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LOS POEMAS «CONQUENSES» DE GERARDO DIEGO

Pedro C. Cerrillo Torremocha
Cepli - Universidad de Castilla La Mancha

No ha sido muy frecuente la presencia de Cuenca en las obras de escritores que ocupan las mejores páginas de la Literatura Española: ni como tema, ni como escenario, ni como motivo. No obstante, hay algunas excepciones muy valiosas: Góngora, Pérez Galdós, Unamuno, Pío Baroja, Cela, García Lorca ... Gerardo Diego sí escribió, en diversos momentos, poemas relacionados de alguna manera con Cuenca, entre ellos los dos romances que dedicó al Júcar y al Huécar, muy conocidos casi desde el mismo momento de su primera publicación (el del Júcar en 1927 y el del Huécar en 1966 -aunque éste lo había leído en público antes en algunas ocasiones, una de ellas precisamente en Cuenca-).
Gerardo Diego escribió de Cuenca porque le debió fascinar la ciudad colgada sobre los valles de los ríos citados. Diego conoció sobradamente Cuenca: por un lado, porque de ella le habló en muchas ocasiones su amigo el escritor conquense Federico Muelas (el poeta cántabro escribió el prólogo de su poemario Cuenca en volandas); y, por otro lado, porque viajó a la ciudad en cinco ocasiones: la primera de ellas en 1926 (en esa ocasión también visitó la ciudad de Cañete), dos veces en la década de los 40 invitado, precisamente, por Federico Muelas (en una de ellas le acompañó su mujer, Germaine), otra vez en 1957 y otra más, la última, el 26 de noviembre de 1974 para asistir al entierro de su amigo Muelas, del que dijo, en un artículo que se publicó en Diario de Cuenca el 27 de noviembre de 1974, al día siguiente de la muerte del poeta conquense, que «me enseñó verdaderamente Cuenca».
A esas visitas hay que sumar una más, en mayo de 1958, para participar en los Juegos Florales que se habían convocado en el marco del Congreso Eucarístico Provincial que tuvo lugar en la localidad de Carboneras de Guadazaón.
La relación poética de Diego con Cuenca no se limita a los dos romances citados, sino que dedicó algunos otros poemas a diversos lugares, parajes o motivos: «Pinares», «Hoz del Cabriel», «Alba de luna», «Domingo de Ramos en Cañete», «Desde el tren (Tierras de Cuenca)» y un soneto a «La Ciudad Encantada». En una entrevista concedida al crítico literario Florencio Martínez Ruiz, aparecida en 1975 en la revista provincial Cuenca, el poeta se refirió al cariño que sentía por estos poemas conquenses:

Salvo composiciones dedicadas a lugares donde he permanecido mucho tiempo, Santander o Sevilla, mis poemas de Cuenca están entre lo más querido. La crítica también los ha elogiado mucho. [En la misma entrevista, Diego recordaba su primera visita a Cuenca, en 1926, con las siguientes palabras:] Yo tenía un primo, Rosendo, que atendía las propiedades del duque de Peñaranda, en Cañete. Y me invitó a pasar unos días con él. Era, creo recordar, el Domingo de Pascua de 1926. Dormí una noche en la pequeña ciudad de don Alvaro de Luna. (Martínez Ruiz, 1975: 99-100)

