jueves

La Atapuerca de los dinosaurios

El País semanal
MALÉN AZNÁREZ 03/02/2008

Se acabó el complejo de inferioridad. Los restos de titanosaurios hallados en Cuenca, más de 8.000, permiten a España colarse en el terreno de los yacimientos de grandes dinosaurios. Eran gigantescos, acorazados, y podían pesar hasta 30 toneladas.

Eran parecidos a los Diplodocus, sólo que más esbeltos; incluso podían parecer gráciles. Sus patas, más largas y estrechas; el cuello, también. Sorprendente en unos bichos tan enormes y acorazados que medían hasta 20 metros y podían alcanzar entre 20 y 30 toneladas de peso. Se llamaban titanosaurios; eran dinosaurios fitófagos que se alimentaban de arbustos, plantas y hojas de árboles, y poco antes de extinguirse, hace unos 65 millones de años, al final del cretácico superior, se paseaban a sus anchas por un territorio subtropical rico en vegetación y humedales, un auténtico paraíso de saurópodos que hoy es la península Ibérica.
En algún momento, los restos de estos fantásticos animales, que tanta curiosidad y fascinación ejercen sobre nosotros, quedaron atrapados en una zona muy definida de aquellas tierras emergidas, exactamente en lo que hoy es la provincia de Cuenca, y ahora han salido a la superficie gracias a las obras del AVE Madrid-Valencia, provocando un cataclismo entre los paleontólogos españoles. “No hay nada parecido en Europa, es como un milagro. Nos ha tocado la lotería”, repiten a coro los responsables del yacimiento. Se acabó el complejo de inferioridad frente a países como Estados Unidos, China, Mongolia, Argentina o Canadá, con yacimientos de grandes dinosaurios. España entra en el círculo de los importantes gracias a los titanosaurios de Cuenca.
El milagro de este gran depósito de restos de saurópodos, los dinosaurios de mayor tamaño conocido, un auténtico botín científico –más de 8.000 fósiles sólo en la primera campaña–, se refleja en el entusiasmo del paleontólogo José Luis Sanz, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, conocido experto en dinosaurios avianos (aves primitivas) y director científico de Lo Hueco, el yacimiento encontrado en Fuentes, a 15 kilómetros de Cuenca. “Si a un paleontólogo de dinosaurios se le pudiera aparecer un genio de la lámpara y le preguntara qué quiere, yo diría: algo que tenga muchos fósiles; que estén articulados, bien conservados y que representen muy bien la biota de la época; con posibilidad de excavarse rápidamente, pero que pueda continuar excavándose. Es decir: Lo Hueco”.
El arrebato de Sanz, un pajarero de prestigio internacional, es refrendado con igual calor por el paleontólogo de la UNED Francisco Ortega, codirector del yacimiento. “Son las cosas que nunca ocurren, a ningún paleontólogo… Lo encontrado es prácticamente desconocido en el registro español”. Y otra codirectora (junto con Fernando Escaso y Mauro García Oliva), la arqueóloga Fátima Marcos, curtida en excavaciones como Ampurias, Segóbriga o Itálica, pero por primera vez metida en una de dinosaurios –“yo, que no había visto Parque Jurásico porque no me gustaban los dinosaurios…”–, se declara ahora ferviente conversa. “Es impresionante, he pillado el mejor yacimiento del mundo. Es como la Pompeya de los arqueólogos; está todo in situ, todo colocado. Si tuviéramos que hacer algún parangón, yo diría que Pompeya es al mundo romano lo que Lo Hueco es a la paleontología de dinosaurios del cretácico superior en España”.
