SOBRE LA LEYENDA NEGRA Iván Vélez Ediciones Encuentro. Madrid, 2014 327 páginas.
Prólogo al libro de Iván Vélez Sobre la Leyenda Negra, Ediciones Encuentro, Madrid, 2014, por Pedro Insua Rodríguez
«Ciertamente, la verdad es norma de sí misma y de lo falso, al modo como la luz se revela a sí misma y revela las tinieblas.» (Spinoza, Ética, págs. 152-153.)
El gran Juan Valera se quejaba hace ya más de un siglo de las palabras que, por lo que tenían de injuriosas, dirigían muchos escritores extranjeros hacia España. En particular llama la atención Valera sobre las «tremendas acusaciones» que había dejado escritas en su influyente obra el inglés, afincado en Norteamérica, John W. Draper. La situación al parecer calamitosa de la España de finales del XIX es prueba, llega a decir Draper, de la justicia y providencia divinas, pues España se ha dedicado, y en esto se cifra su trayectoria histórica, a destruir civilizaciones a diestro y siniestro, siendo así que sería injusto que no sufriera por ello un castigo providencial. De esta manera recuerda Valera, con indignación, las palabras de Draper:
«En prueba de que no exagero y de que no pueden ser más atroces las injurias que nos dirigen algunos escritores, cuyas obras se traducen al castellano, teniendo acaso nuestro público el mal gusto de estimarlas y la candidez de creer lo que dicen, citaré al célebre catedrático de la Universidad de Nueva York Juan Guillermo Draper, el cual, en suHistoria del desenvolvimiento intelectual de Europa, asegura que España, en justo castigo de sus espantosos crímenes, está hoy convertida en un horrible esqueleto entre las naciones vivas, y añade Draper: «Si este justo castigo no hubiera caído sobre España, los hombres hubieran ciertamente dicho: no hay retribución, no hay Dios.» Por donde se ve que es un bien y no un mal el que este pobre país esté muy perdido, porque, mientras peor estemos, mayores y más luminosas serán las pruebas de la existencia de Dios y de su justicia. Largo es, muy largo, el capítulo de culpas que Draper nos echa a cuestas; pero las dos culpas más enormes son las de haber destruido por completo, o casi por completo, dos civilizaciones: la oriental y la occidental.» (Juan Valera, Sobre dos tremendas acusaciones sobre España del angloamericano Draper).
Grandes y (re)conocidas figuras de la literatura española, desde Quevedo, pasando por Cadalso, por supuesto el propio Valera, hasta Unamuno entre otros, han venido advirtiendo de esta situación, incluso denunciándola, en la que España aparece juzgada, por su acción en el mundo, en términos tan escrupulosos y severos en contraste con otras sociedades políticas a las que se las mira, esto es lo indignante, con más simpatía e indulgencia en este sentido. Así se afirma, y se repite por muchos, sin temor a equivocarse, el non placet Hispaniae, mirando la trayectoria de España como sociedad histórica, y sin embargo, esto mismo no se aplica, haciendo la vista gorda, a otras sociedades, como puedan ser Inglaterra, Francia o Alemania, cuya trayectoria es semejante, cuando no peor que España, desde el punto de vista de su weltpolitik correspondiente. Una severidad y escrúpulo, además, con los que se juzga a España, que no parecen quedar suficientemente explicados apelando a la causa, general, de la normal animadversión que se genera entre distintas sociedades políticas cuando existe rivalidad entre ellas, pues la persistencia, secular, de esta animadversión hacia España, que resiste incluso a las quejas mostradas por parte de esos grandes escritores, tenidos en otros aspectos por eminentes, hace de ella un fenómeno muy singular, esto es, el fenómeno negrolegendario.
Y es que la idea de España que todavía permanece en buena parte de la historiografía, teniendo además gran influencia en otros ámbitos (políticos, periodísticos, literarios, cinematográficos, publicitarios), circula sin duda derivada directamente de lo que, ya hace casi un siglo, Julián Juderías denominó «leyenda negra antiespañola»:
«entendemos por leyenda antiespañola, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el s. XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional.» (J. Juderías, La Leyenda Negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero, p. 24, ed. Junta de Castilla y León, 2003).
