Nació el 29 de septiembre de 1864, en la calle Ronda del Casco Viejo de Bilbao. Fue el tercer hijo y primer varón, tras María Felisa y María Jesusa, del matrimonio habido entre el comerciante Félix de Unamuno y su sobrina carnal, Salomé Jugo. Más tarde nacerían Félix, Susana y María Mercedes.
Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, obteniendo, a los diecinueve años, la calificación de Sobresaliente.
En 1901, Unamuno es nombrado rector de la Universidad de Salamanca. En 1914 el ministro de Instrucción Pública lo destituye del rectorado por razones políticas, convirtiéndose Unamuno en mártir de la oposición liberal. En 1920 es elegido por sus compañeros decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al Rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse. En 1921 es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al rey y al dictador don Miguel Primo de Rivera hacen que éste lo destituya nuevamente y lo destierre a Fuerteventura en febrero de 1924. El 9 de julio es indultado, pero él se destierra voluntariamente a Francia; primero a París y, al poco tiempo, a Hendaya, en el País Vasco francés, hasta el año 1930, año en el que cae el régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entró en la ciudad con un recibimiento apoteósico.
Miguel de Unamuno se presenta candidato a concejal por la conjunción republicano-socialista para las elecciones del 12 de abril de 1931, resultando elegido. Unamuno proclama el 14 de abril la República en Salamanca. Desde el balcón del ayuntamiento, el filósofo declara que comienza “una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”. La República le repone en el cargo de Rector de la Universidad salmantina. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la asociación republicano-socialista en Salamanca. Sin embargo, el escritor e intelectual, que en 1931 proclamaba que él había contribuido más que ningún otro español —con su pluma, con su oposición al Rey y al Dictador, con su exilio— al advenimiento de la República, empieza a desencantarse.
En 1933 decide no presentarse a la reelección. Al año siguiente se jubila de su actividad docente y es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca. En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República. Fruto de su desilusión, expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, a la política religiosa, a la clase política, al Gobierno y a Manuel Azaña.
Al iniciarse la Guerra Civil, apoyó inicialmente a los Nacionales. Unamuno quiso ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva del país. El 19 de julio de 1936, Unamuno acepta el acta de concejal y hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los Nacionales, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana.
El 22 de agosto de 1936, Manuel Azaña lo destituye, mediante un Decreto acordado en el Consejo de Ministros y a propuesta del de Instrucción Pública y Bellas Artes, Francisco Barnés Salinas. Pero el general Miguel Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Nacional, firma un decreto con fecha 1º de septiembre confirmando a Unamuno en el rectorado y devolviéndole todas las prerrogativas que le confería la disposición de 30 de septiembre de 1934, que acababa de derogar el gobierno republicano. Sin embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en desengaño, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. Entonces Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación.
Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, obteniendo, a los diecinueve años, la calificación de Sobresaliente.
En 1901, Unamuno es nombrado rector de la Universidad de Salamanca. En 1914 el ministro de Instrucción Pública lo destituye del rectorado por razones políticas, convirtiéndose Unamuno en mártir de la oposición liberal. En 1920 es elegido por sus compañeros decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al Rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse. En 1921 es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al rey y al dictador don Miguel Primo de Rivera hacen que éste lo destituya nuevamente y lo destierre a Fuerteventura en febrero de 1924. El 9 de julio es indultado, pero él se destierra voluntariamente a Francia; primero a París y, al poco tiempo, a Hendaya, en el País Vasco francés, hasta el año 1930, año en el que cae el régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entró en la ciudad con un recibimiento apoteósico.
Miguel de Unamuno se presenta candidato a concejal por la conjunción republicano-socialista para las elecciones del 12 de abril de 1931, resultando elegido. Unamuno proclama el 14 de abril la República en Salamanca. Desde el balcón del ayuntamiento, el filósofo declara que comienza “una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”. La República le repone en el cargo de Rector de la Universidad salmantina. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la asociación republicano-socialista en Salamanca. Sin embargo, el escritor e intelectual, que en 1931 proclamaba que él había contribuido más que ningún otro español —con su pluma, con su oposición al Rey y al Dictador, con su exilio— al advenimiento de la República, empieza a desencantarse.
En 1933 decide no presentarse a la reelección. Al año siguiente se jubila de su actividad docente y es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca. En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República. Fruto de su desilusión, expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, a la política religiosa, a la clase política, al Gobierno y a Manuel Azaña.