El yacimiento –financiado por la Administración de Infraestructuras Ferroviarias (Adif) y gestionado y administrado por Portsaurios, SL, sociedad creada por estos paleontólogos– está en plena ebullición. Nadie diría que apenas faltan 24 horas para su cierre temporal hasta la primavera. Varias docenas de jóvenes trabajan pincel o maza en mano, arrodillados o tirados por tierra. A la euforia que se palpa no es ajeno el hallazgo de la víspera. Porque, para que se cumpla la tradición paleontológica –siempre dos días antes del cierre aparece algún resto importante que lo retrasa–, acaban de salir unos fósiles estupendos. “Esto que vemos es una columna vertebral asociada a parte de una pelvis. Y aquello, las vértebras, fémur, tibia, fíbula y huesos de la pata y dedos, posiblemente todos de un mismo titanosaurio. Cuando los tengamos limpios, los montaremos en la misma disposición y veremos si realmente pertenecen a un individuo. Tenemos más de una docena de bichos en estas condiciones…”, cuenta Ortega. “Hay hallazgos espectaculares, columnas vertebrales con todo el sacro montado, y más de 60 fémures de titanosaurios”. Fémures que, en su mayoría, ha cargado hasta la furgoneta Fernando Escaso, del Museo de Ciencias de Castilla-La Mancha, y que dice no va a olvidarlo: “Puedo asegurar que pesan lo suyo”.
Cuando empezaron a excavar, en junio pasado, los campos que rodeaban el yacimiento estaban cuajados de girasoles.
Ahora, en medio del frío invernal del último día de noviembre, aparecen grises y en barbecho. El equipo de paleontólogos y técnicos (en ocasiones un centenar y siempre rayando en los 80) ha pasado de los sofocantes 40 grados del estío a los 12 bajo cero de noviembre. No ha habido vacaciones, y los horarios han sido de sol a sol. “Ha sido una experiencia fabulosa que pocas veces se presenta en tu vida, he aprendido un montón”, dice la bióloga Cristina Mateos, pincel en mano, mientras limpia un fémur de titanosaurio. “Todos habíamos hecho ya alguna excavación”, comenta la madrileña Ana Elvira, “pero el ambiente de ésta ha sido fantástico”.
Pero, ¿cómo era la existencia de estos grandes saurópodos? ¿Vivían mucho o poco? ¿Eran veloces o lentos? ¿Cómo se defendían? ¿Fue la península Ibérica la única zona de Europa donde habitaban? Preguntas, que surgen inevitablemente cuando aparecen evidencias de algunos de estos fascinantes monstruos todavía poco conocidos.
Parece que los titanosaurios, a diferencia de los saurópodos jurásicos –de formas muy pesadas, grandes cuellos y colas–, tenían cuellos y rabos larguísimos, además de patitas delgadas y altas. Podían dar la imagen de un animal un poquito jirafoide, aunque no podrían elevar el cuello como ellas. Eran parecidos a un Diplodocus, aunque en proporción tenían el cráneo más grande. No sabemos si eran de sangre caliente o fría, y su vida no era muy larga. Aunque nadie ha estudiado su longevidad, se la supone similar a la de otros saurópodos adultos de la época que vivían entre 30 y 50 años. “Lo más sorprendente es que crecían muy rápidamente, podían alcanzar su momento de madurez sexual a los ocho o nueve años. Su carácter es muy evolucionado, y por eso tenían un exoesqueleto que no poseían otros saurópodos. Todo el animal no estaría acorazado, como los cocodrilos, sino que sólo tendría el dorso y zonas laterales cubiertas de osteodermos [placas o escamas grandes y muy duras hechas de tejido óseo]. En cuanto a su defensa, lo más probable es que estuviera basada en su esqueleto externo, que le permitía atreverse con un Velocirraptor; a diferencia del hadrosaurio, que la basaba en la huida”, afirma Sanz.
Como animales terrestres, los restos de dinosaurios tienen que estar asociados, como mínimo, a depósitos costeros o a lagos y ríos, como ocurre en Lo Hueco. Y la península Ibérica, emergida durante cientos de millones de años, ha sido un paso evidente de faunas entre los dos grandes continentes Laurasia y Gondwana. De ahí el paraíso conquense, que los especialistas no creen una excepción en la fauna europea de la época. “La explicación más probable es que distintos ambientes o diferencias en la fosilización hacen que se hayan conservado en unos sitios y en otros no. Pero podemos testar hipótesis sobre la circulación de grupos de dinosaurios en momentos en que la Península se encuentra en medio de una zona evidente de paso de norte a sur”, apunta Ortega.