Así, y según ese juicio sumarísimo, es precisamente la identidad negra de España, tal como es reconocida desde esta leyenda, el único fundamento que justificaría su unidad, de tal manera que, sobre la base de la tiranía, la segregación, el expolio, la tortura y, en definitiva, la muerte, España termina por constituirse, en efecto, como sociedad política, pero una sociedad política en cuya base se encuentran, sin más, el odio y la violencia fanática.
En este sentido hay sobre todo dos hitos temáticos que, a modo de lugares comunes, alimentan recurrentemente esta idea negrolegendaria, echando el cerrojo ideológico sobre la misma, siendo así que, en cualquier discusión o controversia acerca de España y su historia, aparecen presentadas, de un modo o de otro, y al margen de cuál fuera el origen de la conversación, como «pruebas» terminantes en contra de España. Nos estamos refiriendo, naturalmente, al «sojuzgamiento» de América, y a la segregación de «Sefarad» (a través de su expulsión e inquisición). Pruebas infalibles, incontrovertibles, inapelables al parecer, hasta el punto de ser, y al margen de la interpretación que se haga de las mismas, arrojadas como acusación sobre aquel que ose cuestionar tales evidencias: es suficiente mencionar ambos «hechos» para condenar a España y, por supuesto, a aquellos que la «entiendan» o justifiquen en algún sentido.
Así la identidad negra de España se produce, y habla Blas, en cuanto que la constitución de su unidad, decimos, se lleva a cabo, bien por el sojuzgamiento sobre los pueblos que recubre (América), bien por la segregación de las «minorías» religiosas que no absorbe y expulsa (judíos y moriscos). Ambos hechos representan en la perspectiva negrolegendaria pruebas indiscutibles de ese «ser» odioso de España, de su identidad negra casi atávica, que evidencian, a modo de experimentum crucis, el carácter oscuro de su desarrollo histórico. Algunos incluso, dando un paso más, advierten de la ilegitimidad de España como poder político, en general, al basar esta su desarrollo en ese ejercicio, no ya circunstancial sino estructural, de pura tiranía y exterminio. Es más, muchos, incluso, extienden su ilegitimidad también al origen, no solo a su ejercicio, al representar España en este sentido la ruina de «Al-Andalus», víctima también, y a esto es a lo que sin duda se refería Draper con aquello de la destrucción de la «civilización oriental», de este auténtico energúmeno histórico que, en definitiva, es para muchos España.
Y, claro, desde tal concepción de la identidad de España, las consecuencias prácticas para la conservación de su unidad son evidentes: a nadie le interesará conservar una nación cuya trayectoria histórica es la señalada, del mismo modo que nadie persistirá en su acción si considera su propia vida como una sucesión, uno tras otro, de crímenes horrendos.
Y es que, en efecto, no hace falta buscar mucho para encontrar, insistimos, este tipo de opiniones y juicios en los ámbitos más variados incluyendo, y esto es lo más comprometedor para la conservación actual de España como sociedad política, a las instituciones políticas representativas de la soberanía nacional española (organismos, corporaciones y magistraturas municipales, autonómicas y hasta en sede parlamentaria), desde las que se oyen con muchísima frecuencia opiniones adversas de este tipo sobre España. En este sentido, en este orden práctico decimos, la existencia de España se ve comprometida por la leyenda, de ahí el carácter «anti-español» de la misma, en la medida en que los propios responsables actuales del gobierno y dirección de la nación se vean, como se ven, afectados por ella; un riesgo para la persistencia nacional que aumenta además cuando esta concepción negrolegendaria se pone al servicio de programas políticos que buscan, directamente, la desafección de España (secesionismo, islamismo…).
Ahora bien, la cuestión está en el carácter, justamente, injurioso de tales opiniones, siendo esto lo que ha movido, y sigue moviendo, a la indignación entre muchas de esas insignes figuras de la literatura española de las que hablábamos al principio. Y es que, además del carácter práctico anti-español de tal leyenda, lo esencial a la misma es, precisamente, su carácter falsario (aún con sus pretensiones de verdad), de ahí el término, algo vago y ambiguo de «leyenda», para referirse a la misma, y no más bien «historia».
