Por Miguel Jiménez MONTESERIN
Profesor de Historia Moderna
del Colegio Universitario «Gil de Albornoz»
Revista "Cuenca", Nº 10, Segundo Semestre 1976
Revista Cuenca Hacer clic en la imagen para acceder al original |
Los espacios geográfico-administrativos llamados provincias, al igual que cualquier otro instrumento de gobierno, resulta evidente que han estado sometidos a los avatares derivados del progresivo afianzamiento del llamado Estado Moderno, a lo largo del Antiguo Régimen, obtenidos por el recién estrenado sistema liberal, llamado a gozar de mayor vida que los frustrados intentos realizados durante sus primeros y precarios ensayos de 1812 y 1821. Tampoco es ningún secreto para nadie la no excesiva felicidad de la decisión de aquellos cuya precaria autoridad inicial ha ido creciendo en la medida que sus sistemas burocráticos iban obteniendo la necesaria racionalización.
Resulta hecho de sobra conocido que la actual división provincial, data de fecha tan próxima como la del R.D. de 30 de Noviembre de 1833, resultando uno de los primeros frutos administrativistas, quienes buscando una eficacia mayor a la hora de la transmisión de las decisiones del poder central, pasaron por alto realidades regionales, o históricas, definiendo entidades con cierto equilibrio geográfico y demográfico sobre el mapa, pero enormemente alejadas de las realidades propias de los individuos y de las comarcas naturales que agrupaban. Con el citado decreto concluye, por el momento, una evolución originada en un conjunto de entidades sumamente confusas, en la mayoría de los casos, producto frecuente del azaroso pasado histórico de las distintas regiones, las cuales no eran otra cosa que la manifestación externa de aquella fragmentación del Poder que el Antiguo Régimen hereda y conserva de la Edad Media.
La actual Provincia de Cuenca ha sufrido también, lógicamente, un proceso de evolución en su composición geográfica a lo largo del tiempo, de la cual no es más que una consecuencia.
Mapa 1 |
Hasta finales del siglo XV o principios del XVI la noción de provincia civil escapa de modo obligado a un espacio geográfico tan fragmentado políticamente como la España de los Cinco Reinos, que no conoce, normalmente otro sistema organizativo del espacio que los agrupamientos de aldeas en torno a las villas o ciudades de realengo o señorío de las que constituían el alfoz o "tierra". Todo ello, al mismo tiempo resulta expresión de los planteamientos sobre los que se realiza el avance cristiano en territorio musulmán al filo de los siglos XII y XIII. Es esta todavía época de pausada ocupación del territorio, apoyada sobre determinados municipios, cuya importancia ha podido ser grande o no en épocas anteriores, pero en los que se confía ahora como hitos de especial valor defensivo. La repoblación de estos lugares y su espacio en torno se realiza fundamentalmente de dos modos, bien concediendo a sus futuros moradores un fuero, o bien entregando el señorío de ellos a un noble con el fin de que este procure atraerse los correspondientes vasallos. De ambas modalidades encontramos ejemplos en nuestra provincia. Cuenca y Huete pueden pasar por prototipos del primero, quedando dividida la "tierra" de ambas ciudades en la correspondiente sexmería, mientras que Alarcón o Moya muestran una organización del respectivo terrazgo de carácter señorial, siendo éste su rasgo de homogeneización.
La turbulenta España de la Baja Edad Media no era, en verdad, circunstancia ideal que permitiera al monarca un adecuado ejercicio de la autoridad sobre sus subditos y será preciso, por tanto, aguardar al afianzamiento de ella, que se derivará de la personal unificación del territorio que realizan los Reyes Católicos, para ir observando la progresiva operancia administrativa que se iba obteniendo como fruto de la inserción de los agentes del poder real en aquellos puntos claves del territorio, que mostraban especial interés para el efectivo control de éste.
Con toda probabilidad y por motivaciones de índole fiscal, sin duda, debieron practicarse en esta época los primeros ensayos administrativos por parte del Estado, procediéndose en algunos casos a la adición de estas distintas áreas de gobierno a que antes aludíamos, las cuales, de suyo, venían configurando además otras entidades de índole superior denominadas reinos o estados cuando se trataba de regiones más o menos extensas en que el dominio nobiliario era exclusivo.