Para la joven paleontóloga Angélica Torices será una experiencia difícil de olvidar. “Es un yacimiento único en Europa y perfectamente comparable a los mejores de Estados Unidos. Probablemente cambiará mucho los resultados de mi tesis doctoral sobre terópodos del cretácico superior, porque los fósiles encontrados van a incrementar mucho el conocimiento de estos dinosaurios carnívoros. Estoy más que encantada”. Torices, que había trabajado sólo con dientes de terópodos, se ha topado con un inesperado regalo: restos de cráneos, mandíbulas, vértebras y garras de estos carnívoros. “Hemos cambiado el panorama de la paleontología española. Nunca se había hecho una excavación, al menos de dinosaurios, de este tamaño y prácticamente sin estudiantes”, dice Sanz.
Los terraplenes arcillosos que bordean lo que será la vía del AVE, perpendicular al primitivo cauce fluvial mesozoico, muestran dos colores. La parte superior, roja, escasea en fósiles; la inferior, gris, está, casi seguro, repleta de huesos de dinosaurios. “Al principio siempre hay un montón, luego menos, y a continuación empezamos a encontrar huesos grandes articulados. ¡Es una belleza! ¿La razón de tantos juntos? Sin duda fue una gran avenida que arrastró y canalizó todos los huesos que encontraba en la cuenca. Luego, esa masa de barro y huesos se extendió en una superficie muy grande que se cubrió rápidamente y quedó sellada. Y ahora se pueden recuperar. En profundidad ya no hay más, pero sí en los laterales del yacimiento, en donde seguiremos excavando. El futuro es prometedor”, asegura Francisco Ortega.
¿Por qué es tan importante Lo Hueco, que ya empieza a considerarse como la Atapuerca de los dinosaurios? Los paleontólogos señalan que es un lugar único en Europa por varias razones, y no sólo por la gran cantidad de fósiles hallados, algunos articulados –10 esqueletos casi completos de titanosaurios–, cráneos de cocodrilo, tortugas y otras especies desconocidas. “Hay restos de animales que a priori no habíamos visto antes y otros que no se conocían en la península Ibérica. Son fósiles muy completos y bien preservados que nos permiten entender mucho mejor algunos animales de los que sólo teníamos una idea parcial. Tenemos restos de ocho géneros de dinosaurios, con claro predominio de saurópodos titanosaurios, de los que, al menos, hay tres tipos diferentes. También, dos grupos de terópodos, posiblemente dromeosaurios, de menor tamaño, agiles y grandes depredadores, y un anquilosaurio”, mantiene este codirector.
No es por presumir”, dice Sanz, “pero no hay un lugar que haya dado tres saurópodos diferentes. Esto es lo singular de este yacimiento. Además, puede confirmar o refutar varias hipótesis. Una, el dominio de los titanosaurios en la fauna europea del cretácico superior. Y el yacimiento nos cuenta que eran los reyes del mambo de los dinosaurios fitófagos. Dos, si es cierta la disminución de la diversidad de los dinosaurios al final de su existencia, hace unos 60 millones de años. Y tres, si los titanosaurios estaban recubiertos de osteodermos, hipótesis que nosotros confirmamos definitivamente. Y es muy llamativo porque están fuera de lo que es el arquetipo del gran animal terrestre acorazado: como un tanque, compacto y sin salientes”.
Las escamas son los fósiles favoritos de la arqueóloga Fátima Marcos, que, en ocasiones, cuando aparecen, jalea a grito pelado ¡osteodermo!, ¡osteodermo! “A la gente le llaman muchísimo la atención las vértebras de cocodrilo porque tienen apariencia de libélula, una estructura alada; pero los osteodermos son todos diferentes y muy curiosos: algunos tienen forma lanceolada, otros cónica. Son mi debilidad”. En algunos casos han aparecido asociados a esqueletos, lo que resulta poco habitual. “Son partes del esqueleto exterior que a veces no sabemos dónde poner. La única manera de estar seguros es que el bicho apareciera con ellos puestos… Pero poder colocarlos en un esqueleto nos permite saber en qué zona del animal estaban y cómo”, explica Sanz.
