Presentación del libro “UN PASO POR LA VIDA”,
de José Luis Ruiz Sánchez “Valdebenito”,
en el hogar Extremeño de Gran Vía, 59,
el viernes 15 de abril de 2005
El mérito de estar yo hoy aquí sentado en esta mesa, no es otro que el haber tenido la suerte de conocer a José Luis a través de un amigo de ambos, hoy también presente en este acto y celebrar juntos nuestra común afición por el mundo de los libros.
Al decirme que era extremeño, de Peñalsordo, pueblo de nuestro querido amigo Alejandro García Galán, quise que se conocieran, pues el paisanaje, entre otros muchos motivos, es causa común de fuerte lazos de atávica amistad, como todos conocemos en esta Casa.
En José Luis coincidían otros motivos que nos unirían aún más que el paisanaje; era un hombre que con una timidez que rayaba en el desespero, nos fue ofreciendo su afición por la lectura y sus primeros pasos como escritor, que hoy se plasman en este su primer libro (en su segunda edición) que presentamos muy gustosos en nuestro Hogar Extremeño de Gran Vía, 59.
¡La palabra! La palabra es el mejor arma con que se ha encontrado el hombre para su extraordinaria e imparable evolución. El medio de comunicación oral, ha sido el factor determinante en su despegue racional, de tal manera, que la palabra, es decir la expresión del pensamiento a otros congéneres, podemos señalar que diferenció para siempre al hombre de otros animales. Con la palabra se alcanzaron espacio de sabiduría que hicieron al hombre libre y con ella se lograron moldear y tallar esos maravillosos diamantes que hoy se conservan cual tesoros en las mejores bibliotecas del mundo.
Pero no podemos, ni debemos, olvidarnos de que también con la palabra se hicieron cadenas con las que esclavizar a otros hombres; con la palabra se levantaron cárceles con las que suprimir la libertad de otros semejantes; y se alzó esa misma palabra que había servido para dignificarle y con ella cargada de odio se mandó matar a otros hombres. En definitiva, desde que el mundo es mundo, nos encontramos ante los dos estados antagónicos del ser humano: EL BIEN Y EL MAL.
Y esta inteligencia, estos sentimientos expresados en palabras impresas en este nuevo libro, es de lo que vamos a tratar en esta breve presentación. ¿Qué nos ha querido comunicar el autor desde su paciente y ensoñadora meditación? ¿Qué viene a decirnos, a denunciarnos, a llamarnos con su aldabonazo que despierte nuestra alma dormida o acomodada en estos nuevos tiempos de desidia moral?
Permitidme que recoja una líneas del último ensayo del pensador José Antonio Marina: “La inteligencia fracasada (Teoría y práctica de la estupidez), donde viene a decirnos que: El lenguaje es uno de los sistemas transversales que sirve para unificar los módulos de nuestra inteligencia.
Hay dos funciones lingüísticas esenciales: transmitir información e influir en la conducta, mediante peticiones, peguntas, ruegos, órdenes, amenazas, seducciones. Estas dos funciones se realizan no sólo hacia el exterior, sino también hacia el interior.
Para terminar diciéndonos: El lenguaje nos permite hacernos conscientes y adueñarnos en parte del mecanismo cimarrón de nuestra inteligencia.
José Luis, hombre de profundas reflexiones personales, tiene la necesidad de comunicarse con su entorno y poder ofrecernos sus inquietudes, sus sueños, sus desasosiegos, sus desvelos nacidos de una mente clara y de un corazón bondadoso. Se ha mirado en el espejo de su alma –qué difícil es decir esto, en un mundo tan complejo y vacío–, ha mirado a sus semejantes a los ojos –¿nos miramos actualmente los hombres a los ojos?–, y ha querido llamar a las puertas de nuestras conciencias con un curioso cuento –más que relato–, en el que se enfrentan la sempiterna lucha entre el Bien y el Mal, que todos los seres arrastramos desde que nacemos y hasta la sepultura.
El cuento parece sencillo, porque José Luis, que también lo es, se aleja conscientemente de las florituras literarias para rescatar su lejana infancia, recordando los cuentos al amor de la lumbre que, con toda seguridad, se contarían en la finca de “Valdebenito” (Cuando los niños calzaban albarcas y no había televisión, en las frías noches de invierno al rescoldo del brasero, se contaban cuentos), nos dice el autor al comienzo del Capítulo primero; pero si prestamos atención a sus “consejas”, refranes, e incluso a sus, a veces, desmedidos versos, podemos encontrar una sabia lección de moral. Él mismo nos lo anuncia en su primera página: Mi mayor contento sería si este libro sirviera para que una sola, de las muchas personas que entran en la Alcazaba (fortaleza donde domina la oscuridad), vea la luz.
Leyendo con atención cada uno de los capítulos, podemos darnos cuenta de su clara intención didáctica, pensando el autor –es mi parecer– en sus dos hijas, pues no en vano, en su introducción o nota del autor, marca desde el comienzo este deseo. Nos dice sobre la ambivalencia del Bien y del Mal en el hombre: En mi modesta opinión hay tres círculos de influencia para el bien y para el mal en la vida de las personas, definidos en los siete capítulos de este libro:
El primer círculo es la infancia, la pubertad y la adolescencia. Influencia: los padres y la familia.
El segundo círculo es el colegio. Influencia: los amigos y profesores.
