Mª
Concepción QUINTANILLA RASO
El
consejero Pedro Carrillo de Huete,
“Halconero Mayor” de Juan II
Desde
la década de los cuarenta del siglo pasado, Pedro Carrillo de Huete se
introdujo en los estudios sobre la corte de Juan II en una doble dimensión: por
un lado, como Halconero Mayor del rey, y, por otro, como autor de una Crónica
anónima del reinado, tal como demostró el profesor Carriazo cuando la editó,
diciendo que se trataba de una obra de escaso mérito literario, pero de gran
valor histórico; precisando más, en su edición de la desde entonces denominada
Crónica del Halconero, Carriazo definió al personaje como un “hidalgo sencillo
e ingenuo” al que, literalmente, “le interesaba poco la política y no tuvo
intención de medrar”1.
Escudo de "los Carrillo" en su casa de Cañaveras (Cuenca) |
Para
una valoración más exacta, conviene plantear aquí la realidad de su linaje y su
trayectoria personal. De orígenes oscuros, que los relacionaban con los
emperadores alemanes, la Casa de los Carrillo generó, desde finales del siglo
XIII, una rama que, por su trayectoria señorial, en el territorio conquense,
puede definirse como los Carrillo de Priego. Su titular en el reinado de
Fernando IV era Alfonso Ruiz Carrillo, a quien el monarca cedió los derechos
reales en Priego de Escabas, una aldea hasta entonces bajo la jurisdicción de
Cuenca. A mediados del siglo XIV, en 1341, Juan Alfonso Carrillo instituyó un
mayorazgo temprano como recurso para la consolidación del linaje, cuyo poder
señorial en Priego, Huete y otras villas y lugares conquenses se fue
extendiendo. Tras la etapa de gobierno de Juan Ruiz Carrillo, está bien
documentada la presencia de Fernán Carrillo, que aumentó su patrimonio señorial
con Cañaveras y otras villas, y que inició una trayectoria de nobleza de
servicio desempeñando el oficio de Montero Mayor del Infante don Juan y
ballestero de Juan I. Y fue a continuación cuando entró en escena en la
evolución del linaje la figura de Pedro Carrillo de Huete (ca. 1380 – ca. Abril
1448). En 1988, Torres Fontes, al estudiar algunos documentos murcianos
afirmaba que su personalidad, sujeta a confusiones genealógicas entre las
distintas líneas familiares, era, hasta entonces, “casi por entero
desconocida”2. Entre los escasos intentos de aproximación a su figura como
titular de una rama de los Carrillo, cuyas armas se definían en su testamento
como “un castillo dorado en campo colorado […] sin ninguna otra soltura ni
mistura”, se encuentran algunos trabajos que yo misma había realizado algo
antes, seguidos de otros posteriores; en ellos había dado a conocer, entre
otras cosas, algunos aspectos de una cuestión no abordada hasta entonces: su
implantación señorial en tierras conquenses consolidando el señorío de Priego
de Cuenca, origen del Condado, y su destacada posición en la oligarquía local y
territorial, con una estrecha vinculación con Huete, localidad de su
nacimiento, donde ejerció los cargos de guarda mayor y alcalde mayor de las
alzadas3.
Una de
las primeras noticias que conocemos acerca de su vida se refiere a su presencia
en campañas militares contra Granada, donde, al parecer, fue armado caballero
por Fernando de Antequera, en el sitio de Setenil, el 19 de octubre de 14074.
