LOS HIJOS DE DON JUAN
DE AUSTRIA
Ricardo Hernández Megías
Arturo Culebras Mayordomo
Priego-Cuenca, agosto de 2014
Don Juan de Austria Por Sánchez Coello |
La
figura de Don Juan de Austria (1547-1578), es una de las más fascinantes y,
hasta cierto punto desconocida, del siglo XVI. Todo alrededor suyo, desde el
mismo día de su nacimiento hasta su temprana muerte, queda sujeto al dominio
de la leyenda, con lo que se consigue
desdibujar o falsear muchos puntos de su vida hoy claramente desentrañados y
definitivamente aclarados por eminentes historiadores.
La
primera pregunta que nos haríamos es quién fue verdaderamente su madre. Hijo
natural del emperador Carlos V, nunca ha habido constancia exacta de la
auténtica figura de la madre, aunque en un codicilo a su testamento de 6 de
junio de 1553, Carlos V admitía que por
quanto estando yo en Alemania, después que embiudé, huve un hijo natural de una
muger soltera, al que se llama Gerónimo. Los documentos contemporáneos
señalan como su madre a Bárbara Blomberg, una jovencísima y guapa muchacha,
perteneciente a la burguesía alemana quien después del nacimiento del niño
sería desposada con Jerôme Pyramus Kegel, comisario en la corte de María de
Hungría en Bruselas, hermana del emperador y seguramente, la primera mujer que
estuvo a cargo del niño que atendería al nombre de Jeromín.
Sabido
es que en aquellos tiempos los hijos nacidos fuera del matrimonio pocas veces
eran reconocidos por sus padres, siendo su triste destino, sin su
consentimiento y sin posibilidad de contradecir a sus progenitores, las tapias
de un convento de clausura, principalmente si eran mujeres, con lo que cínicamente
se pretendía por parte de sus progenitores hacer responsables directos de sus
pecados de la carne al fruto de sus amores y entregarlos a Dios (previa dote
económica según el rango del padre), para borrarlos definitivamente del mundo,
mientras que sus madres (sus amantes) eran casadas ventajosamente con
personajes del entorno del amante.
El
convencimiento de que Bárbara Blomberg pudiera ser realmente la madre nos lo da
el hecho de que a la muerte de Kegel y de uno de sus hijos en 1569, la dama
empezaría a recibir una pensión por parte del emperador, como madre de Don
Juan. Después de unos años de vida bastante escandalosa, la dama moriría en
Colindres, Santander, en 1598 a donde la había traido su propio hijo a petición
de su padre, el rey.
Los
primeros años de vida de don Juan están marcados por un completo abandono por
parte de su padre, quien tardaría muchos años en querer conocerlo, seguramente
a consecuencia de sus remordimientos con motivo de una grave enfermedad que lo
puso al borde de la muerte. El emperador, hombre muy religioso, pretendería con
este acto suavizar su conciencia frente a un fruto de su sangre.
El
emperador saldría vivo de este grave trance y en 1550 decide que un músico
flamenco y su mujer española, Ana de Medina, acojan en su casa de Leganés al
muchacho, comunicándole al matrimonio de que el niño era hijo bastardo de un
gran personaje de la Corte y que debían cuidarlo como si fuera hijo suyo, a
cambio de cincuenta ducados anuales.
Sin
embargo, tal y como habíamos adelantado anteriormente, el emperador tenía muy
claro que el destino de aquel niño debía de ser el convento para: que pudiéndose
buenamente endereçar que de su libre y spontánea voluntad él tomase hábito en
alguna religión de frailes reformados, á lo qual se encamine, sin hacerle para
ello premio ni extorsión alguna. Y no pudiendo esto guiar assí, y queriendo él
más seguir la vida y estado seglar, para lo cual le proveyó de treinta mil
ducados en el reyno de Nápoles.