Al iniciarse la Guerra Civil, apoyó inicialmente a los Nacionales. Unamuno quiso ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva del país. El 19 de julio de 1936, Unamuno acepta el acta de concejal y hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los Nacionales, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana.
El 22 de agosto de 1936, Manuel Azaña lo destituye, mediante un Decreto acordado en el Consejo de Ministros y a propuesta del de Instrucción Pública y Bellas Artes, Francisco Barnés Salinas. Pero el general Miguel Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Nacional, firma un decreto con fecha 1º de septiembre confirmando a Unamuno en el rectorado y devolviéndole todas las prerrogativas que le confería la disposición de 30 de septiembre de 1934, que acababa de derogar el gobierno republicano. Sin embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en desengaño, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. Entonces Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación.
Venceréis pero no convenceréis
(Hugh Thomas. La guerra civil española)
El 12 de octubre, día de la Fiesta de la Raza, se celebró una gran ceremonia en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Estaba presente el obispo de Salamanca, Dr. Plá y Daniel. Asistía la señora de Franco. Y también el general Millán Astray. En la presidencia estaba Unamuno, rector de la Universidad.
Después de las formalidades iniciales, Millán Astray atacó violentamente a Cataluña y a las provincias vascas, describiéndolas como "cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos".
Desde el fondo del paraninfo, una voz gritó el lema de Millán Astray: "¡Viva la muerte!" Millán Astray dio a continuación los habituales gritos excitadores del pueblo : "¡España!", gritó. Automáticamente, cierto número de personas contestaron: "¡Una!". "¡España!", volvió a gritar Millán Astray. "¡Grande!", replicó su auditorio, todavía algo remiso. Y al grito final de "¡España!" de Millán Astray, contestaron sus seguidores "¡Libre!".
Todos los ojos estaban fijos en Unamuno, que se levantó lentamente y dijo: "Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del general Millán Astray que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo, lo quiera o no, es catalán, nacido en Barcelona". Se detuvo. En la sala se había extendido un temeroso silencio. Jamás se había pronunciado discurso similar en la España nacionalista. ¿Qué iría a decir a continuación el rector? "Pero ahora -continuó Unamuno- acabo de oír el necrófilo e insensato grito: ¡Viva la muerte! Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor".
En este momento, Millán Astray no se pudo detener por más tiempo, y gritó: "¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!" clamoreado por los falangistas. Pero Unamuno continuó: "Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho."
A la salida, la esposa de Franco, Carmen Polo, tomó del brazo a don Miguel y le acompañó a su casa, rodeados de su guardia personal.
Ese mismo día, la corporación municipal se reunió de forma secreta y expulsó a Unamuno. El 22 de octubre, Franco firmó el decreto de destitución de Unamuno como Rector.
El 21 de octubre de 1936, en una entrevista mantenida con el periodista francés Jérôme Tharaud, manifestó:
«Tan pronto como se produjo el movimiento salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio nacional, ventilando una guerra internacional. [...] En tanto me iban horrorizando los caracteres que tomaba esta tremenda guerra civil sin cuartel debida a una verdadera enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura con cierto substrato patológico-corporal. Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica barata. Y dan el tono no socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas, ni anarquistas, sino bandas de malhechores degenerados, ex criminales natos sin ideología alguna que van a satisfacer feroces pasiones atávicas sin ideología alguna. Y la natural reacción a esto toma también muchas veces, desgraciadamente, caracteres frenopáticos. Es el régimen del terror. España está espantada de si misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del suicidio moral. Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror. [...] Insisto en el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza el general Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional, ya que España no debe estar al dictado de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera, puesto que aquí se está librando, en territorio nacional, una guerra internacional. Y es deber también traer una paz de convencimiento y de conversión y lograr la unión moral de todos los españoles para reestablecer la patria que se está ensangrentando, desangrándose, envenenándose y entonteciéndose. Y para ello impedir que los reaccionarios se vayan en su reacción más allá de la justicia y hasta de la humanidad, como a las veces tratan. Que no es camino el que se pretenda formar sindicatos nacionales compulsivos, por fuerza y por amenaza, obligando por el terror a que se alisten en ellos, ni a los convencidos ni convertidos. Triste cosa sería que el bárbaro, anti-civil e inhumano régimen bolchevístico se quisiera sustituir con un bárbaro, anti-civil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria. Ni lo uno ni lo otro, que en el fondo son lo mismo».
Nota: Ésta información ha sido recogida de varias fuentes, todas ellas publicadas en internet, y del libro "La guerra civil española" de Hugh Thomas.
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