Las expectativas científicas que con Lo Hueco se abren a la paleontología española son, según estos expertos, enormes. “En Europa siempre hemos tenido complejo de inferioridad con respecto al registro americano del cretácico superior, porque casi no teníamos nada. Ahora contamos con ocho géneros diferentes de dinosaurios, y en el futuro podemos encontrar muchas más cosas”, apunta Sanz. “Con estos 8.000 fósiles estudiaremos lo que nunca hemos podido hacer en los yacimientos de la Península, como las variaciones en el crecimiento de los dinosaurios y las diferencias entre distintas poblaciones”, apunta Ortega.
La preservación “exquisita” de los huesos permite investigar el crecimiento de dinosaurios, como los titanosaurios, que nunca se habían estudiado. “Los paleontólogos, para empezar a hablar, lo primero que necesitamos es una hipótesis de relaciones de parentesco; es esencial. Si no existe, no se puede contrastar nada, y aquí se puede empezar a construir”, asegura Sanz.
Hay otro aspecto que emerge con fuerza. El nuevo yacimiento, a sólo 20 kilómetros del de Las Hoyas y a 30 del de Portilla –todavía sin excavar–, forman un “triángulo del cretácico” de dinosaurios difícil de superar. No hay, afirman estos paleontólogos, muchos lugares donde se puedan encontrar dos yacimientos tan singulares, y a tan escasa distancia, como Las Hoyas y Lo Hueco. “No sólo son singulares en sí mismos, sino que nos cuentan la historia de los últimos tiempos de los dinosaurios. Las Hoyas es de unos 130 millones de años, y Lo Hueco, de unos 50 millones después; casi, casi, de los últimos dinosaurios. A esto se añade el tercer vértice de Portilla, donde hay miles y miles de fragmentos de cáscaras de huevos de dinosaurio, con toda probabilidad de los mismos saurópodos titanosaurios”, explica Sanz.
Este “triángulo del cretácico” se ha convertido en una especie de Rosseta que permite seguir la evolución de los dinosaurios en tres fases diferenciadas. Por una parte, Las Hoyas, hasta ahora el mejor yacimiento español de dinosaurios del cretácico inferior (más de 100 especies de animales y plantas, nueve de ellas desconocidas en el resto del mundo), conserva, como una copia litográfica, los elementos más delicados de un microsistema: peces con sus escamas y espinas, insectos con todas las patitas, restos de minúsculos vegetales… Y Lo Hueco aporta los elementos de animales de gran tamaño que arrastran las avenidas. “Son dos ventanas distintas a dos ecosistemas del pasado. En Las Hoyas hay dinosaurios primitivos como Pelecanimimus, o alados como Concormis o Iberomesornis –de sólo 10 centímetros–, que no han aparecido en ninguna otra parte del mundo. Y en Lo Hueco, bichos grandísimos. Son dos formas totalmente distintas de fosilización”, señala Ortega. “Lo Hueco tiene el elemento de atracción, de espectacularidad, que le falta a Las Hoyas”, añade José Luis Sanz, muy ligado a este último yacimiento. “Y si añadimos las cáscaras de huevos de Portilla, que permiten relacionar los hábitos y lugares de puesta de estos saurópodos, el eje nos muestra una comunidad de dinosaurios y sus cambios durante millones de años”.
Un eje con múltiples posibilidades, científicas y turísticas, que ha valorado bien el gobierno de Castilla-La Mancha. Su presidente, José María Barreda, quiere lanzar a bombo y platillo el “triángulo del cretácico” conquense, y ha pedido a los científicos que le presenten un proyecto de alcance internacional. El planteamiento de éstos pasa por establecer una gran institución en paleontología de dinosaurios, que incluya un museo y un instituto. “Habría una exhibición permanente especialmente centrada en los dinosaurios del ‘triángulo del cretácico’, porque es la parte más importante del registro fósil de la región. Pero también tendrá un parque de dinosaurios, una parte lúdica de puro entretenimiento y espectáculo. Queremos que la gente se lo pase bien y disfrute de los dinosaurios como mitos que son”, avanza Sanz, dinomaniaco desde pequeñito, cuando descubrió en el cine los aterradores monstruos a los que iba a dedicar parte de su vida.