D. Magadalena de Ulloa |
Pero
algo se le removería en lo más dentro de su conciencia respecto a este su hijo
no reconocido, cuando en 1554 manda que el niño pase de las manos de doña Ana
de Medina, ahora viuda a las de la recta e intransigente doña Magdalena de
Ulloa, esposa de su consejero y confidente, Don Luis de Quijada, con quien Jeromín
pasaría los cinco años siguientes viviendo en el castillo de Villagarcía de
Campos. Sabemos, por documentos posteriores que llegan hasta la hija de Don
Juan, Ana María de Austria y Mendoza, que doña Magdalena, aun siendo muy
exigente en temas de moral y de religión con el niño, llegó verdaderamente a
quererlo como si fuera su propio hijo, así como también sabemos el cariño y el
respeto que Don Juan mantuvo con Don Luis, su guía y maestro en su formación
militar, lamentando firmemente su muerte en lance de guerra en la villa mora de
Serón, en las alpujarras granadinas.
Muchas
veces se ha hablado del por qué el hombre más poderoso del mundo en el siglo
XVI, había elegido para morir un olvidado lugar de la provincia de Cáceres, sin
tener en cuenta que Don Luis de Quijada, su consejero y hombre muy poderoso en
la comarca tenía muchos interese económicos en la zona, siendo el dueño del
castillo fortaleza de Jarandilla (hoy Parador Nacional), lugar donde
primeramente estuvo hospedado el emperador hasta la finalización de las obras
de acondicionamiento del pequeño Monasterio de Yuste. Naturalmente, aunque el
emperador traía sus propios sirvientes, el alejamiento del lugar elegido y la
propiedad de sus términos hacían casi imposible el poder llegar hasta él sin
contar con la autorización del fiel e interesado servidor real.
Y
a Yuste fue llamado el niño Jeromín, a la edad de once años, en el año de 1558,
sin que su padre hiciera ninguna señal especial para el reconocimiento de su
paternidad, aunque esta ya estaba en boca del pueblo, e incluso, Felipe II, ya
sabía que tenía un hermano de padre. Carlos V moriría en septiembre de 1558,
dejándole a su hijo la responsabilidad del cumplimiento del testamento paterno.
El
encuentro directo entre los dos hermanos no llegaría hasta 1559, en Valladolid,
causándole una grata impresión aquel guapo muchacho, rubio y de ojos azules, de
maneras corteses y de carácter abierto, que contrastaba con la fría y estudiada
actitud en la que se había criado el rey. Lo primero que hizo el rey fue
cambiarle el nombre a su medio hermano y ponerle el de Juan, nombre de otro
hermano suyo muerto en su infancia.
Podríamos
decir, aparte de los equívocos e intromisiones de sus consejeros políticos que
llevaron a un alejamiento de Don Juan de la Corte madrileña, que las relaciones entre los dos medio
hermanos estará siempre marcada, principalmente por parte del rey Felipe II,
por un sentimiento de amor-odio como consecuencia de la gran diferencia de
caracteres que hacían de Don Juan un ejemplo de hombre galante y conquistador,
muy alejado del encorsetamiento moral de su hermano el rey. Su misma formación
en la corte y en la Universidad de Alcalá, junto a sus sobrinos Don Carlos y
Alessandro Farnese, hacen del muchacho, un personaje de leyenda que le seguirá
durante toda su vida. Hombre guapo, como podemos ver por algunos retratos de la
época, se hacía querer rápidamente por todos aquellos que le conocían, sobre
todos por parte de las mujeres, tema que nos vamos al que nos vamos a referir a
continuación, y motivo de estas líneas.
Para
seguir con nuestro estudio, es preciso señalar que don Juan a partir de 1560,
fecha de su reconocimiento como hijo de Carlos V, vive fascinado por los
hombres y mujeres del marquesado de Santillana. Sus íntimos amigos (don Rodrigo
y el conde de Orgaz) pertenecen a la familia, y otro tanto sucede con su
mayordomo mayor, don Fernando, VII conde de Priego, de Cuenca, quien le
seguiría, junto a dos de sus hijos en la famosa batalla de Lepanto.