Aquel primer viaje fue determinante, sin duda, en la composición de los poemas «Alba de Luna», «Domingo de Ramos en Cañete» y, probablemente también, «Hoz del Cabriel» y «Desde el tren». Además, debió influir en el origen del «Romance del Júcar».
Pero de todos los viajes de Diego a Cuenca, el más recordado y el que más eco tuvo en la prensa local es el cuarto, que tuvo lugar en abril de 1957, invitado por las autoridades locales al acto conmemorativo del Día del Libro. El Domingo de Ramos 14 de abril de 1957, cuando la ciudad se preparaba para la Coronación de la Virgen de las Angustias con una exposición pública de la corona y el manto en el Salón Rojo de la Diputación, el diario local Ofensiva, en su página 3, daba la bienvenida a la ciudad al poeta, incluyendo su «Romance del Júcar» y un artículo sin firma titulado «La destacada personalidad de Gerardo Diego» (de corte meramente biográfico, en el que se citaban palabras de González Ruano sobre el poeta santanderino), que en su párrafo inicinal decía: «El diario Ofensiva desea al gran poeta español una dichosa estancia en nuestra ciudad, que no ha visitado desde hace 30 años ...» (Se equivocaba el periodista, porque -como ya he dicho- había venido antes dos veces más en los años cuarenta, con toda probabilidad en visitas privadas). Aunque la conmemoración del libro era el día 23, Diego fue a Cuenca con diez días de antelación, probablemente porque coincidían con la Semana Santa (los desfiles proce-sionales conquenses ya eran muy conocidos) y porque tenía amigos conquenses, como el ya citado Federico Muelas, al que había conocido en 1939.
Pero aquella visita de Diego siguió concitando el interés de la prensa durante varios días: el Domingo de Resurrección, 21 de abril, en la página 3 del periódico local ya se anunciaba la conmemoración de la «Fiesta del Libro» y el acto que, con tal motivo, se iba a celebrar con la participación de Diego. Dos días después, el martes 23, el citado diario informaba con más detalle, en portada y en la página 2, de la inauguración en la popular calle Carretería de la Feria del Libro (sic), más bien era el Día del Libro, entre cuyas actividades se había programado un acto literario en el Instituto de Enseñanza Media Alfonso VIII -el único que existía entonces en la ciudad-, en el que intervinieron Federico Muelas y una serie de poetas conquenses (Domínguez Millán, Acacia Uceta, Andrés Vaca Page, Eduardo de la Rica, Miguel Valdivieso, Amable Cuenca, Florencio Martínez Ruiz, Carlos de la Rica, Timoteo Marquina, Luis Gallástegui y Fernando Del¬gado recitaron composiciones propias; Cayo Román Cardete no pudo asistir y su poema lo leyó Federico Muelas); eso sirvió de antesala a la conferencia-recital de Gerardo Diego, titulada «Cómo se hace un soneto», en la que leyó, además, los romances dedicados al Júcar y al Huécar.
Diego también intervino, junto a Federico Muelas, en otro acto, celebrado por la tarde en el Cine Xúcar, en el que se proyectó para los niños de las escuelas de la ciudad la película El desierto viviente, repartiéndose al final lotes de libros donados por el Ayuntamiento.
El interés que despertó la presencia en Cuenca del académico Diego se confirmó durante los dos días siguientes; el día 24 Ofensiva incluyó en su portada, a tres columnas y con un retrato del poeta, la noticia del acto reseñado, calificando de «brillante» la intervención de Diego, sobre la que en la página 3 se podía leer un comentario, sin firma, más extenso, muy en la línea de la crónica periodística al uso en la época:

La palabra fácil, el atinado juicio, la profundidad de concepto, la belleza de sus versos, hicieron de su conferencia, terminada con el recitado de sonetos y romances sobre Cuenca, una deliciosa pieza oratoria, cuyo final fue acogido por el público con una gran ovación al sr. Diego, que fue felicitadísimo.

Aún el día 25 el periódico volvía a recordar el acto con una foto en portada de la intervención del poeta y otra, firmando libros en una caseta, en la página 3. Diego ya era un poeta consagrado y una ciudad pequeña, como Cuenca, agradecía la dedicación que el escritor le prestaba.
El 11 de mayo de 1958, Diego intervino en los Juegos Florales que, con motivo del Congreso Eucarístico Provincial, se celebraron en la localidad conquense de Carboneras de Guadazaón, en donde ya era párroco el poeta Carlos de la Rica, y en los que intervinieron el Cronista Oficial de Cuenca, que era Federico Muelas, y como mantenedor de los juegos, otro poeta local más joven, Enrique Domínguez Millán; también participaron, entre otros, Carlos Murciano, Acacia Uceta y Florencio Martínez Ruiz (Domínguez Millán, 1958: 236). En aquellos Juegos Florales, Gerardo Diego fue premiado, junto al escritor Raimundo de los Reyes, con la «Espiga de Oro», por su poema «Al Santísimo Sacramento», que fue leído por el mismo autor en el día antes indicado, de todo lo cual dio noticia no sólo la prensa local (Ofensiva, 10, 11 y 13 de mayo de 1958), sino también algún periódico nacional (Ya, 10 de mayo, p. 11). «Al Santísimo Sacramento», incluido en Versos divinos, en las Obras Completas de Diego (Díez de Revenga, 1989: 629-632), es un largo poema de 124 versos, con una originalísima construcción técnica, en el que se alternan tres series de versos en forma de romance heroico (de 38, 30 y 24 versos, respectivamente), entre las que se intercalan ocho cuartetas consonantadas: cuatro entre el primer y el segundo romance; y otras cuatro entre el segundo y el tercero. El poema es un buen ejemplo del interés por la poesía religiosa, reunida en el citado libro Versos divinos, que siempre tuvo Diego, y que fue, como bien dice Díez de Revenga: «Una dedicación permanente a este tema, reveladora de la evolución llamativa que va desde las iniciales y sencillas evocaciones navideñas a las espléndidas 'lecturas' del Antiguo Testamento, únicas en la poesía española» (Díez de Revenga, 1987: 120).
Como dije antes, el 27 de noviembre de 1974 visitó por última vez Cuenca para asistir al entierro de su amigo Federico Muelas.