Habiendo alcanzado ya ese estatus, los destacados servicios de su padre a Juan
I le dieron a Pedro Carrillo de Huete la opción de desempeñar algunos cargos,
como la tenencia de la fortaleza de Zafra, en Molina de Aragón, y de entrar en
el entorno regio, ocupando uno de los oficios domésticos de la Casa del Rey, el
de Halconero mayor. Se trataba éste de un cargo de cierto relieve, relacionado
con las actividades cinegéticas practicadas por el monarca, cuyo significado
iba mucho más allá del de mero auxiliar del rey en la actividad de la
cetrería5. Entre las numerosas funciones que directa o indirectamente le
correspondían, destacaban algunas de carácter burocrático-protocolario y
diplomático, así como otras de diverso tipo; de este modo, él mismo en su
Crónica no se describía actuando en prácticas de cetrería, sino sobre todo como
un valiente caballero, dispuesto a cumplir misiones militares, o como un activo
colaborador en funciones de embajador, y desempeñando encargos de confianza por
orden del monarca, e incluso funciones relacionadas con la seguridad regia, y
otras no exentas de pragmatismo, como las correspondientes a la organización
del aposentamiento de la comitiva regia.
Para
los objetivos del presente trabajo lo que resulta de mayor interés es la
consolidación por parte de Pedro Carrillo de Huete de lo que había sido una de
las características de su linaje, la condición de nobleza de servicio, y, para
mayor concreción, orientada hacia la caza regia, ámbito en el que se había
situado su padre y en el que, después de él se insertaría su sobrino Pedro
Calvillo, señor de Cotillas, que ocupó el oficio del Halconero Mayor a su
muerte6. Esta circunstancia propiciaba la proximidad física al monarca, por
estar integrado en su Casa, y, por tanto, la posibilidad de compartir con él
momentos de ocio en las jornadas de caza, en ambiente distendido, lo cual debió
de ser una de las bazas más importantes para las dos realidades estrechamente
relacionadas: de un lado, la práctica del consejo, y, de otro, la puesta en
práctica de los adecuados mecanismos de promoción y medro personal y de linaje.
A
partir de 1420, el Halconero desarrolló una importante labor historiográfica al
servicio
regio, desempeñando el oficio de cronista, que constituyó otra de sus plataformas de apoyo para, sobre la base de la proximidad al monarca, consolidar su encumbramiento. Es interesante tener en cuenta, por un lado, que, de entre todas las fuentes narrativas correspondientes al reinado de Juan II –las de Barrientos, Carrillo de Albornoz, García de Santa María, Gonzalo Chacón, Pérez de Guzmán, etc. –, es la Crónica del Halconero la que proporciona mayor riqueza de información sobre los desplazamientos del rey y su corte, las fiestas caballerescas, las cacerías, y otras muchas situaciones en las que, naturalmente, Pedro Carrillo de Huete se encontraba presente, bien con un protagonismo singular o compartido, bien como testigo presencial de los hechos7. Resulta destacable igualmente el detalle con que se describen en su Crónica –capítulo III– algunos episodios caballerescos, como las famosas justas de 1428 en Valladolid, en las que él mismo intervino como uno de los cuatro jueces. Del mismo modo, no faltan las situaciones en las que el monarca delegó en él el pendón real – capítulo XXVII–, y su protagonismo parece también en bastantes episodios relacionados con la entrada en nombre del rey en distintas ciudades –en Ávila, por ejemplo, capítulo CCLIX–; o bien precediendo a Juan II y su corte, encargándose de la organización de las posadas en la llegada a Madrid –capítulo CLV–, o a Salamanca –capítulo CCLVI, en que se describe cómo el rey para el desplazamiento a esta ciudad, literalmente “envió adelante a Pero Carrillo su falconero mayor e a Juan de Samaniego, su aposentador”–, y asimismo en Ávila, formando parte de “los cavalleros que con él (Juan II) llegaron” –capítulo CCLXXXV. En este orden de cosas, su salida en febrero de 1437, al frente de trescientos hombres para abrir camino a la comitiva regia, a través de la nieve, fue decisiva para la seguridad del monarca en su desplazamiento desde Guadalajara a Roa8.
