miércoles

El patio de las Alhucemas

 
El Patio de las Alhucemas
Miguel A. Badal Salvador




Cuando surge la rosa en sus ramas,
Unas flores mueren y otras palidecen de envidia.
Ibn Abi'Abda (Siglo X)

El olor a juncia y albahaca penetra hasta mi garganta invadiendo todos mis sentidos. Noto los empujones de la gente, el son de las zampoñas y los gritos de los vendedores llamando la atención sobre sus mercaderías. El zoco está en plena ebullición y una turbamulta recorre los puestos de los vendedores inundando las calles y abarrotando todas y cada una de las tiendas. Una anciana con la cara salpicada de viruelas llama la atención con su voz aflautada sobre la excelente calidad de la almáciga y el ámbar gris de los que está ampliamente surtido su pequeño puesto situado en medio de una estrecha y retorcida calleja. Un viejo de cara cuarteada hace lo propio sobre su abundante remesa de aceites procedentes, según él, de las mejores almazaras de la región. En un rincón varios niños juegan con una vejiga de vaca y alejan los enjambres de tábanos haciendo grandes aspavientos con las manos. Llevan los miembros sucios y grandes costras de mugre en su cara y brazos. Chillan y ríen constantemente y provocan en más de una ocasión la llamada de atención de alguna vieja que se ve envuelta entre sus empujones y chanzas. Uno de ellos intenta alcanzar con sus dedos algo que llevarse a la boca de un puesto de aceitunas aliñadas, al tiempo que una mujer entrada en carnes lo reprende con severas amonestaciones. En la lejanía se aprecia el constante tránsito de la cáfila de mozos cargando con las mercancías que acercan al zoco desde las atestadas alhóndigas. Bajan fardajes, cestos y árguenas mientras el sol golpea aplomado sobre sus cabezas.
Avanzo entre empujones abriéndome paso calle arriba, agotada por el cansancio y el calor sofocante. La gente corre alborotada en la misma dirección, impelida por la inercia de arrastrarse hacia donde la multitud se dirige. Un joven anuncia que un droguero ha sido sorprendido por el almotacén embaucando a una vieja a la que ha hecho pagar un alto precio por un perfume de mala calidad, y lo conducen montado sobre un burro, paseándolo por todo el zoco, exponiéndolo a los insultos y esputadas de la plebe enfebrecida. Trato de evitar a esa muchedumbre de locos y ruines que sólo sabe deleitarse con el daño ajeno y avanzo en dirección contraria al recorrido por el que llevan al desdichado. Varias mujeres se arremolinan en torno a un pequeño puesto en el que se venden utensilios de azófar, al tiempo que un muchacho pide limosna estrechando sus dedos en los pliegues de sus mantos.
Por encima de los puestos de los vendedores se eleva un denso olor a alhucemas frescas que lo invade todo. Es un olor perturbador que agita mis pensamientos y me devuelve a un estado de confusión donde el recuerdo se alza imperante, alejándome de la realidad para evocar un pasado agrio, aromático e implacable. Mi vista se fija en las alhucemas que nacían en el centro del patio de nuestra casa en Al-Qannit. Mis ojos las contemplan aromáticas, vivaces..., nacientes entre arriates de flores, rosas, madreselvas y alhelíes. Ese aroma me invade, me domina, me transporta a una realidad ya vencida por el paso del tiempo. Ese olor turbador.
Mi mente evoca las imágenes de aquella noche ya perdida en el tiempo en el que una luna láctea desbordaba su luminaria sobre la balaustrada del patio de las alhucemas. Yo me hallaba allí, sentada en un banco de madera, contemplando los astros y la luna nacarada. A mi espalda se escuchaban gritos y resuellos, boqueadas que aguijoneaban mi alma y turbaban mi corazón. La noche era densa, profunda como la casida de un poeta enamorado de la aurora. De repente se hizo el silencio, una abrupta mudez que se mantuvo en tensión durante unos breves instantes hasta verse rota por el llanto de una niña. Me levanté al instante y no tardé en ver a mi esposo Ubayd, de bendita memoria, atravesando el patio de nuestra casa, dando saltos de alegría.
—¡Ha nacido! ¡Ha nacido ya! —gritaba fervoroso y al llegar a mi altura me estrechó los hombros y besó mi frente. —Soy padre mi estimada Zobayda —me dijo incapaz de comprender que yo jamás podría compartir con él aquella dicha.
Después volvió a reinar el silencio. Aguardamos en el patio, temerosos de entrar en la estancia en la que se había producido el parto. Quise adelantarme yo, pero Ubayd me retuvo. Sentí su brazo poderoso posándose sobre mi hombro y mi cuerpo tembló de arriba abajo sumiso a la turbación de los efluvios amorosos que mi corazón emanaba ante el más leve contacto entre su carne y la mía. Escuchamos ruidos al otro lado de la puerta y mantuvimos la compostura extrañados por la demora de las comadronas. La niña ya no lloraba, pero de vez en cuando emitía leves gemidos que podíamos percibir en el silencio nocturno.
La puerta se abrió por fin y la qabila salió al patio junto con dos sirvientas. Una de ellas llevaba a la chiquilla en brazos, envuelta entre gasas y paños, con la cabeza todavía recubierta de sangre e impurezas.
Ha sido una niña señor —explicó la comadrona con el semblante contraído. La seriedad de las otras dos nos contrajo el alma.
—¿Y Habba? —preguntó Ubayd confundido—. ¿Está bien mi esposa?
Ninguna de las tres se atrevió a responder.
Sí, lo recuerdo perfectamente, con la misma claridad que emitía aquella luna de leche. El silencio enmudeció el patio de las alhucemas hasta verse turbado por el llanto de una de las sirvientas.
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La continuación de este relato la pueden ver haciendo cliz en la imagen del final