Los ríos de Cuenca en dos espléndidos romancesCasi todos los poetas del Grupo del 27 se interesaron por el Romancero (Cerrillo, 2002: 29 y ss.), hasta tal punto que algunos de ellos (Lorca, Alberti, Prados, Altolaguirre 0 el propio Diego) escribieron romances con notable acierto, manteniendo una tradición muy española, que había tenido momentos de gran brillantez en la Edad de Oro y, en menor medida, en el Romanticismo. Gerardo Diego cultivó el romance como practicó otras fomas poéticas: «La poesía de Gerardo Diego se ha caracterizado por su fecunda variedad [...] El poeta ha manifestado siempre su alto concepto de la poesía caracterizado por la pureza y la libertad» (Díez de Revenga, 1989: XXVIII).
El Júcar y el Huécar son los dos ríos de Cuenca: el segundo desemboca en el primero en pleno centro de la ciudad, cerca del popular y humilde Barrio de San Antón, a los pies de la ciudad vieja, cuando el Huécar acaba de pasar bajo el Puente de la Trinidad y el Júcar está a punto de hacerlo por el puente al que da nombre el mismo santo que al barrio. Si el Júcar y el Huécar son los motivos conquenses que provocan los dos romances de Gerardo Diego, hay en el origen de ambos circunstancias particulares que es interesante conocer. Respecto al origen del «Romance del Júcar», dedicado -por cierto- a su primo Rosendo, el de Cañete, el propio autor dijo en 1970, que:

En vísperas del Centenario de Góngora de 1927, el año anterior, descubría yo el paisaje de Cuenca. Y fascinado con el maravilloso azul de las aguas del Júcar publiqué en La Gaceta Literaria un romance del Júcar que titulé a manera de las viejas ediciones de Góngora: «Cuando estuvo en Cuenca Gerardo Diego». (Diego, 1970)
«Romance del Júcar»

Agua verde, verde, verde,
agua encantada del Júcar,
verde del pinar serrano
que casi te vio en la cuna

-bosques de san sebastianes
en la serranía oscura,
que por el costado herido
resinas de oro rezuman-;

verde de corpiños verdes,
ojos verdes, verdes lunas,
de las colmenas, palacios
menores de la dulzura,

y verde -rubor temprano
que te asoma a las espumas-
de soñar, soñar -tan niña-
con mediterráneas nupcias.

Álamos, y cuántos álamos
se suicidan por tu culpa,
rompiendo cristales verdes
de tu verde, verde urna.

Cuenca, toda de plata,
quiere en ti verse desnuda,
y se estira, de puntillas,
sobre sus treinta columnas.

No pienses tanto en tus bodas,
no pienses, agua del Júcar,
que de tan verde te añilas,
te amoratas y te azulas.

No te pintes ya tan pronto
colores que no son tuyas.
Tus labios sabrán a sal,
tus pechos sabrán a azúcar

cuando de tan verde, verde,
¿dónde corpiños y lunas,
pinos, álamos y torres
y sueños del alto Júcar?