regio, desempeñando el oficio de cronista, que constituyó otra de sus plataformas de apoyo para, sobre la base de la proximidad al monarca, consolidar su encumbramiento. Es interesante tener en cuenta, por un lado, que, de entre todas las fuentes narrativas correspondientes al reinado de Juan II –las de Barrientos, Carrillo de Albornoz, García de Santa María, Gonzalo Chacón, Pérez de Guzmán, etc. –, es la Crónica del Halconero la que proporciona mayor riqueza de información sobre los desplazamientos del rey y su corte, las fiestas caballerescas, las cacerías, y otras muchas situaciones en las que, naturalmente, Pedro Carrillo de Huete se encontraba presente, bien con un protagonismo singular o compartido, bien como testigo presencial de los hechos7. Resulta destacable igualmente el detalle con que se describen en su Crónica –capítulo III– algunos episodios caballerescos, como las famosas justas de 1428 en Valladolid, en las que él mismo intervino como uno de los cuatro jueces. Del mismo modo, no faltan las situaciones en las que el monarca delegó en él el pendón real – capítulo XXVII–, y su protagonismo parece también en bastantes episodios relacionados con la entrada en nombre del rey en distintas ciudades –en Ávila, por ejemplo, capítulo CCLIX–; o bien precediendo a Juan II y su corte, encargándose de la organización de las posadas en la llegada a Madrid –capítulo CLV–, o a Salamanca –capítulo CCLVI, en que se describe cómo el rey para el desplazamiento a esta ciudad, literalmente “envió adelante a Pero Carrillo su falconero mayor e a Juan de Samaniego, su aposentador”–, y asimismo en Ávila, formando parte de “los cavalleros que con él (Juan II) llegaron” –capítulo CCLXXXV. En este orden de cosas, su salida en febrero de 1437, al frente de trescientos hombres para abrir camino a la comitiva regia, a través de la nieve, fue decisiva para la seguridad del monarca en su desplazamiento desde Guadalajara a Roa8.
En lo
referente a las operaciones militares y, en concreto, a la guerra contra
Granada, Pedro Carrillo de Huete estuvo presente en una de las acciones más
destacadas del reinado, la batalla de la Higueruela, lo que explica el
detallismo con que se abordan en la Crónica, tanto los preparativos de la misma
como las celebraciones correspondientes9. Por otra parte, su presencia se
destaca en misiones de confianza encargadas por Juan II, como cuando en 1432
tuvo preso a Fernán Pérez por orden del rey –capítulo CXV–, o cuando fue
enviado a Íñigo López de Mendoza, para convencerle de que dejara Guadalajara,
aunque, sin conseguirlo, se volvió junto al rey en Olías –capítulo CCLXXXVII–,
o ante el infante don Enrique, que estaba en El Espinar, para que fuese ante el
rey en Ávila –capítulo CCLXXXVIII.
Pero,
sobre todo, es preciso recordar su responsabilidad en otros acontecimientos de
mayor trascendencia, entre los que cabe señalar algunos como los siguientes. En
primer término, el golpe de Tordesillas, en 1420, cuando, con motivo del
atentado, Pedro Carrillo tuvo un papel destacado en la huida del rey y un
protagonismo casi heroico en la toma del castillo de Montalbán, en un episodio
en el que, sin duda, podemos intuir, que su criterio debió de influir de modo
determinante en la actuación del monarca, todo lo cual le supuso el
reconocimiento regio y la decidida protección de don Álvaro de Luna10.
Además,
lo encontramos igualmente en actuaciones de carácter diplomático, negociando
con rivales políticos; así, en 1439, con ocasión de la vuelta de los Infantes
de Aragón y el segundo destierro del Condestable, entre los movimientos de los
grandes que movieron a Juan II a enviar
al conde de Haro a negociar con los rebeldes, con órdenes del Consejo de
disolver sus tropas, es evidente que Pedro Carrillo de Huete, que formaba parte
del círculo de confianza más estrecho del monarca, participó activamente en los
acontecimientos, como lo demuestra el hecho de que la Crónica del Halconero
transcribe el documento fechado en Roa a 9 de marzo, mientras otras fuentes
omiten los detalles. También en 1440, tras las vistas de Tordesillas y el
destierro de don Álvaro, Carrillo de
Huete demostró, de nuevo, su complicidad con Juan II, con ocasión de su otra
escapada, el 16 de enero, hacia Horcajo, aprovechando una salida de caza.