Porque, en efecto, todavía sería discutible el que el carácter negro, asociado a la historia, a la historia real, verdadera, de una sociedad política, conllevase necesariamente una compensación contra la misma, en forma de justo castigo, y que la condenase a su desaparición y ruina (como pensaba Draper que Dios habría hecho justamente con España). Pensemos, por ejemplo en Alemania que, identificada con el Holocausto, resultado de la acción programada de aniquilación y exterminio concentracionario de millones de judíos, podría merecer la ruina como justa recompensa ante tales crímenes (a Roosevelt, en efecto, se le pasó por la cabeza, tras la derrota nazi, esterilizar a los alemanes al considerarlos como «raza maldita»). De hecho Alemania va a quedar dividida en dos (y desarmada) tras la guerra, como consecuencia de su derrota, aunque es una división que responde más bien a criterios geoestratégicos que «morales», por muy horrorosos (negros) que fueran realmente sus crímenes. La cuestión, en cualquier caso, es que, una vez restaurada la unidad alemana, tras la caída del Muro (y aún antes), es difícil hallar proyectos políticos (y menos en la propia Alemania que están explícitamente prohibidos por su constitución) en cuyo programa, y teniendo como fundamento la realidad histórica , no legendaria, del Holocausto, figure la descomposición o disolución de Alemania (sea por la vía de la secesión entre sus partes o como fuera). Es más, en un «cotejo de naciones» actual al uso, atendiendo también a la sociología de esos ámbitos, periodísticos, literarios, cinematográficos, publicitarios, etc., Alemania, a pesar del Holocausto, sale bastante bien parada en general, gozando de «buena prensa», por lo menos en España.
Es decir, a pesar de la historia realmente negra de Alemania, Alemania no padece una «leyenda negra», no ha cristalizado en torno suyo un género negrolegendario que tenga, además, efectos prácticos amenazadores para su existencia, a pesar, insistimos, de tener una historia reciente realmente muy negra («¿Es construcción enfermiza preguntarse cómo en lo porvenir Alemania, de cualquier forma que sea, osará abrir la boca cuando se trate de problemas que conciernen a la humanidad?», decía Thomas Mann a la vista de los resultados de la política nazi).
En relación a España, sin embargo, las cosas son de otra manera, en cierto modo inversas, y es que, justamente, desarrollándose, históricamente, la acción política de España como imperio generador (y prueba de ello, en fuerte contraste con la depredación de la Alemania nazi, es la constitución de la naciones hispanoamericanas actualmente existentes), cristaliza, sin embargo, en torno a esa misma acción una literatura negrolegendaria, completamente desfavorable hacia España, que deforma, caricaturizándola, dicha acción, hasta convertir a España en ese monstruo amorfo, devorador de civilizaciones, del que hablaba Draper. Este retrato, o mejor, insistimos, caricatura negrolegendaria tiene, además, efectos prácticos inmediatos, de nuevo en contraste con Alemania, dificultando, obstaculizando e incluso poniendo en riesgo la propia persistencia actual de España como nación.
Ahora bien, la elaboración de esta caricatura, de este retrato ficticio, por monstruoso, de la historia real, verdadera, de España, sigue unas pautas muy determinadas que podríamos llamar, con Gustavo Bueno, «metodología negra». Una metodología que, insistimos, se ha instalado en buena parte de la historiografía, y cuyas operaciones metodológicas características las ha definido perfectamente el propio Juderías en su célebre obra: «omitir y exagerar», «omisión de lo que puede favorecernos, y exageración de cuanto puede perjudicarnos». Este es el sencillo mecanismo, un mecanismo que podríamos identificar, en efecto, en las artes plásticas con el arte de la caricatura.
Así, la metodología negra antiespañola tenderá siempre a exagerar lo que resulte odioso en tal circunstancia, y aomitir lo que en ese momento resulte más valioso; exageración y omisión que irán en proporción inversa a lo que de valioso u odioso puede haber en sociedades políticas homólogas (exagerando sus virtudes, por ejemplo, de ingleses, franceses o alemanes; y omitiendo los defectos que se les puedan atribuir).