El «Romance del Júcar» es un poema de amplia difusión que ha sido traducido a varias lenguas, probablemente, porque, como bien ha señalado el crítico Florencio Martínez Ruiz (1996: 19): «Gerardo Diego no escribía precisamente de oídas [.] Gerardo mira lógicamente con ojos de poeta y establece la metáfora esencial de Cuenca y sus paisajes [...].»
El «Romance del Huécar» lo dedicó a su amigo Federico Muelas, con quien ya había tenido oportunidad de disfrutar, desde lo alto de la Hoz, de la vista del pequeño río y de las huertas que riega a su paso. Muelas era propietario de un espectacular hocino, situado en lo alto de las rocas de uno de los lados de la Hoz del Huécar, desde el que se veía el pequeño río y las huertas que riega.
«Romance del Huécar»
Y el Huécar baja cantando,
sabiendo lo que le espera,
que va al abrazo ladrón
de su nombre y de su herencia.

Y el Huécar baja contento
y cantando pasa el Huécar,
torciendo de puro gozo
sus anillos de agua y menta.

Toda la hoz, todo el eco
de la noche gigantesca,
se hace silencio de concha
para escuchar su pureza,
porque viene tan vacante,
tan sin cítolas ni ruedas,
que está inventando la música
al compás de su inocencia.

Nunca vi un río tan íntimo,
nunca oí un son tan de seda,
es el resbalar de un ángel
unicornio por la tierra.

A un lado y otro del tránsito
renuevan su muda alerta
rocas de pasmo sublime
humanadas de conciencia,

casas con alma y corona
y, al baño de luna llena,
los descolgados hocinos
sus rocíos centellean.

La creación está aquí,
aquí mismo se congregan
el nacimiento del aire,
la voluntad de la piedra.

Y allá en lo hondo –unicornio
entre lanzas que le tiemblan–
cosas que sabe del cielo
nos canta el ángel del Huécar.

Son dos romances muy bien construidos técnicamente, de los que quisiera destacar la apelación a los sentidos presentes en los dos textos y que el lector atento puede captar con facilidad: en el primero el sentido apelado es la vista, con continuas referencias de color; en el segundo el oído, por medio de expresiones de significado sonoro o musical. (Cerrillo, 1997: 55-63).
En el primero de los casos la llamada referida se produce mediante la presencia apabullante del color o de expresiones muy plásticas: «verde» (se repite en 11 ocasiones), «verdes» (en 4); además: «oro», «plata», «colores», «añilas», «amoratas», «azulas», «pintes», «oscura» y «rubor». El predominio de los verdes es evidente y, además, lógico, si se conoce el entorno y el paisaje a que se reiquiere el romance; no obstante, el propio poeta se refirió a la presencia de los colores en sus versos en un artículo (titulado precisamente «Verde y azul») que ya hemos citado (Diego, 1970):
[...] Me gustan todos [se refería Diego a los colores] y a su turno los he cantado en mi poesía, creo que uno por uno, sin olvidar uno solo. Me refiero a los colores considerados básicos, no sólo a los tres fundamentales, esto es a los que se designan con adjetivo propio y no son adjetivo o sustantivo metafórico o de alusión. Verde, azul, rojo, amarillo, blanco, si es que es un color; negro (y digo lo mismo) y pare usted de contar. Porque naranja ya es el recuerdo de otro objeto, morado alude a otra fruta, lila a una flor, violeta a lo mismo, añil a otra sustancia [...].