Hemos
escrito no hace mucho tiempo, con motivo del estudio de una lápida en el
Convento del Rosal de Priego, Cuenca, –feudo de una rama principal de la
poderosa familia de los Mendoza– con el
nombre de María (Teresa) de Mendoza, nombre homónimo de la primera amante
conocida de Don Juan y madre de dos de sus hijos reconocidos, Ana María de
Austria y Mendoza, y Francisco, sobre el comportamiento amoroso del vencedor de
las Alpujarras y de Lepanto, dejando un reguero de hijos, muchos de ellos no
reconocidos por el padre, y dando por excluida la duda de si aquella dama que
duerme su sueño eterno en aquel alejado lugar de la Alcarria conquense era la
bella y fantasmagórica señora que amó y fue amada por tan importante señor,
demostrando, según el propio testamento de doña María de Mendoza, en la que se declara parroquiana de la Iglesia de San
Justo y pide enterrarse en la parte del Evangelio del Altar de Nuestra Señora
del convento de la Trinidad, de Madrid.
Dª Ana de Austria y Mendoza |
La fecha
de nacimiento de Doña Ana de Mendoza resulta interesante de precisar por cuanto
ella nos indica los primeros amores de nuestro personaje. Dicha fecha queda en
el más completo olvido en las primeras biografías de Don Juan escritas por
Lorenzo Van der Hammer y Baltasar de Porreño, queriendo ambos silenciar este
pasaje de su vida. Habrá que esperar muchos años y después de los
acontecimientos y proceso sufrido contra el supuesto rey portugués, que tuvo
resonancias internacionales, para
conocer la existencia de dicha dama. Fue el padre Strada, miembro de la
Compañía de Jesús y heredera de los papeles y bienes de doña Magdalena de
Ulloa, la rígida dama que crió y educó a padre y a la hija, quien alzara el
velo del misterio en un pasaje de su obra, anunciando que una joven de la más alta nobleza, llamada María de Mendoza, hizo a don
Juan padre de una niña hacia 1570.
Posteriores
investigaciones anulan la fecha del Padre Strada, así como la que da el Padre
Coloma, quien señala que Doña Ana nació sietemesina en Madrid el 19 de octubre
de 1567, para señalar como la más verosímil la de 1569, fijando los meses de
julio y octubre como los más cercanos al momento de su nacimiento, coincidiendo
con las vísperas de la salida de don Juan para las Alpujarras, donde ante el
peligro eminente que se avecinaba, la joven María decidió jugarse el todo por
el todo.
Es
posible que, de acuerdo D. Juan junto con Dª Catalina de Mendoza su madre,
decidieran desplazarse a Madrid, donde resultaría más fácil dar a luz “sin ruido”. Doña Catalina, disponía de
alguna hacienda y, ya viuda, no estaba “sujeta”
a nadie, lo que significaba poder moverse con libertad.
La
primera huella de Dª María de Mendoza en Madrid aparece en julio de 1570,
cuando Dª Catalina compra una casa para su hija (A.H.P. Protocolo 389. Julio de
1570. Escritura de compraventa de una casa por Dª Catalina de Mendoza).
Ana de Austria Abadesa de las Huelgas (Burgos) |
Dicha
leyenda de la visita de la peregrina, que iba acompañada por don Juan de
Mendoza, nos va a dejar el conocimiento de la existencia de otro hijo de don
Juan con doña María, llamado Francesco, que criado en Xerez (Xerez del
Marquesado, en las Alpujarras), había sido secuestrado por los moriscos. La
presencia de este nuevo hijo del vencedor de Lepanto abre una nueva pregunta:
¿siguió la joven y apasionada María de Mendoza a su amante en las luchas
granadinas?
Tampoco
puede descartarse que Dª María de Mendoza hubiese seguido a su héroe a Granada,
dejando a su hija Ana de Mendoza con su abuela Dª Catalina y al cuidado de
Pascuala, su criada, comprometida a ciertos servicios a través de un severo
contrato de asentamiento.
La
existencia de este niño induce a pensar que doña María estuvo con don Juan en
Granada y que su segundo hijo nació en el feudo de los Mendoza, pues no es
concebible pensar que éste fuera llevado a tan inhóspito como peligroso lugar,
a no ser que viniera el mundo en aquellas tierras.