De este modo aparece esta caricatura de España como una configuración, que es el contenido fundamental de la Leyenda Negra, que nada tiene que ver con su Historia, con la verdad histórica de España, sino más bien con una ficción que, en seguida, sirve de arma ideológica, bien dentro de España, alimentando a aquellas facciones sediciosas que buscan la desafección hacia España, bien fuera de ella, en favor de las naciones rivales. Una caricatura, en todo caso, que solo se revela como tal cuando lo podemos contrastar con el original.
Por ejemplo, en relación a la expulsión de los judíos (la segregación de «Sefarad»), este ejercicio metodológico negrolegendario anti-español se observa con mucha claridad: para empezar se suele singularizar el acto de «expulsión» en referencia a España (1492), como si este acto fuese inaudito, omitiendo las expulsiones (y otras medidas aún más drásticas y contundentes, como las matanzas y los asaltos y expolios de las juderías) producidas en otros lugares: se omite que de Inglaterra fueron igualmente expulsados en 1290, por orden de Eduardo I, siendo además la primera expulsión de grandes proporciones (y que afectó, por cierto, a la Gascuña aún bajo patrimonio inglés); en Francia se expulsa a los judíos en 1306, en 1321-1322, y en 1394, esta última, también masiva, por decisión de Felipe IV. Serán expulsados de Hungría en 1349 y de Austria en 1421; de numerosas localidades de Alemania y de Italia entre los siglos XIV y XVI, de Lituania en 1445 y en 1495. Tras la expulsión de España en 1492 (excluyendo Navarra, aún no incorporada al patrimonio de la Corona hasta 1512), serán expulsados de Portugal en 1497 llegándose aún a producir expulsiones en Bohemia y Moravia en 1744, y hasta muy tarde en el Imperio de los zares (que era en donde se iban refugiando los judíos expulsados de otros lugares).
Se suele omitir igualmente que el edicto de expulsión, dado en marzo de 1492, tiene lugar tras distintos intentos de prácticas catequéticas dirigidas a los judíos, que ya venían siendo desarrolladas desde la época de Vicente Ferrer, y que buscaban su conversión «pacífica», esto es, no coactiva sino plenamente voluntaria al cristianismo («único modo» admitido por los cristianos, por lo menos teóricamente, para adquirir el bautismo).
También se suele omitir que los judíos no fueron expropiados, sino que conservaron sus bienes (salvo el oro y la plata que no podían ser sacados de España, afectando esta norma igualmente a los cristianos españoles), hecho este que conllevó la conservación, durante generaciones hasta la actualidad, de las famosas llaves de las puertas de entrada de las casas de los sefardíes.
Se omite además con mucha frecuencia el hecho de las numerosas conversiones producidas en ese momento, eligiendo quedarse convertidos en cristianos antes de salir como judíos, afectando esta conversión in extremis nada menos que a la mitad de la población hebrea que había en España en ese momento (entre ellos personalidades y autoridades muy destacadas); además de que también se suele omitir el regreso, en poco tiempo, que se produce de esta población expulsada que terminaba convirtiéndose para poder regresar (engrosando aún más el número de conversiones).
A su vez se exageran sus efectos, particularmente se exagera el efecto económico que pudo tener al partir de la consideración, exagerada a su vez, de que los judíos tenían el control financiero de la Hacienda española. La expulsión, se dice, supone así la ruina de España al ocupar los judíos, con su experiencia en este terreno, aquellos puestos que permitían llevar una cuentas saneadas: su expulsión representa el caos económico y el principio del fin de la economía española, se llega a decir, de nuevo, exagerando.
En definitiva, mediante esta metodología de omitir/exagerar, aplicada al asunto de la expulsión de los judíos, España aparece retratada, singularizada, significada, como la «destructora de Israel», sin más.
Aplíquese este mecanismo metodológico a los hitos fundamentales de la Historia de España, desde el 12 de octubre de 1492 hasta el 15 de febrero de 1898 (voladura del Maine en La Habana), y ya tenemos esa figura monstruosa digna de figurar en un bestiario teratológico medieval.