El tercer círculo, más amplio, es la sociedad. Influencia: la religión, la política, etc.
Y este “cuento de hadas” como el que nos contaban las abuelas en los años cincuenta, está cargado de sensibilidades y logros literarios que en muchas ocasiones nos llenan de nostalgia por todo cuanto hemos perdido para siempre.
Fijaos, y os aclaro lo que intento decir: el autor, para pintar el Bien –así con mayúscula– nos habla de un paraiso donde reina la armonía entre todo lo creado; un palacio rodeado por la madre naturaleza donde las aguas, los animales y los hombres viven en eterna armonía. ¿Pero, creéis que la descripción que hace del paraiso es fruto de su ingenio? No. El autor de este libro, con una frescura desconcertante para ser su primera obra impresa, no ha tenido que inventarse nada. Solamente ha tenido que rememorar su infancia en una finca manchega y pintarla con los colores de sus limpios ojos infantiles y transformarla en palacio encantado.
Muchos de los aquí presentes, la mayoría extremeños, guardamos en nuestra retina la figura imponente de los cortijos blancos y señoriales de nuestra tierra y podremos comparar en el relato siguiente, que corresponde al autor, con aquellos paraísos de los antiguos grandes terratenientes que aún se conservan en las tierras castellanas, andaluzas y extremeñas, hoy en manos de otros dueños no menos poderosos que los de antaño.
Nos relata José Luis: Su holgado palacio, rodeado de primorosos jardines, estaba ubicado en un entorno armónico. Habitado por familiares, consejeros, criados, jardineros y todo el personal necesario en una Corte. Vivían agradablemente, cuidando y gozando lo habido.
Se alzaba sobre una meseta, enclaustrada por rocosos escarpados, accesible por un solitario camino, donde al visitante se le veía venir desde lejos. Poseía sólidos pilares de granito, que altaneros, daban fe del poder que albergaban…
Ya en la meseta, al final del camino, cortaban el paso infranqueables puertas, construidas en maderas nobles, reforzadas con anclajes de hierro; daban imagen de lo que allí se guardaba…
Y aquí es donde quiero fijéis vuestra atención: En la primera planta, se abrían considerables balconadas y amplias terrazas, al inigualable espacio que contemplaban. Admiraban un hermoso valle sembrado de cerezos, surcado por un arroyo de agua cristalina, como oscilantes partículas de hielo, dando cobijo a escurridizas truchas. Surgía de múltiples manantiales que una sierra habitada por tomillos, brezos, chaparros y jaras, deseaba sangrar, inagotable, benévola. Escoltaban al arroyo en su alegre caminar, alamedas, zarzamoras y claros de verde manto… Desembocaba en un fantasioso lago natural, donde los juncos, juncias, nenúfares, junto con garzas, garcillas, el martín pescador y las cigüeñas, armonizando con los variados peces multicolores, guardaban un equilibrio natural, al tiempo que compartían la jubilosa morada con cisnes, ocas y patos…
Este cuadro idílico que a todos los presentes nos es conocido, si lo analizamos, se escaparía al sentido común, al entremezclar el autor a su antojo animales y plantas que solamente se conjuntan y conviven en su amplia y fértil memoria. Pero no importa, el cuadro es tan bello, que lo damos por verdadero en este país de la felicidad por él creado, pues esa es la labor del escritor, hacer que sus sueños se hagan realidad en la mente de sus lectores.
Pero no voy a desvelar el contenido del libro porque esto sería de un oportunismo por mi parte y una deslealtad hacia el amigo. Lo que sí quiero, para acortar esta presentación por mi parte, es resaltar el miajón –moraleja, que dirían los puristas– que encierra el cuento.
En mi humilde parecer, el autor nos viene a decir –nos dice– que el poder, por muy bien que se ejerza, siempre corrompe al que lo posee y que éste –el poder– por muy grande que sea, nunca complace al poderoso, que sueña, lucha y esclaviza a sus semejantes por el mero hecho de reafirmarlo.
Una segunda lectura, en paralelo a la primera, sería que el poder no es la panacea de la felicidad, sino que, todo lo contrario, siempre será fuente de desdichas, de soledad, de insatisfacción; en resumidas cuentas, de infelicidad: Era tal su obsesión por mantener el poder, que enfermó.
Voy a terminar, como no podía ser de otra forma, con una inteligente reflexión del autor sobre lo que venimos hablando del Bien y del Mal que anida en el corazón de todos los hombres y que cada uno interpretamos a nuestra manera, según nuestras conveniencias o, por el contrario, con claras defensas éticas o morales. Lo que nos dice es un canto a la esperanza al alcance de todo hombre justo que sepa mirarse en su interior, allí donde anida el alma: Cuando se habla de paz siempre está presente la muerte. En este libro también está presente la muerte; no podía faltar; pero la vida no termina, empieza una y otra vez. “El río no muere en el mar, se transforma”. El hombre en su continua evolución acaba encontrándose así mismo, “en la profundidad de la mina”, “donde la conciencia anda”. En el interior de uno mismo, “donde se encuentra la paz”, la indestructible, eterna e inmortal PAZ. Donde encontremos la reconciliación y el encuentro con el YO REAL.
Gracias José Luis por tu hermoso libro. Gracias, amigo y que sigas siendo un soñador utópico. Pero eso sí: cúrate de tu timidez, porque vales mucho.
Ricardo Hernández Megías
Madrid, abril de 2005
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