Colores que, en muchas ocasiones, en la poesía de Gerardo Diego han tenido un significado más allá de sí mismos; en este caso concreto, es decir en el del verde que predomina en el romance dedicado al Júcar, Armando López Castro (1993: 216) ha dicho que: «El agua verde y clara del Júcar es, ante todo, agua soñada.»
En el «Romance del Huécar» la presencia acusada de expresiones de significado o de contenido sonoro o musical es la que justifica la apelación al oído que hemos señalado. «Cantando» aparece en 2 ocasiones; además, están presentes los términos«silencio», «escuchar», «música», «compás», «», «muda», «canta», «eco», «son» y «cítolas»; es muy curiosa la utilización de este último término, «cítolas» (las tablillas que golpean rítmicamente contra la piedra de los molinos cuando éstos están en movimiento; precisamente, el cese de su sonido indica que el molino se ha parado). Probablemente, esta referencia no sea casual en este poema, ya que en la Hoz del Huécar, a poco más de seis kilómetros del centro de la ciudad, se encuentra la aldea llamada Los Molinos de Papel, en la que hoy ya no funciona ningún molino, pero en la que sí funcionaron varios hasta hace unos cuantos años; tanto el lugar como la circunstancia debían ser conocidos por Gerardo Diego.
La presencia de un ritmo muy marcado no es algo que nos deba extrañar en la poesía de Gerardo Diego, ya que siempre se interesó por el ritmo poético de sus composiciones; en una carta de Díez de Revenga, fechada el 8 de febrero de 1975, dice: «A mí ya sabe usted que me ha interesado siempre la métrica y todavía más el ritmo, como relación entre los hechos medibles y numerables y el sentimiento, movimiento o significado profundo de cada poema» (Diego, 1995: 13).
El ritmo de estos dos romances del poeta cántabro se basa fundamentalmente en el uso de procedimientos estilísticos de corte repetitivo, lo que provoca una expresión emocional más intensa y concentrada, así como en la frecuente presencia de paréntesis que retrasan la inalización de la frase iniciada.
Respecto a los procedimientos repetitivos, en el «Romance del Júcar» son claramente perceptibles enumeraciones (vv. 27 y 28: «... te añilas, / te amoratas y te azulas; y vv. 34, 35 y 36: «... corpiños y lunas, / pinos, álamos y torres / y sueños ...»), anáforas (se repite «agua» al comienzo de los versos 1 y 2; «que» en los versos 4, 7, 14 y 27; «verde» en los versos 3, 9 y 13; «no» en 25, 26 y 29; y «tus» en 31 y 32); polisíndeton contundente en los tres versos inales; paralelismo sintáctico en los versos 31 y 32 («tus labios sabrán a sal / tus pechos sabrán a azúcar»); quiasmo en el verso 10 («ojos verdes, verdes lunas»). Por su parte, en el «Romance del Huécar» percibimos anáforas (de «y» en los versos 1, 5, 6, 26 y 33; de «nunca» en 17 y 18; de «la» en 29 y 32); polisíndeton en los versos 1, 5 y 26; quiasmo en los versos 5 y 6 («y el Huécar baja contento / y cantado pasa el Huécar»); paralelismos en los versos 17 y 18 («nunca vi un río tan íntimo, / nunca oí un son tan de seda») y en los versos 31 y 32 («el nacimiento del aire, / la voluntad de la piedra»).
En cuanto a los paréntesis, los más destacados son: en el «Romance del Júcar», los de los versos 13 y 14 («.-rubor temprano / que te asoma a las espumas-»), 15 («-tan niña-»), 21 («toda de plata»), 23 («de puntillas»), 26 («agua del Júcar») y, sobre todo, el que aparece en forma de larguísima aposición entre los versos 5 y 8 («-bosques de san sebastianes / en la serranía oscura, / que por el contado herido / resinas de oro rezuman-»). En el «Romance del Huécar» los vemos en el verso 2 («sabiendo lo que le espera»), en el 26 («al baño de luna llena») y en 33 y 34 («-unicornio / entre lanzas que le tiemblan-»).
Junto a los procedimientos ya señalados -casi todos ellos de orden sintáctico-, hay también otros que afectan al plano del significado: en el «Romance del Júcar» la interrogación retórica de los tres últimos versos o la evidente antítesis de los versos 31 y 32 («sal / azúcar»). En el «Romance del Huécar», las comparaciones explícitas de los versos 13, 14, 17 y 18, la excelente sinestesia del verso 18 («son tan de seda») o la prosopopeya del verso 32 («la voluntad de la piedra»).
Pero lo que de verdad destaca es la presencia de un repertorio metafórico muy rico en ambos romances. En el «Romance del Júcar» hay metáforas adjetivas en los versos 2 («agua encantada»), 16 («mediterráneas nupcias»), 10 («verdes lunas») y 13 («rubor temprano»); metáforas oracionales en los versos 4 («.. .que te casi te vio en la cuna»), 17 y 18 («.. .cuántos álamos / se suicidan por tu culpa») y otra más, de carácter prosopopéyico, en los versos 25 y 26 («No pienses tanto en tus bodas, / no pienses, agua del Júcar»): metáforas genitivas en el versos 8 («resinas de oro») y 11 y 12 («.. .palacios / menores de la dulzura») y en los versos 5 y 6 («-bosques de san sebastianes / en la serranía oscura»-, bellísima metáfora de los pinares de la serranía conquense); y una metáfora pura en el verso 7 («costado herido»).
En el «Romance del Huécar» hay metáforas adjetivas en el verso 22 («muda alerta», de carácter sinestésico) y 23 («pasmo sublime»); metáfora sustantiva en el verso 3 («abrazo ladrón»); metáforas verbales en el verso 1 («Y el Huécar baja cantando») y 5 («baja contento»); metáfora oracional en los versos 15 y 16 («que está inventando la música / al compás de su inocencia»); metáfora pura en el verso 34 («lanzas» sustituyendo a 'árboles'); metáforas genitivas en los versos 8 («anillos de agua y menta»), 11 («silencio de concha»), 26 («baño de luna llena») y 36 («ángel del Huécar»); y una metáfora aposicional en los versos 33 y 34 («.-unicornio / entre lanzas que le tiemblan-») que ayuda a crear el clima sobrenatural de los cuatro últimos versos del poema, que se deriva de la sentida emoción del poeta ante el paisaje sorprendente.