***
Pues bien, lo que hace el libro que el lector tiene en sus manos, Sobre la Leyenda Negra, es, precisamente, revertir ese mecanismo metodológico negro, no para poner en práctica una metodología, digamos rosa, igualmente legendaria pero de signo contrario, sino para restaurar el retrato, el de la identidad histórica de España, que permanece deformado por la transformación caricaturesca que sobre la misma produce la Leyenda Negra.
Su autor, Iván Vélez, es arquitecto profesional, esto es, alguien que entiende muy bien de líneas y, por tanto, facultado para esta labor de restauración que requiere mucho tiento en el pulso y erudición en los ojos. Hacen falta muchas lecturas, incluyendo la inmersión en archivos, para esta auténtica obra de restauración, en muchas partes completamente original (por lo que tiene de desempolvado documental), abriendo líneas de investigación inéditas hasta ahora.
Morel Fatio recomendaba estudiar a la nación española «sin necio entusiasmo y sin injustas prevenciones», y, en efecto, se trata aquí de borrar, más bien corregir, el trazo desviado y retorcido por el impulso de la ideología antiespañola, para ir ajustando las líneas, no a una visión apologética de España, igualmente grotesca, sino a la realidad histórica, esto es, a la verdad, dejando fuera, por gnoseológicamente impertinente, lo que esta realidad tenga de pro o anti-español (nociones estas políticas, incluso ideológicas, que no hay que mezclar con la Historia).
Ahora bien, la disposición de estas líneas realizada no aparece en este libro de forma evidentísima al lector, sino que el retrato verdadero de España (en contraste con el negrolegendario), que se percibe a través de su lectura, va apareciendo conforme se van abordando los distintos hitos temáticos, correspondientes a cada capítulo, que tiene a bien atacar el autor.
Y es que, a modo de fragmentos de un mosaico, es decir, a modo de teselas (algunas de ellas ya fueron publicadas en forma de artículo en la revista El Catoblepas, en la que el autor colabora habitualmente), Iván Vélez va descomponiendo el contenido de la Leyenda Negra en distintas tramas, abordadas a modo de cuestiones, en el contexto de las cuales hubieron de generarse los tópicos antiespañoles (de los que continúa realimentándose la leyenda), tratando de perseguir sus hilos hasta descubrir los intereses, generalmente espurios o ideológicos, que están detrás del tópico antiespañol, un tópico a su vez que termina por consagrarse en forma de tópico negrolegendario. De este modo se ofrece una resolución a cada una de estas cuestiones (siempre apoyada con una rigurosa base documental) por la que se delata el carácter falsario de la proposición negrolegendaria, revelando esos intereses ocultos -sí ocultos- que el propio tópico está, a su vez, encubriendo.
Así, revirtiendo, decimos, la metodología negra (en donde hay omisión, practica Vélez la alusión; en donde hayexageración, Vélez pone proporción), se van enmendando, resolviendo, cuestión a cuestión, los perfiles caricaturescos que de España arroja la Leyenda Negra, hasta reducirlos a un retrato de España más ajustado a la realidad histórica. Una realidad histórica que resulta ser, a la postre, bastante más favorable a España de lo que muchos querrían, contrastando enormemente el retrato verdadero que de España descubre la Historia, con el que viene ofreciendo la Leyenda, aún siendo verdad que se propaga mucho más la caricatura negrolegendaria que el retrato histórico. Es más, todo el mundo, empezando por los propios españoles, ha oído hablar de la caricatura; pocos conocen el retrato.
Y es que semeja este a aquel otro extraño caso, solo que invertido, que planteaba Oscar Wilde en su célebre novela,El Retrato de Dorian Gray, siendo el retrato negrolegendario de España el que se prodiga socialmente, el que circula mezclándose con el vulgo (el que se divulga), hasta el punto de que cualquiera «sabe» de los horrores que España ha producido. Permanece sin embargo en el desván, el desván de la Historia (en los archivos documentales), el retrato del verdadero rostro de España, bastante más amable, aunque desconocido.
Déjese conducir el lector a ese desván, de la mano de nuestro querido amigo Iván Vélez, y déjese maravillar por lo que allí habrá de descubrir.
Fuente El Catoblepas
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