La
presencia de este niño. A diferencia de otros hijos de don Juan (que se sepa a
ciencia cierta, don Juan tuvo otra niña, Juana, de sus amores con la sorrentina
Diana Falangola, a quien conoció en una corrida de toros celebrada en la
residencia del virrey, cardenal Granvela, y a quien siguiendo la costumbre de
la época casó con Antonio Stambone, hidalgo napolitano, y Jerónimo, de Zenobia
Sarastrosio) queda borrada durante muchos años para aparecer nuevamente cuando
doña Ana, en un afán de conocer su pasado, busque a Francesco y un soldado de
aquellas guerras en las alpujarras granadinas le asegure conocer su paradero.
A
diferencia de su hija Ana, cuyo destino ya estaba escrito desde el momento de
su nacimiento, Juana fue confiada a su media hermana Margarita de Farnesio,
duquesa de Parma, residente en Aquila y madre de Alejandro Farnesio, quien
mucho más mundana que la rígida y obediente doña Magdalena, para quien todo
hijo fuera del matrimonio era un pecado, vivió otra vida mucho más acorde a su
nacimiento, aun a despecho de los deseos de su padre que: la verdad es, que si Dios se la llevase…, o más tarde, con el deseo
incumplido de verla profesar en un convento, para, finalmente, ser reconocida
e, incluso, valorada por su gracia y belleza: Vuestra Alteza le diga que hasta me sepa escribir no la quiero enviar
otro recado, que en esto veré y en la priesa que se diera en aprenderlo, lo que
estima las nuevas de su padre… Este
nombre de padre no acabo de admitirlo, ni sé cómo puede venirme bien. Es mi
hija, pero si no fuera más de su Alteza, que mía y de su madre, más le valiere
no haber nacido… Creo que quiero más a esa niña, por lo que Vuestra Alteza hace
por ella y por lo que la ama, que por hija, ni por otra cosa… ¿Estaría –con
estas palabras– acordándose don Juan de su propia infancia, donde fue
abandonado de su madre y olvidado de su padre?
En los
primeros días de octubre del aciago año de 1578 (año de la batalla de
Alcazarquivir), muere en la ciudad flamenca de Namur don Juan de Austria. Unos
dicen que como consecuencia del tifus que asola la comarca, los más malignos,
como consecuencia de los efectos del veneno encargado suministrar desde la
corte madrileña. Sus enemigos más cercanos, como lo fuera el ladino y
libidinoso cardenal Granvela, como consecuencia de sus desarreglos sexuales, es
decir, por la acción de la sífilis. Sea lo que fuere, la muerte de tan
distinguido capitán militar fue un mazazo que retumbó en todos los territorios
de dominio español, y principalmente, en la corte madrileña.
Esta
muerte inesperada va a traer también consecuencias muy importantes en la vida
de unos seres hasta esos momentos condenados al olvido, como era el caso de los
hijos del fallecido don Juan de Austria. Nada más llegar el cadáver con su
comitiva a la ciudad de Namur, Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, nombrado
por su primo como su sucesor y nuevo capitán de las tropas en Flandes, cogerá
la pluma para escribirle a su tío el rey Felipe II, la siguiente nota: Señor: Vuestra Majestad excuse que le
importune con esta misiva, pero entiendo deber de conciencia poner en
conocimiento de Vuestra Majestad, que el Señor don Juan de Austria, que esté en
el cielo, tuvo hace nueve años una hija en doña María de Mendoza…
El rey, hombre muy piadoso y de sentimientos mucho más
nobles de lo que la Historia nos ha querido dar a entender, amador él mismo de
damas cortesanas hoy bien conocidas, entiende que debe darle una solución al
problema planteado a la muerte del hermano, aunque siempre lento en su resolución, tardaría cinco años en buscarle acomodo en
la familia real al nuevo miembro descubierto a la muerte del galante amador. En
1583, Ana de Jesús, monja enclaustrada en el convento de Nuestra
Señora de Gracia, de Madrigal, pasa a llamarse con todo los merecimientos que
el caso merece, doña Ana de Austria y Mendoza, pero, y aquí sí que el rey es
consecuente con las normas y costumbres de su tiempo, sin salir de su
enclaustramiento monacal, al que se le sigue condenando de por vida, por muchas
que sean las quejas de la perjudicada y su declaración personal de no querer
profesar como monja porque le gustaría vestir
trajes hermosos, lucir joyeles deslumbrantes, atraer las miradas de los
caballeros que arriesgan la vida por “su dama” en torneos y juegos de caña, o
susurran palabras de amor, aprovechando el trenzado de la danzas. Con este
reconocimiento por parte del rey finaliza el gran secreto, firmemente guardado
por cuantos lo conocían, de la existencia de las hijas de don Juan de Austria.