Después, tuvo lugar un ejemplo de la típica situación de “mediación instada”
por el rey: estando en Bonilla de la Sierra, el Halconero fue enviado por el
monarca para desempeñar una misión estratégica, consistente en la entrega de
una carta del arzobispo Gutierre de Toledo, el doctor Periáñez y el contador
Alfonso Pérez de Vivero para el rey de Navarra y su hermano el infante don
Enrique; un episodio en el que su papel fue determinante, como lo demuestra,
además, que los mencionados hicieran el pleito homenaje en manos de “Pedro
Carrillo de Uete, falconero mayor del dicho señor rey, cavallero e ome
fijodalgo”11. Tales hechos demostraban, sobre todo, su fidelidad al rey y la
confianza que éste tenía en su capacidad de negociación y en su criterio, al
encargarle constantemente negociaciones y todo tipo de misiones confidenciales.
Con
estos sucesos se iniciaba el fin de la trayectoria narrada por Pedro Carrillo
de Huete en su Crónica, porque después,
con motivo de la caída de Juan II en poder del bando aragonés, parecía
iniciarse la desaparición política del Halconero. Con todo, aún en 1441 tuvo
ocasión de colaborar activa y decisivamente en la política regia, como se
describe en el capítulo CCXCII, cuando fue enviado de nuevo por Juan II ante el
Condestable, el Almirante y el conde de Benavente para, literalmente,
“requerirles que escusasen esta vatalla”, de modo que se vio “en grande
peligro”, pero logró presentar “la carta de su señor el Rey […] según que le
era mandado”, tras lo cual regresaría ante el monarca, que se hallaba en Ávila;
así, la noche del 28 de junio de 1441 los infantes forzaron la entrada en
Medina del Campo, en su enfrentamiento contra el rey, y de los que le seguían
algunos permanecieron, mientras otros lo abandonaron –en la Crónica de Pedro
Carrillo de Huete se dice lo siguiente: “todos los otros que çerca del rey
estavan dejaron la Corte”–, y un tercer grupo adoptó una actitud ambigua12.
Finalmente, es ese año el último de los veintiuno que constituyen el período narrado
por su Crónica, que se inicia y finaliza con los dos episodios más extensos
sobre la actuación del Halconero: la huida regia y la toma del castillo de
Montalbán, en 1420, y la misión político-diplomática de 1441. Y a partir de ese
momento, se produce el silencio narrativo de Pedro Carrillo de Huete, en
coincidencia con su apartamiento de la vida cortesana, para retirarse a sus
posesiones señoriales conquenses de Priego y Huete.
En el
acto de testar, el momento de máxima manifestación de la voluntad de un
individuo, Pedro Carrillo de Huete, que dispuso su enterramiento en el
monasterio de San Francisco de Huete, se definía a sí mismo aludiendo a lo que
había sido uno de los rasgos más definitorios de su personalidad y su estatus,
el de responsable de la actividad cinegética del rey, en la modalidad de la
cetrería, pero a eso añadía la indicación de ser miembro de uno de los
principales resortes del poder de la monarquía, el Consejo Real, como se lee en
el correspondiente documento:
Yo
Pedro Carrillo, falconero mayor del muy alto e muy esclareçido mi señor el rey
don Juan de Castilla, de León, e de su Consejo…..estando sano por la graçia de
Dios de la voluntad e del cuerpo e de mi seso y entendimiento, otorgo e conozco
que fago e ordeno este mi testamento y postrimera voluntad…13.
