EL DESCUBIMIENTO DE LOS GRABADOS
RUPESTRES DEL “COVACHO DE LAS PINTAS”,
DE CARRASCOSA
RUPESTRES DEL “COVACHO DE LAS PINTAS”,
DE CARRASCOSA
Hoz de Tragavivos |
No fue hasta que no cumplí los 25 cuando se produjo el descubrimiento. Al menos cinco veces había estado yo sentado encima de aquellas losas atiborradas de grabados, pero la pátina de polvo de años que cubría la piedra siempre me impidió verlos. Aquella mañana del mes de abril, entre otros venía conmigo, además de mi esposa actual, mi gran amigo Fernando Melón. Cuando llegamos al Covacho de Las Pintas, sentados, una vez más, sobre las losas para hacer un descanso, les comenté a todos:
- Aquí es donde me decía mi padre que había unos garabatos con personas e incluso letras, pero yo creo que él lo soñó, porque he estado cinco veces y aquí no he visto nunca nada.
Fernando estaba sentado a mi lado y empezó a frotar la losa con la mano, tratando de quitar la pátina de polvo.
- ¿Cómo que aquí no hay nada? ¿Entonces esto qué es? – Nos abalanzamos todos a verlo. Un montón de grabados se nos fue ofreciendo a la vista. Cuanto más polvo quitamos de la losa más grabados aparecían. Pedro Marcos echó un chorro de agua sobre otra de las losas, su superficie se oscureció y empezaron a aparecer otro abigarrado montón de dibujos de todas clases, alguna cabeza de ciervo, una especie de sol, algún tipo de ave, incluso una minúscula escena de caza con una especie de cérvido abatido, multitud de rayas en todas direcciones. De pronto en un espacio mínimo de la piedra aparecieron las letras de las que me hablara mi padre y efectivamente, no pertenecían a nuestro alfabeto. Estuvimos más de dos horas limpiando el polvo de las losas. ¡Había más de 6 metros cuadrados de superficie repleta de grabados!
Fue una aventura extraordinaria. Sacamos fotos y tuve guardadas las diapositivas durante unos años. Seis años después, llevado por mi afición a la arqueología, me acerqué al Museo Arqueológico de Cuenca. Llevaba cerámicas que había encontrado en el poblado de los Villares de Villanueva de Alcorón (Guadalajara). Ambas, cerámicas y diapositivas del Covacho de Las Pintas, se las había mostrado previamente a D. Emeterio Cuadrado Díaz, insigne arqueólogo, especialista en arte ibérico y Presidente de la Asociación Amigos de la Arqueología de la que yo era socio. Me había asegurado que las cerámicas eran de la Edad del Hierro y de unos 300 años a.d.c. Ante las diapositivas de los grabados me comentó que guardaban un cierto paralelismo con los grabados del “Santuario del Silex” de Atapuerca, y que en ellas se observaba el Símbolo Solar de Despeñaperros, en referencia a una especie de sol con multitud de rayas que aparecía en alguna de las diapositivas. Pregunté por el Director del Museo y le avisaron de que deseaba verle. D. Manuel Osuna se acercó a saludarme, yo le mostré lo que llevaba. Se quedó, para los almacenes del Museo, con las cerámicas, después de situarlas y fecharlas, y posteriormente me invitó a ver las diapositivas en una de las oficinas del Museo. En un momento requirió la presencia de dos de sus colaboradores, los arqueólogos Angel Fuentes Domínguez y Santiago Palomero Plaza.
- ¿No os parecen estas letras ibéricas? – Ambos asintieron y quedaron en estudiarlo, pare parecía que, efectivamente, estábamos ante caracteres ibéricos.
Por entonces en aquello quedó todo, no obstante, yo ya había cumplido con mi misión, dar a conocer en una institución estatal la existencia de un yacimiento de grabados rupestres en mi pueblo, Carrascosa de la Sierra (Cuenca).
Dos años más tarde, me llamó para ponerme en contacto con D. Rodrigo de Balbín Behrmann, profesor en la Universidad de Alcalá de Henares y especialista en Arqueología de la Prehistoria y de Arte Rupestre. Antes de dormir y cenar en mi casa, lo conduje hasta el Covacho de Las Pintas. El recorrido no es demasiado largo, pero muy tortuoso, al transitar la, posiblemente, zona menos antropizada de toda España. Por entonces no existía ningún camino y debíamos abrirnos paso por la zona de sirga o salvamento del río. En la parte final, para llegar hasta el majadal del Covacho, se salvaban unos 50 m. de desnivel, por un terreno absolutamente silvestre y plagado de arbustos de boj, por el que, algunas veces, hubimos de abrirnos paso literalmente arrastrándonos. Don Rodrigo, hombre robusto y algo pasado de peso para aquellos menesteres, cuando llegó hasta el yacimiento, resoplaba, o como dicen en mis tierras: “Daba unos resollones igual que un mulo viejo”. No obstante observó detenidamente todo aquel jeroglífico de grabados. Me comentó que aquello no era de su especialidad, ya que, a su juicio, lo más antiguo que había debía ser de la Edad del Bronce, “Unos 3.000 años” comentó, y que su especialidad eran las pinturas de 10.000 o más años.
El Picón de Rocines presidiendo la Hoz de Tragavivos. |
Un par de años más tarde fue a la arqueóloga Dª Pilar Mena Muñoz, encargada actualmente en tareas muncipales del Ayuntamiento de Madrid, a la que me tocó conducir hasta el Covacho y aún otro par de años después a Dª María Isabel Martínez Navarrete, actual funcionaria del Centro Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Historia, Departamento de Prehistoria. Creo recordar que fue ella la primera que hizo un calco de los grabados rupestres de Las Pintas. Aún otro par de años después, me tocó ir con Dª Margarita Díaz Andreu, actualmente profesora de arqueología en la Universidad de Durham. Acompañada de otras dos personas de las que siento no recordar el nombre, realizó un calco mucho más exhaustivo que el anterior y la autora del trabajo publicado por la revista Cuenca.
Como queda aquí acreditado, el Covacho de Las Pintas, era conocido, por algunas, muy pocas, gentes de Carrascosa, entre ellas mi padre, pero está aceptado internacionalmente que el descubridor de algo, no es aquel que lo encuentra o lo ve, sino el primero que lo hace público, y aquí quedan demostradas todas las andanzas que hube de realizar para conseguir que se hiciera un estudio científico de éste yacimiento de mi pueblo.
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