¿Desconocía
Felipe II la existencia de estos vástagos del hijo bastardo de su padre, el
emperador? Puede que así sea. Pero lo que nadie puede negar es que el rey
conocía muy bien los trapicheos amorosos de su hermano, cuando él mismo le
escribe en una carta de 1575 la recomendación de que cuide mucho no ofender en materia de amores a familias
principales. ¿Estaba enterado por aquellas fechas de sus amores con doña
María de Mendoza? No conocemos documentos que nos orienten sobre las gestiones
que se realizaron para el reconocimiento de doña Ana, más que las que realizó
la duquesa de Parma, y éstas, referidas a las muy interesadas referidas a su
protegida, doña Juana. Y una pregunta que nos viene como encaje de esta triste
historia: ¿Esperó el “rey prudente” a la muerte de doña María y de doña Diana
para reconocer a sus sobrinas, metidas ambas en conventos de clausura?
Monasterio de las Huelgas (Burgos) |
Tenemos que recordar al lector que los conventos de
clausura en el siglo XVI diferían bastante del concepto que ahora se tiene de
los mismos. La misma Santa Teresa, fundadora de los de su orden, los quería
cómodos y que las monjas, en muchos casos familiares directos de la nobleza
española, estuvieran lo más cómodas posibles y no añoraran lo que dejaban
atrás. Aunque eran convento de “clausura”, los intercambios entre el interior y
el exterior eran bastante frecuentes, y las monjas en ellos encerradas, podían
tener la compañía de sus sirvientes o doncellas de compañía, según el grado de
opulencia (la dote) con la que hubieran entrado en el mismo. Doña Ana de Jesús,
después reconocida como Ana de Austria, vive en el convento con los privilegios
que le otorga el ser nieta e hija de reyes, e hija de uno de los hombres con
más fama en la historia guerrera de España, disfrutando de estancias y
servidumbre en consonancia con su apellido.
En el
año 1586 doña Ana va a recibir una visita que va a cambiar para siempre el
estrecho margen de la memoria familiar que tiene. Hacía las cuatro de la tarde
la hermana tornera viene a decirle que una mujer con hábitos de peregrina, que
se dirige a Santiago, pide verla con muchas lágrimas, negándose a decir su
nombre y los motivos de su visita. Doña
Ana, cansada de que desde el conocimiento de sus orígenes familiares se le
acerquen con el deseo de una recomendación, una merced o un traslado, se niega
a recibirla. Sin embargo, tanto insiste la mujer desconocida que ruega a sus
servidoras que asistan a la entrevista, mientras que ella la escuchará entre
bastidores.
La
joven es una mujer de unos quince años, de
muy lindos ojos, cubierta de un rebozo que no se quitará y con las manos ocultas bajo unos guanteçicos
sin dedos. Cuenta que viene de Sevilla a pedir la salvación del alma de don
Juan. Asegura que se ha detenido con la sana curiosidad de conocer a doña Ana y
que ignora la existencia de un hermano de padre y madre, el cual, cuando se
criaba en Xerez, fue raptado por los moriscos, aunque ha podido ser salvado y
se le puede reconocer por una mancha encarnada en forma de corazón,
consecuencia de un “antojo” que tuvo su madre estando de él preñada.
La historia resulta apasionante.
Doña
Luisa de Grado, una de las sirvientas o dama de compañía de doña Ana insiste
para que la mujer se quite el rebozo y descubra la cara. Para que confiese su
nombre. A lo que ella contesta que solo lo haría ante su Excelencia.