La
situación del Consejo Real durante el reinado de Juan II pasó por distintas
etapas; durante la minoría, este decisivo organismo experimentó una escisión,
para atender a la dualidad de la gobernación compartida por la reina Catalina y
el infante Fernando de Antequera, especialmente en algunas ocasiones, como
cuando este último decidió emprender la guerra contra los nazaríes, momento en
el que parecía necesario que cada regente contara con una parte de sus
miembros14. A lo largo del reinado, en la Crónica se mencionan un “Consejo de
la justicia”, y un “Consejo secreto” denominado a veces por el monarca, “el mi
Consejo secreto”, algo que debió de surgir por iniciativa del Condestable, para
constituir una especie de Consejo reducido, compuesto por doctores, relator,
referendario, oidor, secretario, escribano de cámara, contador mayor, camarero
mayor y canciller real15. En cuanto al Consejo Real propiamente dicho, este
organismo, centro neurálgico del poder, en cuyo seno se situaban los
principales colaboradores regios, se convirtió, al mismo tiempo, en foco de
tensiones: el deseo de su control por parte de las élites sociopolíticas, y, en
especial, de la nobleza, determinó el incremento del número de sus miembros,
que, en 1428, al compás de los intereses políticos de los bandos y facciones,
que introducían a unos y expulsaban a otros, llegaron hasta los sesenta. En
cualquier caso, en función de la tesis que aquí se sostiene, centrada en la
efectividad de ambas fórmulas para el proceso de promoción social, lo
importante es que el Halconero Mayor y cronista ejerció la labor de consejo
desde una perspectiva diversa, como protagonista y partícipe de la vida
política junto a un monarca que dio claras muestras de la confianza depositada
en él y en su criterio, en un período de gobierno tan convulso.
A lo
largo de esas décadas, Carrillo de Huete tuvo ocasión de sentar las bases de su
proceso de encumbramiento, aprovechando, en ocasiones, algunas larguezas del
Condestable, pero, sobre todo, la proximidad a la monarquía, y la posibilidad
de servir y aconsejar al rey, lo que le proporcionaba de modo recurrente el
agradecimiento regio, algo que se observa en la misma Crónica y que también
puede comprobarse documentalmente. Así, no cabe duda de que el hecho de
compartir con el rey momentos frecuentes
de actividad ginecética implicaba la posibilidad de entablar conversación y de
realizar peticiones a las que el monarca parecía acceder con facilidad, como sucedió,
por ejemplo, con la solicitud que el Halconero le hizo del título de ciudad
para Huete, concedido por Juan II en el verano de 142816.
En un
ámbito más personal, aparte de los correspondientes sueldos de los que
disfrutaba por sus oficios, tenía por concesión del rey 23 lanzas, y una asignación
de 10.000 mrs., así como otros 28.000
mrs. por los siguientes conceptos:
Los
mrs. que Pero Carrillo de Huete falconero mayor, e su muger e fijos tienen del
rey. Saluado: En el seysmo de la Sierra de Cuenca diez e syete mill mrs. Juro:
diez e nueve mill mrs.17
Con
todo, lo importante no eran sólo los ingresos económicos concretos, sino la
capacidad de impulsar su propia promoción personal y la de su linaje, a golpe
de rentas y de mercedes regias. Su estrategia consistió en consolidar un
pequeño estado señorial con centro de gravedad en Priego, en el que se
integraron otras villas, como Cañaveras, así como heredamientos, alquerías,
etc., en esta comarca conquense, que después se fueron extendiendo hacia otras
cercanas. Al mismo tiempo, en función de sus circunstancias familiares,
procedió muy pronto a establecer negociaciones correspondientes para situar a
su única hija, habida de su matrimonio con Guiomar de Sotomayor, en un marco de
parentesco próximo a una importante Casa nobiliaria; así, en 1408 se llegó a un
compromiso de boda de su heredera, aún menor de edad, con el titular de una
rama de los Mendoza, los Mendoza de Molina, y años después, aportando una dote
de 200.000 mrs. en propiedades y rentas situadas en Toledo, Cuenca y Huete,
Teresa Carrillo contrajo matrimonio con Diego Hurtado de Mendoza, emparentando
así con esta poderosa Casa. Más adelante, Pedro Carrillo de Huete estableció un
mayorazgo integrado por los señoríos de Priego y de Cañaveras, con su
fortaleza, derechos y propiedades –casas, viñas, heredades de cereal, molinos,
batanes, etc.– así como las alquerías de Cesma y Batanejo, los molinos de La
Ruidera y La Cobatilla, y los derechos de pontazgo de los puentes del Guadiela
y el Escavas, solicitando la preceptiva licencia a Juan II, que lo aprobó en
septiembre de 143418. De esta forma, el patrimonio amayorazgado pasaría a su
hija con carácter inalienable, con la expresa prohibición de su partición, para
que, literalmente “vuestra memoria siempre quede”, objetivo cuyo cumplimiento
implicaba, además, la obligación de usar un escudo compuesto, partido en pal,
con las armas de los Carrillo a la izquierda, y las de los Mendoza de Molina a
la derecha, y, sobre todo, de situar el apellido Carrillo en primer lugar, de
modo que, en adelante el linaje sería conocido como los Carrillo de Mendoza.
