lunes

¿SON EREMITORIOS?

EL EREMITISMO EN LAS ÉPOCAS VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL
A TRAVÉS DE LAS FUENTES LEONESAS (Isabel Corullón)

El eremitismo se desarrolló en la Península, a lo largo de los siglos IV y V, como forma básica del monacato primitivo, anterior a la aparición del cenobitismo. Pero éste no significó el fin del eremitismo, que en la época visigoda estaba muy arraigado en el Centro y el Norte peninsulares, en las áreas menos romanizadas, con una vida urbana muy pobre, en una sociedad que mantenía numerosos arcaísmos de origen indígena. Allí se desarrollaría como forma básica de monacato, desde el momento mismo de la cristianización, que se llevó a cabo tardíamente. Había un acentuado contraste de estas regiones respecto a las restantes, donde predominaría el monacato cenobítico, y la organización diocesana tenía una sólida implantación.

En la forma en que se desarrolló en la Península, el eremitismo, a pesar de lo que su nombre indica, representaría sólo un aislamiento parcial respecto a la sociedad. Los eremitas solían instalarse en la cercanía de aldeas o villas rústicas. Esto no les permitiría más que una soledad relativa, pero a la vez daba lugar al desempeño de funciones de otro carácter. En ocasiones se formaban grupos de dos o tres de estos monjes, fundados en el mutuo acuerdo o en la autoridad espiritual de uno de ellos, pudiéndose romper esta sociedad en cualquier momento.

En cuanto a la posición del eremitismo respecto al mundo exterior, hay que destacar primeramente su desvinculación con el orden material de la época, caracterizado por la expansión progresiva de las grandes propiedades, y la extensión de las relaciones de dependencia, pues el eremita vivía de limosnas y no se hallaba sometido a ningún dominio. En ésto se relacionaba con movimientos de protesta social, que se habían desarrollado en los últimos siglos del Imperio. El eremitismo representaba una interpretación drástica de los principios contenidos en el Evangelio, de lo cual se deribaba su componente rigorista y antijerárquico, frente al orden temporal de la Iglesia y al sólido aparato de gobierno, de estructura monárquica de que se había dotado, establecido a través de las relaciones de dependencia. Algo parecido cabe decir respecto a los monasterios, y al dominio y la jurisdicción abaciales.

El eremita, por su relación con los grupos de población rural, desarrollaba unas funciones que tendrían mucho que ver con la cura de almas. Su acción se llevaría a cabo en áreas poco controladas por la autoridad diocesana, y una de sus facetas sería la cristianización, a través de su establecimiento en antiguos santuarios paganos. En éstos y en otros casos, los eremitas servirían de puente entre el Cristianismo y un paganismo rural profundamente arraigado. En aquel ambiente, en el cual las manifestaciones ascéticas despertaban gran admiración y respeto, el anacoreta constituiría la autoridad religiosa a nivel local, de tipo carismático, con clara superioridad respecto a los presbíteros, y al margen de la organización diocesana. Los fieles de aquellas aldeas se acogerían a su autoridad espiritual, correspondiendo con limosnas, integradas normalmente por bienes inmuebles. Asi ocurrió con Valerio y Juan respecto a los fieles de Castro Pedroso. La naturaleza de estas funciones llevadas a cabo por los eremitas, cuando eran conocidas por el obispo, solían traer como consecuencia su ordenación presbiterial.

El hecho de que los eremitas desempeñaran sus funciones religiosas al margen de la jurisdicción episcopal o abacial correspondientes, teniendo plena libertad de movimientos, provocó la reacción de las autoridades eclesiásticas que, dada la transcendencia del fenómeno, acordaron drásticas medidas para combatirlo en el segundo cuarto del siglo VII. Se pretendió acabar con el eremitismo en sus peculiares características, aceptándolo sólo como una forma de vida ascética practicada bajo la jurisdicción de un abad. Pero el eco de estas disposiciones no debió ser importante.

Con el derrumbamiento de las estructuras de la Iglesia visigoda tras la invasión musulmana, en el Norte de la Península en los reinos cristianos que fueron surgiendo, la posición de las autoridades eclesiásticas respecto al eremitismo fue diferente, siendo esta una forma usual de vida monástica, que gozaba de gran prestigio. En esta época perduró el eremitismo propiamente dicho, a la vez que se aprecia el desarrollo del monacato de lauras, siendo éste el origen de muchos de los grandes monasterios medievales. Respecto al cambio de actitud de las autoridades eclesiásticas, hay que señalar que el eremitismo ya no era una forma de vida al margen de las estructuras económicas dominantes pues, como resultado del mayor desarrollo alcanzado por el feudalismo, que fue penetrando en las arcaicas estructuras sociales y económicas existentes en aquella sociedad, los eremitorios serian dotados con bienes inmuebles, a partir de diversas iniciativas.

Por una parte, los eremitorios se integrarían en las comunidades de aldea. Este sería el fin de un proceso ininterrumpido iniciado en la época visigoda, al participar los eremitas en los bienes inmuebles integrantes del patrimonio de la comunidad de aldea respectiva, por haber sido objeto de dotación sus oratorios por parte de aquellos fieles, que querían asi asegurarse sus servicios. De esta forma, los eremitorios se relacionarían con el fenómeno de las iglesias-monasterios propios. El proceso descrito se percibe en los documentos de los siglos X-XI, cuando las comunidades de aldea se estaban desintegrando, y sus eremitorios-iglesias propios eran absorbidos por los grandes monasterios.

En otras ocasiones, por influencia de los obispos, los eremitorios eran dotados con una serie de bienes inmuebles que los convertirían en el centro de un dominio feudal. En ambos casos se refleja la importancia que tenían los eremitorios en la organización eclesiástica, al igual que ocurría con el resto de los monasterios de aquella época. Esto sucedía a nivel de las comunidades cristianas de las aldeas, y también en un ámbito territorial más amplio. En este sentido hay que valorar la intervención de los obispos, siempre intentando fortalecer la base económica de los grandes núcleos eremíticos, para convertirlos en el eje de la organización eclesiástica de la zona, como ya vimos a través de Fruminio de León. Aquellos eremitorios pasaron a detentar el tus parroquial, incorporando a su dominio los eremitorios-iglesias propias de las aldeas, que de esta forma, aunque indirectamente, quedaban sometidas a la autoridad episcopal, ya que antes habrían funcionado en buena parte al margen de su influencia.











































































Fotos: En un radio de tres o cuatro kilométros existen alrededor de ocho de estos "refugios", utilizados en su mayoría como apriscos de ganado. Todos están excavados sobre piedra arenisca, y tanto en su interior como el exterior existen, grabadas sobre la piedra, diferentes tipos de "cruces", como se puede apreciar en las imágenes.
Ver el siguiente enlace, hacer clic AQUÍ

No hay comentarios:

Las entradas mas visitadas en los últimos 30 días