gregorio y León, descubren que ni uno ni el otro había asesinado aJosé María. A partir de entonces comenzó una nueva etapa en las vidas de los dos. Sus vidas que hasta aquel momento habían estado repletas de sufrimiento, castigo, exclusión y desconfianza, se abrieron paso en un nuevo camino. Pero, ¿cómo afrontaron ellos esta nueva etapa? Daniel Sánchez, nieto de León, explica a El Día que su abuelo evitaba siempre recordar aquellos acontecimientos. "Cada vez que echaba la vista atrás para rememorar lo que ocurrió se le ponía hasta mal cuerpo, por eso mismo rehuía todas las preguntas", cuenta.
Llegados a este punto, se hace importante destacar que el martirio real de Gregorio y León terminó el día que se conoció que el Cepa estaba vivo, ya que cuando salieron de la cárcel, a los doce años de haber sido condenados por el juez, la gente todavía les apuntaba con el dedo como si de unos criminales se tratara. Así lo ponen de manifiesto sus nietos, Daniel y Francisco, quienes recuerdan que "fueron muchas las personas que les dieron de lado por el hecho de creer que habían terminado con la vida de José María Grimaldos". Otro de los aspectos más importantes a recordar es la relación que durante años enfrentó a las familias de Gregorio y León. "Mi familia pensaba que mi abuelo estaba en la cárcel por culpa de León y ellos pensaban lo mismo de nosotros", dice Francisco, nieto de Gregorio. No obstante, tras revelarse la verdad sobre los hechos, ambas estirpes volvieron a establecer vínculos de amistad, tal y como confirman Daniel y Francisco hoy.

COMPENSADOS POR EL ESTADO
Tras saltar a la opinión pública la noticia sobre la súbita aparición del Cepa, la sentencia del Tribunal Supremo declaró nula la dictada en Cuenca en 1918, estableció la inocencia de Gregorio y León, así como la nulidad en el acta de defunción de Grimaldos y determinó las indemnizaciones civiles que corresponde abonar al Estado. En concreto, los dos hombres se trasladaron a Madrid junto a sus familias, donde se les ofreció un trabajo de guardas al servicio del Ayuntamiento de la capital.
Después de todo lo acontecido, Gregorio y León se esforzaron por reconstruir sus vidas con normalidad. Trabajaron como guardas en el madrileño Parque de El Retiro
donde, según cuentan sus propios nietos, un día llegaron a encontrarse con el sargento de la Guardia Civil que les causó las torturas, Juan Taboada Mora. "Tras conocerle, se abalanzaron sobre él con rabia y comenzaron a propinarle puñetazos y patadas, aunque muy pronto otros guardias civiles, sorprendidos por la conducta de los dos guardas del parque, acudieron a protegerle", relatan. Por otro lado, Daniel y Francisco desmienten que sus abuelos fueran a buscar al sargento de la Guardia Civil, Juan Taboada, para darle muerte durante la Guerra Civil, tal y como relataron algunos de sus familiares a este periódico en abril de 2001 y como se podría deducir de una obra publicada por la Iglesia tras la contienda, llamada el "martirologio de Cuenca".
Tras la aparición del Cepa, los vecinos de Osa de la Vega dejaron de ser llamados criminales. A partir de entonces, fueron los tresjunqueños los que comenzaron a estar en el punto de mira, tal y como señalan en el pueblo.


"El Cepa llegó llorando y pidiendo perdón. Dijo que le había dado un barrunto"

El que quizás sea el momento más importante, al menos simbólicamente, en esta historia de crimen sin muerto es el reencuentro entre José María Grimaldos, el Cepa, con Gregorio y León, una vez que se conoció que el tresjunqueño estaba vivo.
Tal y como aparece en la película dirigida por Pilar Miró, los nietos de Gregorio y León cuentan que Grimaldos llegó a Osa de la Vega escoltado por la Guardia Civil. Fue en el lugar conocido popularmente como "el sepulcro" donde tuvo lugar esta escena.
"Lo primero que hicieron Gregorio y León cuando supieron que el Cepa estaba vivo fue reencontrarse y abrazarse fuertemente. Fue el instante en que descubrieron que ninguno de los dos había asesinado a Grimaldos y que habían sido víctimas del mismo error judicial", explican sus nietos. La emoción todavía les embarga cuando rememoran lo que sus padres les contaron. La noticia les llenó de alegría y de rabia e impotencia al mismo tiempo. Por fin el mundo entero sabía que habían sido víctimas de tremendas torturas por un asesinato que ni siquiera llegó a cometerse por nadie.

LA PREGUNTA
¿Cómo reaccionó Osa de la Vega cuando llegó el Cepa?


Los más mayores del municipio explican que todo el pueblo acudió en masa para verle. Además, cuentan que una vecina, la tía Caya, se abalanzó sobre él para matarle por todo el dolor que había causado en el torturas por un asesinato que ni siquiera llegó a cometerse por nadie. Los más mayores de Osa de la Vega cuentan que hasta los propios familiares de Gregorio y León se echaron las manos a la cabeza al conocer la noticia.

ARRODILLADO ANTE ELLOS
Daniel y Francisco traen hasta nuestros días el instante en que sus abuelos se vieron frente a frente con José María Grimaldos. "El Cepa se arrodilló ante ellos para pedirles perdón por todo el daño que les había causado durante tantos años. Aunque pueda parecer mentira, ellos le perdonaron", relatan. Según el propio Daniel, su abuelo y Gregorio quisieron ver a José María Grimaldos para preguntarle por qué había guardado silencio durante tantos años y el motivo por el que nunca dijo que estaba vivo y se había marchado a otro lugar. "José María Grimaldos llegó llorando y se postró ante Gregorio y León pidiéndoles perdón. Dijo que le había dado un barrunto que hizo que se marchara inesperadamente. También contó que se fue de forma inocente por temor a que le ocurriera algo. Luego se abrazaron", explica.
Daniel cree que su abuelo llegó a perdonar a José María Grimaldos, pero Francisco no está de acuerdo con eso. El dolor puede verse todavía en su rostro.

¿QUÉ FUE DE SUS VIDAS?
"El Cepa" murió como vendedor de lotería

Cien años después de los sucesos que marcarían para siempre a Osa de la Vega y Tresjuncos, sus habitantes rememoran la historia. Los familiares vivos de sus protagonistas todavía lamentan los hechos. Francisco, nieto de Gregorio, dice con rabia que la tragedia pudo haberse evitado "si la familia de José María Grimaldos hubiera confesado que estaba vivo cuando todos pensaban que no era así". No obstante, recordemos que los descendientes del Cepa que viven hoy en Tresjuncos niegan que su familia supiera que José María estaba viviendo en Mira.

Tras los hechos, José María Grimaldos López, el Cepa, vivió en el municipio serrano durante años, donde se casó y tuvo dos hijas. Al parecer, una de ellas siempre quiso regresar a Tresjuncos para conocer sus raíces, pero falleció antes de hacerlo. Más tarde, Grimaldos se marchó a vivir a una localidad de la Comunidad Valenciana donde terminó sus días vendiendo lotería. Allí murió y fue enterrado.

Por su parte, después de trabajar durante años en el Parque de El Retiro, León Sánchez Gascón fue pastor en El Pedernoso en una finca de la que fue despedido cuando el propietario supo quien era. Luego fijó su residencia en Villaescusa de Haro, localidad conquense de donde era natural su esposa. Allí murió con 83 años y allí descansan sus restos. En lo que respecta a Gregorio Valero, terminó sus días en Madrid y está enterrado en el Cementerio de la Almudena.

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