Todas
estas medidas respondían a una verdadera estrategia de promoción del linaje y
ciertos detalles demuestran hasta qué punto Pedro Carrillo de Huete tuvo
preocupación por los destinos patrimoniales y simbólicos que daban entidad a lo
que enseguida sería la Casa condal de Priego. En efecto, tras su muerte, que
debió de suceder en abril de 1448, Teresa Carrillo recibió el mayorazgo, en el
que se habían incluido ciertas asignaciones económicas procedentes de la
Hacienda Real, como las mercedes vitalicias y juros antes indicados, que unió
al recibido por su esposo Diego Hurtado de Mendoza, para constituir así una
importante base patrimonial y señorial, que luego fueron ampliando. En este
proceso hay que destacar la obtención del título condal de Priego, instituido
por Enrique IV en Olmedo, el 6 de noviembre de 146519. Con ello, sin embargo,
no hacían más que recoger los frutos sembrados por su antecesor, Pedro Carrillo
de Huete, que con su firme promoción del linaje, propició que una generación
después, se produjera el ascenso al nivel de la nobleza de título de la Casa de
Priego de Cuenca20.
En
definitiva, dada la presencia activa y constante del Halconero en la política
cortesana, no parece fácil sostener la idea de su absoluta independencia en
todo lo referente a la política de bandos y partidos de la época que le tocó
vivir y narrar, propuesta por el profesor Carriazo; sin ir más lejos, pese a la
apariencia de imparcialidad, un reciente trabajo acerca de una “nómina
razonada” de clientes del poderoso Condestable, lo sitúa entre los nobles de su
entorno clientelar21. Y menos aún se
puede hablar de la falta de ambición de riqueza y poder por parte de Pedro
Carrillo de Huete, sino que, por el contrario, su vida se desenvolvió bajo el
postulado de la generosa recompensa del consejo prestado a la realeza.
Notas:
1 Juan de Mata CARRIAZO Y ARROQUIA, Crónica del
Halconero de Juan II, Pedro Carrillo de Huete, Madrid: Espasa-Calpe, 1946,
concretamente fols. XI y XII; en la Universidad de Sevilla, tuve ocasión de
asistir a las explicaciones de don Juan de Mata Carriazo sobre la atribución de
tal autoría siguiendo una especie de “norma historiográfica”, consistente en
buscar al autor de una crónica anónima entre los personajes mejor iluminados en
las escenas más detalladas y vivas, donde aparecen, bien como protagonistas,
bien como testigos. Actualmente, existe una edición facsímil, con presentación
de Manuel GONZÁLEZ JIMÉNEZ, y estudio preliminar de Rafael. BELTRÁN, Granada:
Universidad de Granada, 2006, que es la que aquí se citará.
2 Juan TORRES FONTES, “Mayorazgo y testamento de Pedro Carrillo de Huete”,Anuario de Estudios Medievales,17, 1988, p. 437-453.
2 Juan TORRES FONTES, “Mayorazgo y testamento de Pedro Carrillo de Huete”,Anuario de Estudios Medievales,17, 1988, p. 437-453.