Los demás poemas «conquenses» de Diego
Por su interés me referiré por último, aunque sólo con breves apuntes, al resto de los poemas relacionados con Cuenca que compuso Gerardo Diego.

«Pinares»
En los pinares del Júcar
ya no bailan las serranas.
Ay, amor, qué bien bailaban.

El poema forma parte de «Geografía», incluido en Hasta siempre (Díez de Revenga, 1989: 566). Sólo tres versos, sugerentes y bellos, componen este texto dedicado a Góngora, en 1927, con motivo del tercer centenario de su muerte, en el que es perceptible la referencia al romancillo del poeta cordobés que se inicia con los versos «En los pinares del Júcar / vi bailar unas serranas».

«Hoz del Cabriel»

I
Tierras de grosella.
Rocas de salmón.
Evidencia bella
de la sinrazón.

El sol de miel,
la huerta en flor, el río,
Hoz del Cabriel,
rosado desvarío.
II
Su abanico de mar
–cerca, lejos–
abre y cierra el pinar.
Tuerce el río
sus espejos.

Su resaca de mar
–mar de tierra–
el pinar abre y cierra.
Tuerce el río
cerca, lejos.

Son dos canciones dedicadas a la «Hoz del Cabriel», también incluidas en «Geografía», Hasta siempre (Díez de Revenga, 1989: 567), una hoz que, probablemente, conoció en el primero de sus viajes a Cuenca, cuando visitó Cañete.
En el mismo viaje en que conoció la Hoz del Cabriel, se debió de inspirar para componer «Alba de luna», «Domingo de Ramos en Cañete» y «Desde el tren. (Tierras de Cuenca)», los tres poemas incluidos en «Geografía», Hasta siempre (Díez de Revenga, 1989: 568-569). El primero de ellos referido a la ciudad de Cañete, en donde el ambicioso don Alvaro de Luna había nacido en 1388, llegando a ser Condestable de Castilla y Maestre de Santiago en el reinado de Juan II.

«Alba de luna»
Cañete tiene un castillo
y el castillo voladores.
–Alba de luna–. El cuchillo
de los vientos rondadores
–alba de luna–
de sus veintisiete ores
le ha dejado sólo una.
Giren, hidalgo, todos sus voladores
–alba de luna, don Álvaro y el cuchillo–
al filo de los vientos en el castillo
.

«Domingo de Ramos en Cañete»
–¿Quién llama?
–Monaguillo, sal a ver.
–¿Quién es?
–Ábrale usted, sacristán.
–¿Quién va?
–Venga, por Dios, cura párroco.
–Ay, que es Domingo de Ramos
(perdón)
y el que llama es el Señor.
En la pollinita mansa
–ramos de boj y acebuche–
toda blanca.