El prestigio de la Ciudad de Cuenca y el hecho de que terminara dejando en segundo lugar a Huete se debió con toda probabilidad al hecho de haberse convertido en Sede Episcopal en 1183, convirtiéndose igualmente en la pretendida heredera, al uso de la época, de las antiguas sedes godas de Segóbriga y Ercávica, con las que se quería establecer una continuidad canónica e histórica, toda vez que iba generalizándose la ideología "restauradora" que pretendía hacer revivir cuanto había sido destruido por la invasión musulmana. El hecho, en suma, de que una burocracia eclesiástica, firmemente establecida ya, al uso romano, sobre amplias regiones de la Península para aquellas fechas, asentase sus reales en aquel punto, y desde él se propusiera la tarea de controlar el espacio que progresivamente había ido siendo adicionado a la mitra conquense, constituyó una base de singular importancia a utilizar por un Estado de cuya precariedad en los medios de gobierno sería ésta una manifestación entre otras muchas.
Mapa 2 |
La tutela fiscal y jerárquica del territorio a cargo de la Iglesia, resulta evidente que corrió pareja con la ocupación militar del mismo, si nos fijamos en que las jerarquías inmediatas al obispo fueron situándose en aquellas localidades que antes hemos contemplado como de especial interés defensivo. Huete, Cuenca, Moya y Alarcón, fueron convirtiéndose sucesivamente en otras tantas sedes de arcedianato, cargo éste de bastante relieve dentro de los cabildos altomedievales, pero que pasó con el tiempo a la categoría de mera distinción honorífica y no gubernativa, aunque la preeminencia económica los hiciera enormemente preciados en toda época. Los Arciprestes, subordinados inmediatos en un principio, sus iguales, prácticamente, en época más tardía se instalaron en villas de menor categoría, y su gestión tutelar también corrió pareja con la realizada desde ellas por los depositarios del poder civil, sobre las aldeas recién fundadas u ocupadas, situando, en la medida de lo posible, un clérigo en cada una de ellas.
El examen conjunto de los mapas I y V, realizados a partir de testimonios de épocas muy próximas, ofrece un contorno notablemente semejante para ambos, a pesar de hacer referencia a circunscripciones en cada caso específicas. Hay que prescindir de los pueblos del Señorío de Molina, propios de la Provincia, aunque anejos al Obispado de Sigüenza, y de unos cuantos, situados hoy en la de Albacete, pero añadidos a la conquense de entonces por ser de jurisdicción real y actuar como frontera para los grandes dominios de las Ordenes Militares, situados en la submeseta sur.
Mapa 3 |
Ambos mapas presentan, por otra parte un equilibrio organizativo distinto. Mientras que el primero muestra una mayor complejidad en el espacio sur con un número más amplio de subdivisiones, el segundo, por el contrario, engloba la casi totalidad del área manchega dependiente de la jurisdicción episcopal bajo el genérico apelativo de Arciprestazgo de Alarcón. La división en mayordomías del dominio episcopal que ofrece el mapa V tenía por fin la obtención del máximo beneficio en la gestión económica y fiscal de las rentas eclesiásticas, y por ello resulta extraña la imagen que, tanto el citado, como el mapa VI presentan de una implantación eclesial más eficaz o por lo menos más intensa sobre los espacios norte y oeste, en la misma medida en que el poblamiento había sido también más minucioso sobre estas zonas, sin que se nos ocurra ninguna explicación para esta aparente negligencia con -que era controlada una zona que pasaría por ser, también entonces, de las más ricas del Obispado. Pensar en la relativa lejanía de ella respecto de la sede episcopal, resulta del todo convincente, ni tampoco el especial celo con que pudiera salvaguardar su preeminencia el Arcediano de Alarcón, dado el caso de que los mayores partícipes en las rentas decimales de la zona eran los miembros del cabildo, que, a los mismos efectos, habían adoptado un sistema bastante minucioso sobre el resto de las zonas en que también lo eran.
Con todo, y a simple vista la mayor coherencia y equilibrio que, en líneas generales presenta el Obispado, no hace sino reafirmarnos en la idea de que la burocracia eclesiástica y sobre todo la subordinación y control jerárquico del territorio habían alcanzado unos grados de racionalización y en consecuencia de eficacia que no podría alcanzar la administración civil hasta siglos más tarde.
El mapa II se encuentra, ciertamente, muy alejado en el tiempo de los que acabamos de comentar, pero, en líneas generales, sus contornos vienen a coincidir. Hay algo en él que lo distingue del I, si comparamos la organización interior del espacio que ambos muestran, y ello nos está poniendo sobre aviso acerca de los nuevos aires políticos que respira la monarquía ilustrada.