3 La frase textual del testamento en Archivo
Histórico Nacional, Nobleza, Diversos Títulos y Familias, leg. 2198. En cuanto
a mis publicaciones, “Huete, la patria del Halconero, a fines de la Edad
Media”,en Primer Congreso de Historia de Castilla-La Mancha, Ciudad Real:
Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha,
1988, 6, p. 187-199; un poco después apareció La ciudad de Huete y su fortaleza
a fines de la Edad Media, Cuenca: Diputación Provincial, 1991; a continuación,
“El condado de Priego de Cuenca, Un ejemplo de estrategia señorial en la Baja
Edad Media castellana”, Historia Instituciones Documentos, 19, 1992, p.
381-402; algo más tarde, “Marcos y formas de proyección de la nobleza conquense
en su entorno urbano y territorial”, en Congreso Internacional de Historia. El
Tratado de Tordesillas y su época, Junta de Castilla y León, Sociedad V
Centenario Tratado de Tordesillas, 1995, 1, p. 131-154; y también,
“Implantación de la nobleza y relaciones de poder en la Tierra de Cuenca en la
Baja Edad Media”, en Relaciones de poder en Castilla: el ejemplo de Cuenca,
Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha, 1997, p. 103-132.
4 Lo recoge J. TORRES FONTES en “Mayorazgo y
testamento…”, p. 437.
5 Miguel Ángel LADERO QUESADA, “La Casa Real en
la Baja Edad Media”, Historia Instituciones Documentos, 25, 1988, p. 337-350.
Lo incluye en el apartado de las “Funciones y Oficios dependientes del Camarero
o relacionados con la Cámara Real”, punto 3, p. 337, donde se mencionan también
el Cazador Mayor, el Montero Mayor, y sus subordinados respectivos. Ver también
A. GÓMEZ IZQUIERDO,Cargos de la Casa y Corte de Juan II de Castilla,
Valladolid, 1968. A veces este oficio ha sido obviado por el de Montero Mayor,
y no siempre ha recibido la suficiente atención, como sucede en la obra de
David TORRES SANZ, La administración central castellana en la Baja Edad Media,
Valladolid: Universidad de Valladolid, 1982, en la que no se menciona, mientras
que sí aparecen los oficios de Montero Mayor y Ballestero mayor.
6 J. TORRES FONTES, “Pedro Calvillo, halconero
mayor de Juan II”, Murgetana, 18, 1962, p. 7-8, donde afirma que lo era el 15
de mayo de 1449.
7 Así lo ponen de relieve todos los autores que
han estudiado este período de la monarquía castellana. Entre los más recientes
en señalarlo, Francisco de Paula CAÑAS GÁLVEZ, Itinerario de la Corte de Juan
II de Castilla (1418-1454), Madrid: Sílex, 2007.
8 Episodio comentado en detalle por Pedro
PORRAS ARBOLEDAS, Juan II, 1406-1454, Palencia: La Olmeda, 1995, p. 201.
9 Recientemente, José Manuel NIETO SORIA, en
“El ciclo ceremonial de la batalla de la Higueruela (1431)”, Estudios de
Historia de España, 12, 2010, p. 389-404, hace referencia al hecho de que,
frente a las descripciones sintéticas de los hechos en otras fuentes
narrativas, la Crónica del Halconero destaca por la aportación de datos muy
significativos, incluso sobre cuestiones rituales y celebraciones antes y después
de la batalla.
10
Crónica del Halconero…, p. 2-4
11 Crónica del Halconero…, p. 322.
12 Oscar VILLARROEL GONZÁLEZ, El Rey y la
Iglesia castellana. Relaciones de poder con Juan II (1406-1454), Madrid: Sílex,
2011, p. 242-243. Crónica del Halconero…, p. 420.
13 El testamento, fechado en Priego el 20 de
abril de 1448, en Archivo Histórico Nacional, Nobleza, Diversos Títulos y
Familias, leg. 2198. Existe una transcripción de otro testamento del Archivo
Histórico Nacional, Nobleza, Osuna, leg. 1305 (traslado de 1709 del documento
fechado en Cañaveras, el 19 de marzo de 1446,) publicada por J. TORRES FONTES,
“Mayorazgo y testamento…”, p. 437-453.