La Lóbrega Danza de Cerezuela y Doña Elvira
Miguel A. Badal Salvador
PREFACIO Osma, 19 de Mayo de 1430

La portada de la catedral estaba repleta de pordioseros y pulguientos transidos que, azarosos, impetraban a los prebostes catedralicios tras la celebración del oficio. Don Juan avanzó entre ellos con firmeza, intentando no dejar ablandar su corazón entre tanta malandanza. Los misacantanos que le acompañaban tendían algunas pallofas a los miembros sucios y descarnados que por todos lados trataban de darles alcance, al tiempo que el obispo cedía resignado su mano dejando que aquellos miserables acariciaran con sus cerúleas bocas su anillo episcopal mientras sus sirvientes espantaban el mosquerío con aventadores y flabelos. El día se había levantado mustio; cerrados nubarrones cercaban al astro solar y un fuerte viento soplaba abatiendo las florecidas arboledas de la campiña.
De pronto el prelado se vio abordado. Trató de andar con presteza, pero se encontró con las piernas trabadas. Una corcovada octogenaria le suplicaba desde el suelo con las manos aferradas a sus tobillos, mientras el sorprendido obispo trataba de repoyarla con bruscos ademanes.
Merged senyor usía, vos lo suplico.
La mujer hedía a cebolla y ajos. Se hallaba arropada con una frisa roída a través de la cual se entreveían sus carnes flacas y níveas, y sus senos exprimidos. Tenía el rostro repleto de pústulas y forúnculos que a tenor de la fetidez que exhalaban habían sido untados con excrecencias de puerco. Sus brazos, descarnados y macilentos, estaban repletos de llagas y postillas. Don Juan tuvo que sobreponerse acuciado por el pudor que despedía la mujer y por la terrible imagen de su rostro agrietado, y tras agitar con la mano el enjambre de moscas que la escoltaba, le tendió los nudillos para ofrecer su sello de obispo. La mujer se entregó con un beso prolongado, estrechando aún más el abrazo hasta provocar que Don Juan se viese abordado por una angustiosa sensación.
—¡Vete de aquí vieja bagassa! —gritó uno de los coronados mientras la apartaba del mitrado asida de los cabellos atestados de piojos.
—¡No! —gritó ella con energía—. !Senyor, ave merged de mí! ¡Escuchadme ilustríssimo vos lo ruego! He de deziros cosas que han de ser de grand utilidad para vos.Cuando la escolta la hubo apartado a pocas varas, Don Juan se mostró más concesivo.
Dexadla que fable —ordenó a sus sirvientes levantando la palma de la mano con aire ceremonioso.
El que la sujetaba de los pelos obedeció rigurosamente tras propinar a la mujer un puntapié en las ijadas. La andrajosa se irguió con altivez, pero sin atrever a levantar sus rodillas del suelo.
He de deciros cossas de grand proveza para vos —repitió de nuevo.
Fabla muger syn temor.La mujer tragó saliva y enturbió la mirada antes de pronunciar palabra.
He visto vuestra muerte —dijo con la voz reseca en un tono lóbrego.
Inmediatamente los canónigos y los sirvientes que acompañaban al obispo comenzaron a golpearla de forma desmedida.
—¡Puta! ¡Hechizera! ¡Agorera! —gritaban todos al unísono—Vete de aquj fija de Belzebup.
—¡Apartalda de mí! —gritó desabridamente Don Juan— Que nada quiero terner con encantadoras nim con adoradoras del Malino.La orden fue respondida con una lluvia de golpes brutales y patadas; pero la anciana, en lugar de caer abatida, sacó fuerzas de flaqueza y aferrándose al balandrán de uno de los misacantanos, lo empujó hasta volcarlo sobre el empedrado. Después, como si el mismo Diablo inflamara su parca musculatura, se encaró a los demás con la furia inyectada en sus ojos. A dentelladas y arañazos, como una gata rabiosa emergida del tártaro, se abrió paso hasta el obispo; después lo tomó por la estola que sobresalía por debajo de la casulla y lo atrajo para sí con violencia. Don Juan palideció de golpe, temeroso no de lo que aquella vieja pudiera hacerle, sino de la aureola malévola que parecía nacer de su mirada encendida.
Merged Don Juan -insistió ella con un susurro visceral—, tenedes motivos porque fazello, pues sei quien sos e non ay mentira en las mjs palabras.
El obispo titubeo antes de responder.
Yo soi Juan de Luna, obispo de Oxama, e tú, muger, farias bien en cuydarte de lo que fablas, pues commo non de balden dizen las gentes, grand prudencia es dominar la lengua.
La mujer risoteó mostrando su hedionda sonrisa helgada y sus encías amarillentas.
Sabe bien senyor usía que vuestro apellido no es Luna synon Zerezuela... —señaló la vieja antes de que uno de los coronados la aferrase por el cuello y comenzase a apretar sus pulgares sobre su yugular.
—¡Déxala fablar! —exclamó el obispo todavía más pálido al comprobar que la mujer conocía su origen.
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La contiuación de este relato la pueden ver haciendo clic sobre la imagen del final.




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