La duda
acecha a los oyentes que le preguntan lo extraño
de que siendo moça y tan linda vaya sola por los caminos llenos de ladrones
y bandidos, a lo que contesta que no voy
sola, Señora. Me acompaña un caballero anciano, don Juan de Mendoza y una mujer
vieja, apellido que pone en alerta a la mujer oculta tras los visillos, al
escuchar el de su madre. Mas no cede a los ruegos de la pelegrina que se ha
dado cuenta de que la dama, o no quiere verla, o está retenida tras las rejas
que las separa. Cuando se aleja hacia la puerta cubierta la cara de amargas
lágrimas, las damas pueden observar que lleva medias de seda de agujas,
encarnadas, y calzas afolladas, lo que las hace sospechar que se trata de un
mancebo disfrazado. Las torneras contarán después que un joven de unos quince años, el mismo que intentó sobornar al
hortelano para que entregase una carta a doña Ana, estuvo por el pueblo. El mozo tenía aun gran parecido con Su
Excelencia y se quejaba que en el convento no le dejaban ver a su hermana.
¿Estamos
ante la presencia de Francesco, el hijo olvidado de don Juan de Austria y de
doña María de Mendoza y por lo tanto hermano de Doña Ana? Difícil es saberlo,
aunque muchos son los datos que el muchacho da y que coinciden punto por punto
con los verdaderos de Francesco, entre ellos y el más importante, el del lugar
de su nacimiento: Xerez, deudo del marquesado de Çenete, donde quedó el fruto
de los amores de sus padres.
La
soledad y la repugnancia hacia la vida religiosa, hacen de ella una mujer
amargada y sedienta de aventuras, al mismo tiempo que añora la llegada
nuevamente de aquel jovencito al que ahora considera su hermano.
Cuando en 1589, con veinte años llega el
momento de la toma del velo, las encumbradas familias emparentadas con ella que
asisten a la ceremonia de don Pedro Termiño, obispo de Ávila, no se asombran al
ver cuajados de lágrimas los ojos de la novicia.
Retrato del Rey Sebastián, el Deseado, que sería suplantado por Gabriel de Espinosa. |
Tres meses más tarde Gabriel de Espinosa
fue apresado en Valladolid por don Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en
la Chancillería. Llevaba días mostrando joyas y hablando con poco respeto del
rey. Pero el mayor misterio fue el de las cuatro cartas que le tomaron. Dos
eran de fray Miguel de los Santos, agustino portugués, vicario del convento de
Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal, y otras dos de doña Ana de
Austria, monja en el mismo convento y sobrina del rey don Felipe II, como hija
natural que era de don Juan de Austria, el héroe de Lepanto. En aquellas cartas
el fraile trataba de “Majestad” al pastelero, y las palabras de doña Ana no
sólo parecían las de una novia a su prometido, sino que además se refería a la
niña Clara Eugenia, llamándole “mi hija”. Para don Rodrigo, con más deudas de
las convenientes, aquélla era la oportunidad de alcanzar el favor real y la
encomienda con que tantos altos funcionarios soñaban, así que, saltando
jerarquías, escribió directamente a Su Majestad.
Recibido el
encargo del caso, don Rodrigo y sus alguaciles viajaron enseguida a Madrigal,
entraron en la clausura del monasterio, hicieron encerrar a doña Ana en sus
aposentos y, tras un rápido registro, se llevaron los escasos papeles que
hallaron. Prendieron así mismo, entre otros, a fray Miguel de los Santos y a
Inés Cid.
La
primera explicación del extraño comportamientos del pastelero la dio fray
Miguel con una fantástica revelación. Gabriel de Espinosa era realmente el rey
de Portugal don Sebastián, derrotado, desaparecido y dado por muerto en 1578 en
los campos africanos de Alcazarquivir, a donde había ido al frente de 20.000
soldados para dar batalla al infiel.
No
era aquélla la primera reaparición de don Sebastián. Conseguida la sucesión del
trono portugués por Felipe II, tras la muerte del Infante don Enrique y la
expulsión de don Antonio, prior de Crato, también aspirante a la corona, muchos
portugueses añoraban un rey propio. Dos casos de pretendidos don Sebastián
habían sucedido diez años antes en Portugal, acabando con la prisión y muerte
de los impostores.