14 Para enmarcar la cuestión con una perspectiva
general, S. DE DIOS, El Consejo Real… Sobre la evolución durante la primera
mitad del siglo XV, ver J. TORRES FONTES, “La regencia de don Fernando de
Antequera”, Anuario de Estudios Medievales, 1, 1964, p. 374-429. Recientemente,
el libro de O. VILLARROEL GONZÁLEZ, op. cit., aunque desde una óptica centrada
en el papel de los eclesiásticos, aborda las claves de la evolución de esta
institución en las distintas etapas del reinado.
15 Crónica del Halconero…, p. 240. Ver también
P. PORRAS ARBOLEDAS, Juan II..., p. 21.
16 Tordesillas, 26 de julio de 1428: “Don Iohan
[…] por fazer bien e merçed a la mi villa de Huepte…et por quanto me lo suplicó
e pidió por merçed Pero Carrillo de Huepte mi falconero mayor et mi guarda
mayor de la dicha villa e de su tierra et mi alcallde mayor de las alçadas de
la dicha villa […] fago e establezco e costituyo çibdad la dicha villa de
Huepte”. Localicé este documento en 1984 en un por entonces desordenado Archivo
Municipal de Huete, de donde, por encargo del Ayuntamiento, lo trasladé al
Instituto de Restauración del Papel, y lo utilicé para mi artículo “Huete, la
patria del Halconero…”, donde está transcrito en p. 196-197.
17 Ver el estudio de rentas reales, fechado
hacia 1447 por Luis SUÁREZ FERNÁNDEZ, “Un libro de asientos de Juan II”,
Hispania, 16-68, 1957 jul/ sept., p. 323-368, en concreto estos datos en p.
364.
18 Hubo otra confirmación del mayorazgo en
Bonilla de la Sierra el 22 de abril de 1440. Noticias sobre el mayorazgo en
Archivo Histórico Nacional, Nobleza, Diversos Títulos y Familias, legajos 2197
y 2198. Más detalles en mi artículo “El condado de Priego de Cuenca…”, donde se
estudia el proceso de constitución del mencionado señorío de la villa conquense
de Priego, en manos de los Carrillo desde finales del siglo XIII, con esos
fondos documentales, complementados con los de varias secciones del Archivo
General de Simancas, el Archivo Municipal de Cuenca y el de Huete.
19 Archivo Histórico Nacional, Nobleza, Diversos
Títulos y Familias, legajo 2197. Un reciente trabajo sobre el significado del
ennoblecimiento y la concesión de títulos nobiliarios en esa época: Mª
Concepción QUINTANILLA RASO y Mª José GARCÍA VERA, “Señores de título en la
Castilla del siglo XV: su creación en el reinado de Enrique IV”, en Homenaje al
profesor Eloy Bento Ruano, Madrid: Sociedad Española de Estudios Medievales,
2010, 2, p. 653-669.
20 Remito de nuevo a mi artículo “El condado de
Priego…”, donde se expone la evolución de la Casa de los Carrillo de Mendoza,
condes de Priego, con detalle. Y acerca de la trascendencia de la nobleza de
título, versa mi trabajo “El engrandecimiento nobiliario en la Corona de
Castilla. Las claves del proceso a finales de la Edad Media”, en Mª Concepción
Quintanilla Raso (dir.), Títulos, Grandes del Reino y Grandeza en la sociedad
política. Fundamentos en la Castilla medieval, Madrid: Sílex, 2006, p. 17-100,
especialmente en p. 17-66, donde se aborda concretamente “La nobleza titulada
en la sociedad política de la Castilla bajomedieval”.
21 François FORONDA, “Patronazgo, relación de
clientela y estructura clientelar. El testimonio del Epílogo de la Historia de
Don Álvaro de Luna”, Hispania, 2010, vol. 70, núm. 235, mayo-agosto, p.
431-460, donde se cita en p. 457a “Pero Carrillo, falconero mayor del Rey”,
junto a los clientes del reino de Murcia.
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