No refleja todavía una coherencia territorial perfecta, puesto que si nos fijamos en que se ha pretendido estructurar la administración y gobierno provincial sobre cuatro partidos organizados en torno a las cuatro poblaciones principales, Molina, Cuenca, Huete y San Clemente, todavía aparecen, a pesar de ello, enclaves de un partido en otro, y tales son los reducidos espacios que en el mapa quedan aislados en el interior de los partidos. Con todo, aún sin ignorar la realidad del régimen señorial como elemento de disgregación administrativa y política, el Estado borbónico parece aspirar a obtener la propia identidad realizando para ello una organización del territorio que le sea exclusiva, diseñando además una imagen más sencilla del mismo, con el fin de lograr una mayor eficacia contributiva de sus habitantes al mismo tiempo, y para ello procura eliminar el mayor número posible de barreras histórico tradicionales. Sabido es que, sin perjuicio de tan buenos propósitos, todavía la España de finales del siglo XVIII presentaba la caótica imagen de un régimen señorial aún vivo y operante, aunque ya el Estado iba consiguiendo la necesaria racionalización que reclamaba una administración cada vez más compleja, tal y como vemos en el mapa III.
Mapa 4 |
En ninguno de los dos intentos el objetivo queda del todo cumplido, ya que si en un caso hay enclaves de unos partidos provinciales en otros, en ambos permanece el absurdo de los en claves de las provincias limítrofes. Pueblos perfectamente integrados en el propio espacio provincial, como Torralba, Salmerón, Valdeolivas o Alcocer se encontraban incluidos en Guadalajara, mientras que Huélamo por la situación en él de una Encomienda santiaguista y las aldeas de Haro, todas ellas de jurisdicción del territorio de las Ordenes, pertenecían a Toledo. Un paso positivo parece haberse dado, sin embargo, con la eliminación en 1804 del Señorío de Molina, vinculándolo con mayor lógica al territorio de Guadalajara, del que evidentemente formaba parte de modo más coherente que no con una provincia de la que una abrupta sierra le separaba. También apa-recen en él una serie de adiciones de pueblos manchegos al sur con lo que debió incrementarse el ya notable peso económico del Partido de San Clemente sobre el conjunto provincial.
Mapa 5 |
El mapa IV, producto de los trabajos de las Cortes de Cádiz, en cumplimiento del artículo 11 de la Constitución de 1812, muestra las posibilidades que la final abolición del régimen señorial ofrece, esbozando una organización, que, sin ignorar del todo este pasado histórico que ha determinado las agrupaciones de pue-blos, aspira a una estructuración más equilibrada y autónoma multiplicando los partidos provinciales y convirtiéndose en inmediato antecedente de la subdivisión actual de la que tan sólo 21 años la separan y buena parte de cuyos defectos igualmente comparte.
Nuestra conclusión a estas breves pinceladas ha de ser necesariamente simple. La actual provincia de Cuenca, aún dentro de la diversidad regional interna que le es propia, se nos muestra como una de las que menos deterioros ha sufrido, en nuestra opinión, como resultado de la reestructuración liberal del territorio nacional, por haber constituido una unidad histórica de aceptable coherencia.
Surgida de la intencionada agrupación administrativa de sucesivos territorios a cuyos pueblos había conferido homogeneidad el designio repoblador, delimitadas estas tierras, alfoces y señoríos, por la Sierra y el río Tajo al Norte, por la frontera aragonesa al Este y por los territorios de la Orden de Santiago al Oeste y al Sur, únicamente sobre esta línea cabrían y cupieron titubeos fronterizos, dado que el resto de los límites mostraron una permanente rigidez a lo largo del Antiguo Régimen y han continuado siendo determinantes en el nuevo, puesto que salvo la eliminación del Partido de Requena de dudosa adscripción levantina y la pérdida de unos cuantos pueblos en este fluctuante límite sureño, los cuales han pasado a formar parte de la nueva provincia de Albacete, las líneas generales de la configuración histórica del territorio conquense han sido respetadas.
Mapa 6 |
BIBLIOGRAFÍA
Miguel Artola, ed.
La España del Antiguo Régimen, Castilla la Nueva y Extremadura
Salamanca, 1.971 Julio González.
Repoblación de Castilla la Nueva
Dos Vols. Madrid, 1.975-76 Tomás González.
Censo de población de las Provincias y Partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI
Madrid, 1.829 Mateo López.
Memorias históricas de Cuenca y su Obispado
Dos Vols. Madrid, 1.953 José Torres Mena.
Noticias Conquenses
Madrid, 1.878.
No hay comentarios:
Publicar un comentario