Poco después de llegar Espinosa a Madrigal, fray Miguel
creyó ver en él a su rey deseado, y cuando se lo insinuó al pastelero, éste le
respondió ambiguamente.
Tras varios encuentros con Espinosa a
través de la reja del convento, doña Ana también se convenció. Aquel hombre era
su primo, llegado providencialmente cuando más lo necesitaba. Poco después
ambos se prometieron en matrimonio, condicionándolo ella a conseguir la
dispensa de voto, merced que el Papa no negaría a un rey. De ahí el llamar
“hija” a Clara Eugenia, y no por otras causas. Por cierto, el sábado 15 de
abril de 1595, fue bautizado en Madrigal Gabriel, otro descendiente de la
pareja, “hijo de Inés, pastelera, y de su amo, que dijo ser suyo”, según un
apunte en el libro de bautismos de Santa María del Castillo, de Madrigal.
La
relación del pastelero con la sobrina del Rey no podía quedar en secreto. Y
cuando las habladurías comenzaron, Gabriel de Espinosa marchó a Valladolid con
algunas joyas y dineros de doña Ana. Aunque había prometido ir hacia el norte a
encontrarse con un hermano que ella creía tener, para volver con él a Madrigal,
parece más cierto que por el momento pensaba dejar aquella aventura.
Acusado
de crimen de lesa majestad, Espinosa fue condenado a la horca, cumpliéndose la
sentencia en la tarde del 1 de agosto de 1595, en la plaza pública de Madrigal,
donde todos quedaron sorprendidos del orgullo de su mirada, la cólera con que
citó a don Rodrigo ante el Tribunal de Dios y la tranquilidad que tuvo
ajustándose la soga al cuello. Luego, su cuerpo fue decapitado y hecho cuartos,
siendo los despojos expuestos al pueblo.
Trasladado a Madrid fray Miguel de los
Santos, y acusado del mismo crimen que Espinosa, fue primero degradado al
estado laico, y después, a mediodía del jueves 19 de octubre, ahorcado en la
plaza pública. Al pie del cadalso insistió en su inocencia diciendo haber
creído que Espinosa era don Sebastián. También decapitado, su cabeza fue
transportada hasta Madrigal para acompañar por unas horas a la del Pastelero.
La
culpa de doña Ana de Austria se saldó con un encierro en el convento agustino
de Ávila. Allí, desprovista de privilegios, pasó poco más de 3 años, hasta que
su primo Felipe III, a poco de suceder a su padre, la hizo devolver al de
Madrigal, donde, restituida su influencia y recobrada la tranquilidad de
espíritu, fue elegida priora. Ocupó aquel cargo hasta que en 1611, dejando la
orden de San Agustín, pasó a ser abadesa del cisterciense monasterio de las
Huelgas de Burgos, la mayor dignidad eclesiástica a que una mujer podía
aspirar. Y por cierto que actuó como una magnífica prelada, quizás la mejor que
tuvo nunca aquel real sitio.
Este
apoyo de su primo Felipe III, muerto en 1620, catapultó nuevamente la figura de
aquella dama tan firmemente arraigada a la familia real. Doña Ana de Austria
aparece en el testamento de su media hermana de padre, la duquesa de Petrabona,
Margarita, fallecida en 1629, designándole la gran cantidad de trescientos
ducados de renta cada año, como señal del
gran amor que siempre he tenido a mi queridísima hermana, la Señora doña Ana de
Austria…
Este mismo año de 1629, el rastro de
doña Ana de Austria desaparece para siempre a la edad de sesenta años, dejando
para la leyenda una incógnita tan grande como lo fue su nacimiento. Según
algunos rumores entre las monjas del Císter, doña Ana marchó a Sevilla, donde
no sabemos si abandonó la vida religiosa para dirigirse a Italia y le cogió la
muerte en la capital hispalense. Lo que sí sabemos es que su magnífico sepulcro
de la capilla de las Huelgas sigue desde entonces vacío.
Como
vacío queda el recuerdo de Francesco, su hermano de madre y padre (aunque no
reconocido por ambos), que duerme en el mismo triste silencio con que vino a la
vida, y del que su último recuerdo es el fallido intento de ver a su hermana en
el convento de Madrigal.
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