Cuando la serranía conquense era una marisma subtropical

El hábitat de la nueva especie de dinosaurio era un humedal, una marisma con altibajos en el nivel de agua, con una estación seca y una húmeda en un clima subtropical, deducen los científicos a partir de la información que van recabando. Tendría un tapete vegetal no necesariamente tupido, con grandes helechos arbóreos y los bosques de coníferas rodearían el humedal. Ahora, 125 millones de años después, este espacio es la Serranía de Cuenca.
De aquella época, el Cretácico inferior, son las primeras plantas con flores, tal vez acuáticas. En cuanto a otros animales, el concavenator Pepito compartiría territorio "con una cohorte enorme de insectos de todo tipo, voladores y terrestres", explica el experto José Luis Sanz. También habría abundantes peces, cangrejos, lagartos... Por allí estarían, además, las aves primitivas como Iberomesornis -del tamaño de un gorrión-, cuyos restos fósiles catapultaron el yacimiento de Las Hoyas a la fama internacional de la paleontología.
Otro habitante de la zona sería el Pelecanimimus, un dinosaurio terópodo de unos dos metros y medio de largo, más pequeño que Pepito, también descubierto en el rico yacimiento conquense.


El gran (y jorobado) dinosaurio español
Hallada en Cuenca una nueva especie carnívora que vivió hace 125 millones de años

Sociedad
ALICIA RIVERA Madrid 08/09/2010

Un dinosaurio de un género y una especie completamente desconocidos hasta el momento siempre es un descubrimiento que causa sensación en la paleontología mundial. Ahora un ejemplar de buen tamaño, carnívoro y con una extraña joroba, ha sido descubierto en Cuenca, en el yacimiento de Las Hoyas. Vivió hace 125 millones de años y es el dinosaurio más completo que se ha encontrado en España, afirman los investigadores. Con sus seis metros de largo, el nuevo ejemplar conquense, un animal adulto, era cuatro veces mayor que los ágiles y temibles velocirráptores que salían en la película Parque Jurásico. Y este es mucho más antiguo.
El esqueleto fósil se presenta hoy en lugar destacado en la prestigiosa revista Nature con un artículo firmado por los tres científicos españoles que lo han encontrado y estudiado (Francisco Ortega, Fernando Escaso y José Luis Sanz).
El dinosaurio, carnívoro, ha sido bautizado científicamente Concavenator corcovatus y apodado Pepito pese a ser un animal adulto. El propio nombre oficial, que significa Cazador jorobado de Cuenca, aporta datos interesantes sobre el animal: "Era un depredador, que cazaría sin hacer ascos a la carroña que se encontrase, como los leones actuales", explica Sanz, especialista español en dinosaurios reconocido internacionalmente.
En cuanto a lo de jorobado, es un rasgo peculiar y sorprendente del concavenator, porque no se conoce en ningún otro dinosaurio, aunque algunos de estos animales prehistóricos tenían una estructura dorsal que podría tener una función termorreguladora, como un radiador. En el caso de Pepito los científicos no saben para qué le servía la joroba.
El nuevo dinosaurio español destaca no solo por su novedad, su tamaño y su excelente conservación, sino porque aporta información inesperada sobre la historia de este tipo de animales del Cretácico inferior. Pertenece a los carcadorontosaurios, una familia de dinosaurios que se consideraba hasta hace no mucho original del hemisferio Sur. El hallazgo de un ejemplar de esta familia en el Reino Unido hace unos años y, ahora, el muy completo fósil de Las Hoyas, ambos muy primitivos y en el hemisferio Norte, exige rectificar la idea que se tenía de su trayectoria evolutiva y geográfica.
Otra peculiaridad de este dinosaurio son unos bultos que se distinguen en el hueso del antebrazo, que son similares a los que sirven de punto de inserción de las plumas remeras en las aves actuales. Está claro que Pepito no volaba, pero "la presencia de los pequeños bultos en la ulna [equivalente al cúbito de los humanos] de concavenator indica que este dinosaurio conquense ya tenía estructuras en la piel que constituyen un estadio ancestral de las plumas de las aves", explican los científicos.
No hay que olvidar que, como han demostrado los fósiles hallados en Las Hoyas desde hace unos años -y, paralelamente, en yacimientos de China-, los dinosaurios no se extinguieron hace 65 millones de años (probablemente como consecuencia del impacto de un gran meteorito en la Tierra), sino que algunos de ellos, los voladores, lograron sobrevivir y acabaron siendo los pájaros actuales.
Pepito apareció hace ya varios años y supuso desde el primer momento una sorpresa para los paleontólogos, pero han tardado bastante tiempo en recuperar y conservar los huesos fósiles de las planchas de roca en que estaban incrustados. "Es un trabajo minucioso, con instrumentos como los de dentista, para ir retirando la roca sin llegar a tocar el fósil", explica Sanz.
De esta operación se han encargado sobre todo Ortega y Escaso (de la UNED), en el Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha, en Cuenca, donde ahora está el ejemplar. El esqueleto está aplastado y acostado hacia su lado izquierdo y la roca en que reposa estaba fragmentada en varias losas, por lo que su reconstrucción fue, lo primero, "como montar un rompecabezas en tres dimensiones", recuerda Sanz, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. "Al principio pensamos que podría ser un reptil marino, un gran cocodrilo, o un dinosaurio", añade.
Los restos del concavenator destacan por su excelente estado de conservación, una característica que resulta singular en las condiciones del yacimiento de las Hoyas, poco favorables a la preservación de esqueletos grandes. Pepito, para suerte de los científicos, se ha conservado sin esos problemas y se aprecian en sus huesos detalles de las escamas de las patas y de la cola.
Texto e imágenes de El Pais.com

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