miércoles

EN LA MUERTE DE FEDERICO MUELAS (Diego Jesús Jiménez)

En la Revista CUENCA, Nº 7, Especial Fedrico Muelas, 1975 Primer Semestre, hemos encontrado esta reseña de nuestro poeta Diego Jesús Jiménez, que escribió a la muerte de otro de los mas grandes poetas de nuestra tierra, así en esta nuestra reseña homejearemos, una vez más y no será la última, a estos grandes de la literatura española y conquense.


EN LA MUERTE DE FEDERICO MUELAS

Diego Jesús JIMÉNEZ


Supe de su gravedad por Florencio Martínez Ruiz, quien me llamó por teléfono nada más saber la noticia. Los dos fuimos al Hospital Clínico a interesarnos por su estado. Parecía que iba a reaccionar, que allá en los últimos rescoldos de la ciencia se encendía una pequeñísima lucecita verde que el lunes se apagaría definitivamente.
Un reducido grupo de amigos de Federico acudimos a la capilla ardiente instalada en el mencionado centro sanitario (el nuevo director general de Cultura Popular, señor Cruz Fernández, el subdirector general de Radiodifusión don José Artigas y los poetas Luis López Anglada y Antonio de Zubiarre. Federico, al marcharnos, quedó solo, completamente solo, como quedan los muertos según lo descubriera Gustavo Adolfo Bécquer. Luego regresé y Federico y yo departimos, hablamos, recordamos, él a través mía y yo a su través, cosas de Cuenca. De nuestra Cuenca. Me dio la sensación de no ser allí nada más que el blancor del sudario que lo cubría, que la luz que iluminaba el enorme vacío y se alojaba en aquella habitación sin paredes de su muerte y que crecía y crecía hasta llegar a nuestra provincia, que acababa de recibir en su rostro más auténtico y noble un gran golpetazo humana y culturalmente.
No es el momento de hacer literatura, aunque no sé en qué medida un escritor puede dejar de hacerla cuando se pone a escribir, sino de condolernos, de dolemos profundamente (y todos) porque hemos perdido al mejor. Propongo urgentemente una calle en nuestra capital para Federico, que la merecía con creces y se nos ha marchado. Así. Al pronto, sin haberle pagado todo lo que Cuenca le debe y le deberá siempre, sin una mínima parte siquiera como podría haber sido (¡ay qué ex pretéritos de la injusticia!) el dedicarle una calle en su ciudad. Hace poco leía que se le había dedicado una calle al poeta Ángel García López en su pueblo, en Rota. Este poeta, también Premio Nacional de Literatura, cuenta ahora con 36 años.
Hago esta comparación porque Ángel es íntimo amigo mío y sé que no va a molestarle, ya que en todo caso el hecho de habérsela dado su pueblo natal dice bien de sus gentes, pero Federico habría merecido esta dedicatoria aún sin la obtención del Premio Nacional de Literatura, ya que éste, tan sólo es el reconocimiento oficial a una labor y cuando ésta se hace honrada y honestamente, se hace siempre al margen de reconocimientos y galardones. A Cuenca se le ha escapado el poseer el suficiente instinto para detectar dónde estaba uno de los grandes hombres de su historia cultural contemporánea.
Federico ha llenado casi medio siglo de las actividades de nuestra ciudad. No quiero referirme a su zona rural en la que triste y desgraciadamente existen pueblos en los que no se celebra acto cultural alguno. Es para tomárnoslo en serio, y creo que este desgraciadísimo suceso da el suficiente pie para que sea éste y no otro el momento de darnos cuenta de ello.
Quizá haya algunos que se atrevan a pensar que mis palabras van dirigidas a mí, también Premio Nacional de Literatura. Están totalmente equivocados. Los escritores buenos o malos, mejores o peores, cuando lo somos con autenticidad, más que una calle nos vala vida en ello. Como le ha ido a Federico Muelas, exactamente igual.
Ahora y en verdad avergonzados, ayudémosle todos a llevar esa nueva vida que estrena ante nosotros: la de la inmortalidad de hombre de genio que todo lo dio por su Cuenca: hasta sus versos. Y que no demos lugar a que nadie nos lo redescubra, porque él debe estar siempre entre nosotros. Todos debemos afirmar que Federico ha desaparecido, que se marchó, que emprendió un viaje largo, largo, largo... pero que continúa vivo.

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