Pueblo situado en la Alcarria Conquense, con una espectacular arquitectura popular.
Antiguas casonas solariegas, estrechas callejuelas que conforman un casco urbano de aspecto de barrio judio, calles empredradas con cantos rodados, rejería de forja, canalones de cinz rematados con artísticas gárgolas, bellas plazuelas, puertas enmarcadas por arcadas de silleria, etc.
"Es curioso, aun hoy día, observar en sus calles la estructura característica de una población de la Edad Media española, ese mosaico con sus partes perfectamente diferenciadas que suponen un barrio árabe, su gizhe judío, y el centro de la población cristiana. Más tarde cuando la expulsión de los judíos figuró como barrio anexo donde vivían aquellos que renunciaron al éxodo, el poblado de villar de Ladrón, hoy Villar del Infantado, por compra del Concejo de Valdeolivas a la Corona de España, según testimonia la escritura de compra que otorgó la Princesa Isabel de Portugal, con autorización de su hermano Felipe II, quien a la sazón se encontraba ausente en los preparativos de la gran ofensiva cristiana contra el turco que había de culminar en la Batalla de Lepanto."
En esa Alcarria
conquense, donde lomas de tierra rojiza, antaño cubiertas de bosque, y dónde
ahora muestran su desnudez apenas velada por el matorral o la mimbrera, se
yergue, casi majestuoso, un lugar que dejo el Medievo y que sigue enarbolado de
románicas menesteras y sueños caballerescos: es Valdeolivas.
Allí, donde el paisaje es una sucesión de mesas o páramos
recortados por el encajonamiento de ríos y arroyos que se abren a valles y
vegas de diversa amplitud, con una cubierta vegetal de encinal y robledal, poblando
los altos y las cuestas, sotos de mimbreras más al este, sargales y zarzas en
el oeste y árboles de ribera en ese fondo misterioso de las vegas y en las
cortaduras sublimes de los barrancos, es donde uno parece buscar el descanso
de la historia.
Valdeolivas, que vive postrado ante el pasado, recóndito
en su presente, sujeto a las normas Impuestas por el destino, enclaustrado
entre sus soportales, es, en esencia, pueblo humilde. Su estampa, no se
advierte hasta divisar su horizonte, al alcance casi de Priego, con su condado,
al lado de la Albendea dormida y no mucho más allá, de aquel Buendía señorial
antaño y ahora, postrado ante sus aguas embalsamadas.
Por eso, descendiendo en las laderas del río de San
Juan, en esa cuenca del Guadiela moruno, casi saliéndose de esa Alcarria de
verdes pálidos, desvaídos azules, pero centelleantes dorados que adornan su
rica miel, y cerca de donde se da vida al barro, aparece, casi escondido, entre
aquellos vallejos de olivas que le dieran nombre, adornando el tiempo y
vigilantes sus molinos y almazaras, donde sus calles se pavonean con los
vientos.
Casonas de recia estirpe, Iglesia románica enganchada
en la transición al gótico majestuoso, pinturas murales, maravillosa nave
epistolar y ese reclamo excelente de su torre, única en toda nuestra geografía
conquense y que nos lleva a las tierras de aquella Italia adorada. Dentro, el
Pantocrator hace lienzo en la pared de su altar mayor. Una maravilla que adorna
todo un Interior esplendoroso del arte románico.
Inicia
su jurisdicción y lugar de poblamiento en tiempos de reconquista. Un poco antes
de que el rey Alfonso VIII, en el año 1177, conquistase las tierras de Cuenca para
Castilla, este lugar, junto a Salmerón, Alcocer y San Pedro de Palmiches,
fueron consideradas tierras del Infantado. Es claro que, si así fue, no nació
como lugar de fuero repoblador preconizada por el octavo, sino que, otro
Alfonso, en este caso, el sexto, fuese el causante de su primera repoblación en
el año 1143, apoyando a los monjes clstercienses que, unos años antes, se
habían establecido en Corcóles. Así, estos monjes, Iniciaron el primer
asentamiento cristiano aportando su sello singular en la construcción
arquitectónica de su Iglesia, dentro de la más pura tradición románica del
momento.
Por
tanto, Valdeolivas aparece en la historia, como dote aceptada por el rey Alfonso
VI para sus hermanas, Doña Urraca y Doña Elvira y, como tales, formando ese patrimonio
real que le empezó a considerar como fuerte núcleo medieval de la zona.
El Infantado y los Manuel cobran aquí la verdadera Importancia
de dominio. Luego, los Albornoz. A la muerte de Gómez Carrillo, su hija María
de Albornoz hereda el Señorío. Durante su mandato dotó a la villa de Pósito,
mejoró su Iglesia construyendo una capilla y un rico artesonado; sin embargo,
la situación de su patrimonio y las circunstancias nobiliarias del momento, le
van a obligar a su venta de Valdeolivas y todas sus tierras, en 1432, a uno de
los personajes de la historia que más poder detentaron en toda la Edad Media
castellana: el Condestable Don Alvaro de Luna.
¡Qué
gran lugar; Importante fue y así lo demostraron todos sus dueños y señores, los
que aquí quisieron tener dominio: los Manuel, los Albornoces, los Carrillo, los
Luna, los Hurtado de Mendoza, el marquesado de Villena, el marquesado de Santillana y el Ducado del Infantado.
Ahora, recordando todas aquellas ermitas de antaño,
Santa Ana, San Martín, María Santísima del Remedio, San Marcos, Santa Lucía,
San Quiles, San Pedro, San Felices y el Humilladero; y ahora, sus molinos, su
plaza porticada, su palacio y otras casonas, su parroquial dedicada a la
Asunción, su Casa de la Inquisición, sus callejas bien arregladas, sus casas
al valle y esa vega fructífera, el recuerdo de los Romero Girón, los Trúpita,
los Briones, su Santísimo Cristo del Buen Camino, en ese convento de frailes
Carmelitas Descalzos, el Cerro, el pozo de la Lamia, el Llano de la Sierra, San
Quirico, Santa Julita, los toros, la Ruta de la Lana y todo un contenido de
buenas gentes que te reciben y te saludan.
Texto de Miguel Romero
Libro: Pueblos de Cuenca"
Libro: Pueblos de Cuenca"
Pantocrator |
Arco de Molina |
Bovedillas decoradas |
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