«Desde el tren. (Tierras de Cuenca)»
El frágil amanecer
con los frutales en flor
sobre campos de rubor.
La mañanita de abril
va a nacer.
Lucero, apaga el candil.

Por último, Diego dedicó un poema a la famosa Ciudad Encantada de Cuenca, publicado por primera vez en Vuelta del peregrino, Madrid: Revista de Occidente, 1966; y luego incluido en El Cordobés dilucidado y Vuelta del peregrino (Díez de Revenga, 1989: 468).

«La Ciudad Encantada»
Ésta es la paz y el juicio de la piedra.
¿Fue por aquí el espanto de Gorgona?
Un mar de roca su estertor pregona
y, descarnadas las raíces, medra.

La mente, que a estas almas desempiedra,
va incubando, asistiendo, comadrona,
dando a la mole que se contorsiona
perfil de Salomón,furia de Fedra.

La forma aquí delira, aquí se cuaja.
Aquí,irredenta,la materia encaja
sus arrebatos prietos,subitáneos,

su balanza y su fiel. Se ha abierto el juicio
de la entraña con alma,el sacrificio,
la final inocencia de los cráneos.

Es un soneto con un lirismo muy personal, sin duda sugerido por una naturaleza desbordante que impresiona a quien visita ese paraje, del mismo nombre que el título del poema, y situado en la serranía de Cuenca, a treinta y cinco kilómetros de la capital. Se perciben elementos tomados de la mitología griega, como la cita a «Gorgona», en singular, uno de los monstruos alados con cuerpo de mujer y cabellos de serpientes, cuya mirada transformaba en piedra a quien las contemplaba, porque eran tres las Gorgonas: Medusa, Euríala y Esteno.
Se ha escrito mucho sobre la variedad, tanto temática como formal, de la poesía de Diego, que se puede percibir incluso en un grupo de poemas tan reducido como el que aquí hemos comentado. Sobre ello, el propio escritor, en más de una ocasión, dijo que no sabía si realmente su poesía era tan variada como algunos decían, pero sí airmó sin dudas que la pintura y la música eran sus dos polos principales (recordemos la presencia de lo plástico y lo acústico como elementos más llamativos de los dos romances dedicados a los dos ríos de Cuenca):

[...] Mi poesía unas veces quiere ser objetivamente creadora y otras subjetivamente expresiva. Pintura y Música son sus dos polos y siempre aspira al equilibrio poniendo temblor íntimo en los poemas de la inspiración exterior y procurando ordenación y coherencia en los de efusión del hondo sentimiento. (Díez de Revenga, 19892: 80)


BIBLIOGRAFÍA
Cerrillo, P. C. (1997): «Júcar y Huécar: sobre dos romances de Gerardo Diego». En: Jesús María Barrajón, Agustín Muñoz Alonso: Gerardo Diego (1896-1996). Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla La Mancha, 55-63.
Cerrillo, P. C. (2002): Antología poética del Grupo del 27. Madrid: Akal.
Diego, G. (1970): «Verde y azul». En: Arriba, 18 de enero.
Diego, G. (1995): Nueva cantiga a Santa María de la Arrixaca. Francisco J. Díez de Revenga (ed.). Murcia: Real Academia Alfonso el Sabio.
Díez de Revenga, F. J. (1987): Panorama crítico de la generación del 27. Madrid: Castalia.
Díez de Revenga, F. J. (ed.) (1989): Obras completas de Gerardo Diego, II, Madrid: Aguilar.
Díez de Revenga, F. J. (19892): «Gerardo Diego: poética y poesía». En: Gerardo Diego. Premio Cervantes 1979. Barcelona: Anthropos y Ministerio de Cultura, 73-88.
Domínguez Millán, E. (1958): «La Eucaristía y la Belleza Universal». En: Boletín del Obispado,
7, 239-242.
López Castro, A. (1993): «Gerardo Diego y la búsqueda de la totalidad». En: Poetas del 27. León: Universidad de León, 213-232.
Martínez Ruiz, F. (1975): «Cuando estuvo en Cuenca Gerardo». En: Cuenca, 7, 99-100.
Martínez Ruiz, F. (1996): «Gerardo Diego en Cuenca». En: El Día de Cuenca. Cultural, 1 de octubre, 19.

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